Imre Kertész, un inconformista

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Imre Kertész estuvo en un campo de concentración de los quince a los diecisiete años. Sin destino, su obra más importante, es la historia autobiográfica de un adolescente deportado por los nazis que recorre los campos de Auschwitz y Buchenwald. Para su enorme fortuna, un hombre mayor, un prisionero, lo tomó bajo su protección y le enseñó las reglas básicas de la sobrevivencia: aunque solo tengas un pedazo de pan, adminístralo y come tres veces al día; nunca dejes de asearte, pues la higiene otorga autoestima; jamás olvides que eres un ser humano. Las páginas de Sin destino son inusualmente ágiles, están impregnadas de una ligereza casi incongruente con la historia que nos cuenta, y hay un misterio que recorre la novela y que no se resuelve hasta las últimas páginas.

Kertész tardó diez años en escribir sus recuerdos. Al principio sintió una culpa anquilosante, parecida a la que motivó el suicidio de Primo Levi, y a la de tantos otros sobrevivientes, la culpa de seguir con vida mientras que otros murieron. “Acabamos por interiorizar la sentencia de muerte que teníamos encima. Yo vivo con el campo cada día de mi vida”, aseguraba. Y, aunque terminó por reponerse, nunca pudo permitirse la idea de dar la vida a otro ser humano. En Kaddish por el hijo no nacido explica largamente su imposibilidad de ser padre.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Hungría fue anexada al bloque socialista. El nazismo y el estalinismo constituían para Kertész dos caras de una misma moneda, y le permitieron encontrar su tema principal, es decir, la disección minuciosa de la actitud conformista, la inercia y la sumisión con que la mayoría de los seres humanos aceptamos lo inaceptable: “Yo he explicado cómo un solo policía rural se llevó a decenas y decenas de judíos al campo de exterminio. Todos obedecimos. A nadie se le ocurrió rebelarse. Cuando nos notificaron que a mi padre lo habían destinado al campo, ¿qué hicimos? ¡La familia lo despidió y le preparamos la maleta!” Aunque el escenario habitual de sus novelas eran los Estados totalitarios, esa reflexión puede extenderse al resto de la sociedad, particularmente en países donde el abuso de poder, la impunidad y la carencia de garantías individuales son moneda corriente. Es verdad que en la Alemania nazi hubo solo una revuelta de Sobibor, pero el hecho de que haya existido nos autoriza a apropiarnos de esa experiencia.

Así, el título de la primera novela de Imre Kertész sugiere que somos seres sin un destino determinado: “en cada minuto, en cada momento de la vida se pueden cambiar las cosas. El conformista que asume los hechos por absurdos que sean, y se adapta a ellos, pierde su libertad, porque se convierte, en mayor o menor grado, en víctima o en verdugo”. En las entrevistas procuraba dejar claro que para él todos tenemos la facultad de cambiar el curso de nuestra existencia, la libertad de ser felices a pesar de las circunstancias, incluso en un campo nazi. He ahí la clave de la ligereza que ilumina las páginas de su extraordinaria novela. “Siempre me ha tocado vivir el lado negativo de la vida, la tarea que me he impuesto ha sido transformar toda esa negatividad en creatividad.” Esa tarea, llevada a cabo con tenacidad y entereza, pero a la vez con una enorme humildad, influyó en el jurado que le otorgó el Premio Nobel en 2002.

En una autobiografía posterior llamada Dossier K., Imre Kertész aborda con un conmovedor sentido del humor, no exento de sabiduría, diferentes cuestiones de su vida, sus padres, sus amoríos, sus dilemas morales. “Mi vida no se reduce a haber subido a un autobús a los quince que me llevó a los campos de concentración.” La obra de Kertész tardó mucho tiempo en ser reconocida. Hungría no quería saber nada de su pasado nazi e ignoraba ese tipo de testimonios. Incluso después del Nobel volvió a sufrir, en su propio país, actos de violencia. Sus compatriotas antisemitas quemaron sus libros en la calle.

A pesar de lo que podría esperarse, la obra de Kertész no está animada ni por la amargura ni por el resentimiento. Para él, la Shoah “se trata de una crisis moral y espiritual de Occidente, el piélago donde se hundieron los valores que habían sustentado la civilización europea durante siglos”. Y no cesaba de advertirnos sobre esta cuestión aterradora: los campos no dejaron de existir porque la humanidad, tras reflexionar al respecto, se diera cuenta de que eran inaceptables, dejaron de existir porque los aliados ganaron la guerra y también tuvieron su versión soviética con el gulag. Aunque la descubrió muchos años después, porque sus libros estaban proscritos en la Hungría socialista, el autor de Sin destino encontró en la obra de Hannah Arendt un eco a su pensamiento, en particular en su teoría sobre la banalidad del mal. “Lo verdaderamente inexplicable no es el mal sino el bien”, decía Kertész.

La obra de Imre Kertész conoce a fondo al género humano con sus innumerables contradicciones y sus debilidades. Invita a responsabilizarnos de nuestro destino como individuos y como sociedad. Su invitación no es hija del reproche ni del rencor, sino de esa naturaleza inusualmente generosa que caracterizaba a este escritor. El pasado 31 de marzo murió un hombre imprescindible para nuestro tiempo, un autor cuyos libros habría que volver y volver a leer, hasta incorporar y hacer nuestras las preguntas actuales y pertinentes que nos plantea. ~

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(ciudad de México, 1973) es escritora. En 2011 publicó en Anagrama El cuerpo en que nací.


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