La primera víctima fue Moses Fleetwood Walker, el mejor cátcher de la American Association (con la Nacional, las ligas Mayores en los años ochenta del siglo XIX). Walker no tenía las simpatías ni de sus compañeros de equipo; lo peor fue que en 1887 Cap Anson, superestrella del beisbol y el primero en conseguir tres mil hits en su carrera, amenazó con retirarse de la liga si permitían que Walker siguiera jugando. Su pecado: era negro (les llamaban darkies, coons, niggers, negroes; los políticamente correctos de aquellos tiempos preferían decirles colored boys, apunta David Craft en The Negro leagues). El boicot tuvo éxito y Walker y su hermano Weldy, los primeros jugadores de color, fueron segregados de las Mayores por el resto de su vida deportiva. El boicot duró hasta 1946, cuando Branch Rickey, gerente de los Dodgers entonces de Brooklyn, llamó a Jackie Robinson, de los Monarcas de Kansas City, para incorporarlo a su organización.
Los negros no eran desconocidos; segregados, humillados, jugaban en las Ligas Negras, en estadios pobres, maltrechos, con escaso público, con salarios bajos, pero muchos jugadores de las Mayores los respetaban: Honus Wagner, considerado el mejor shortstop de la historia, se enorgullecía de que lo compararan con Raymond Dandridge; Babe Ruth disfrutaba los duelos de batazos largos con Joshua Gibson, en los que ganaba casi siempre el negro. En las fechas libres hacían juegos de exhibición y no era infrecuente que los negros vapulearan a los blancos. La discriminación más importante no era la salarial: a los negros no les permitían la entrada a hoteles, restaurantes, transportes; muchos preferían emigrar a México, donde eran populares, ganaban campeonatos, manejaban a los mejores equipos y encabezaban la Liga Mexicana en todos los aspectos del deporte.
En 1945 negros y blancos participaron juntos en la Liga Mexicana cuando Jorge Pasquel, el político alemanista que adoraba el beisbol, les ofreció jugosos contratos; las estrellas que vinieron regresaron a las Mayores ante la amenaza de expulsión de por vida; la Liga Mexicana fue excluida del beisbol organizado, pero en los Estados Unidos advirtieron que la calidad del beisbol mexicano había crecido gracias a la presencia de negros, algunos de origen cubano. Rickey se fijó en las Ligas Negras y firmó en 1946, entre otros, a Jackie Robinson, quien destacó en las sucursales de los Dodgers. En 1947 llegó a las Mayores; aguantó burlas, insultos, presiones, tuvo una actuación que le valió el nombramiento de Novato del Año. No era el negro más destacado ni el de mayor potencial, pero lo eligieron por su actitud de dignidad y sobriedad; otros, que posteriormente han sido honrados con la inmortalidad deportiva, tenían un comportamiento más festivo, gustaban de bromear, payasear; su conducta desinhibida y exhibicionista les adjudicó un calificativo: hot-dog. Luego de Robinson muchos negros fueron llegando a las Grandes Ligas, en las siguientes semanas, meses, años; en su tercera campaña Robinson fue el líder de bateo de la Liga Nacional.
Era el comienzo de la invasión que transformó para siempre a las Mayores; hasta entonces era un deporte para blancos, arrogantes y orgullosos, que se jugaba en la costa este y el centro de los Estados Unidos (Nueva York, Filadelfia, Boston, Chicago, Detroit, San Luis, Cleveland, Pittsburgh, Cincinnati, Washington: dieciséis equipos en diez ciudades). En la Liga Mexicana jugaban estadounidenses y cubanos; muchos fueron llamados a las Mayores y poco después comenzaron a llegar a casi todos los equipos (Yanquis de Nueva York y Medias Rojas de Boston fueron los últimos en incluir a negros en su róster); en menos de cinco años ya muchos eran estrellas (Ernie Banks, Willie Mays, Hank Aaron); al poco comenzó la invasión latina; Roberto Clemente y el mexicano Beto Ávila fueron los primeros latinos en conquistar el cetro de bateo en la década de los cincuenta. Ya en los setenta había cerca de 35% de negros y latinos en las Mayores; ahora hay más de cincuenta negros miembros del Salón de la Fama, muchos de los cuales no jugaron en las Grandes Ligas, pero han merecido el honor gracias a sus méritos en otras ligas, sobre todo las Negras. Dos cubanos de la Mexicana por su edad ya no fueron llamados a las Mayores, pero sí sus descendientes mexicanos: Jorge Orta (hijo de Pedro Orta) y Rubén Amaro y Rubén Amaro Jr. (hijo y nieto de Santos Amaro).
Los elitistas y segregacionistas no previeron la debacle; en todos los deportes los negros se han impuesto, y vencieron el prejuicio de que en el futbol americano podían ser corredores, receptores, por su agilidad y velocidad, pero dudaban de su inteligencia; ahora hay varios mariscales de campo, y hasta hubo un coach en jefe de origen mexicano. En el boxeo, el basquetbol y el atletismo ya no es tan frecuente que los blancos se lleven la mayoría de los trofeos; en el tenis, aunque los blancos siguen siendo mayoría, muchos de primer nivel son asiáticos y negros, y el actual campeón mundial de la Fórmula 1 es negro. El deporte mostró que los blancos no tenían por qué ser arrogantes. ~