Dos atentados brutales contra los derechos humanos, uno en Venezuela y el otro en China, me han recordado un pasaje de un entrañable libro de mi juventud: La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper.
En una “sociedad abierta”, escribió Popper, el Estado debe estar constituido de tal manera que los malos gobernantes puedan ser removidos mediante el voto mayoritario de los ciudadanos sin derramamiento de sangre ni violencia. En una “sociedad abierta”, las instituciones de una democracia liberal moderna son las que encuentran soluciones pragmáticas a los problemas políticos.
Este domingo millones de ciudadanos salieron las calles en ciudades y pueblos de Venezuela para manifestar su inconformidad con un régimen que mata a sus disidentes (en los 100 días que lleva la protesta callejera 91 personas han sido asesinadas); que encarcela a políticos que se inconforman con el régimen (la cifra de prisioneros de conciencia en las cárceles venezolanas fluctúa entre los 300 y los 430); que irrespeta las competencias del Parlamento elegido democráticamente por la ciudadanía. También pidieron la realización de elecciones libres para renovar los poderes públicos, un proceso electoral garantizado por la Constitución Bolivariana vigente.
El otro infortunado incidente de la semana pasada fue la muerte de Liu Xiaobo, el único Premio Nobel chino, en una cárcel de Shenyang. Liu fue encarcelado por abogar porque en China se respetaran los valores universales: los derechos humanos, la igualdad, la libertad, la democracia y el Estado de Derecho. Por su labor ganó el Premio Nobel pero nunca pudo recogerlo en persona porque las autoridades chinas se lo impidieron.
Liu, al igual que Leopoldo López, Antonio Ledezma, Daniel Ceballos, y el resto de venezolanos injustamente encarcelados por el gobierno autoritario de Maduro, son prisioneros de conciencia al igual que lo fueron el periodista y pacifista alemán Carl von Ossietzky, muerto en 1938 después de haber sido torturado en las cárceles Nazis, y a quien también le otorgaron el Nobel en ausencia porque el gobierno Nazi le impidió viajar a recibirlo. Como el escritor Alexander Solzhenitsyn, detenido en el Gulag de la era soviética; como Václav Havel, el ex disidente checo encarcelado por escribir su “Carta 77” exigiendo reformas políticas en su país. Saliendo de la prisión, Havel se convirtió en el primer presidente postcomunista de su país.
Liu Xiaobo no era un radical, el joven intelectual creía en la protesta pacífica contra los abusos del régimen pero por su participación en las manifestaciones de Tiananmen el régimen chino le condenó a vivir el resto de su vida en campos de trabajo forzado, en prisiones o en arresto domiciliario. En 2008, Liu fue el principal promotor de la llamada “Carta 08”, que abogaba por la reforma política en su país.
Los firmantes de la Carta pedían la instauración de una democracia legislativa; la separación de poderes; un sistema judicial independiente; libertad de asociación, religión y prensa; la protección del medio ambiente, y la modificación de la Constitución. “La democratización de China no puede ser aplazada más tiempo”, señalaba el documento firmado inicialmente por 300 intelectuales, pero que pronto tuvo más de 10,000 firmantes a pesar de las amenazas y el hostigamiento brutal del régimen chino.
Desafortunadamente para Liu y para los chinos que siguen aspirando a vivir en un estado democrático, su muerte demuestra que el desarrollo económico de China no ha venido acompañado del avance democrático que muchos pronosticaron después de la masacre de la Plaza de Tiananmen y la caída del muro de Berlín en 1989.
Pero China y Venezuela no son los únicos países donde mandan los enemigos de la “sociedad abierta”. En Rusia, Vladimir Putin mata, encarcela o destierra a quienes él piensa que podrían confrontarlo democráticamente. Lo mismo hace Recep Tayyip Erdogan quien se ha valido el intento de golpe de estado de hace un año, para decretar un estado de emergencia que le ha permitido detener a decenas de miles de personas, a despedir de sus trabajos a más de 100.000 funcionarios, a encarcelar al menos a 150 periodistas, y a cerrar o censurar a decenas de periódicos independientes, revistas y emisoras de televisión y radio. Y en Cuba, los ciudadanos siguen condenados a sobrevivir en una “sociedad cerrada”, que en más de cincuenta años solo ha tenido dos presidentes: los hermanos Fidel y Raúl Castro.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.