Pedro Mairal es uno de esos escritores que despiertan admiración en la crítica, los colegas y los lectores por igual. Pocos logran aunar el gusto popular de la manera en que lo hace él, sin estridencias ni un perfil mediático. A veinte años de ganar, por Una noche con Sabrina Love, el premio Clarín de Novela, que representó dejar el anonimato para recibir el reconocimiento de Bioy Casares, Cabrera Infante y Roa Bastos, Mairal ha construido una carrera sólida que lo llevó a indagar en poesía, cuentos, novelas y hasta en canciones, según los deseos de su naturaleza fluctuante.
En Adelaida, Australia, hay una residencia que fundó John M. Coetzee, así como un Centro de estudios que lleva su nombre. El también autor de La Uruguaya y Maniobras de evasión fue invitado durante septiembre y octubre a vivir el sueño de cualquier escritor: conocer de cerca otra cultura y no preocuparse por otra cosa más que escribir. Hacia el final de su estancia, y junto a la ventana por la que ingresaba el sol del mediodía, el escritor argentino habló sobre su trabajo.
¿En qué proyecto te has enfocado en este tiempo? ¿Cómo marcha tu veta musical?
Estoy trabajando en la adaptación del guión de La uruguaya, y estoy escribiendo algo que todavía no sé bien qué es. Y sigo con artículos, prólogos, y después las canciones que compongo. Tengo mi carpetita: treinta y cuatro canciones, con las notas, las letras. No tengo la facilidad verbal, pero me entusiasma mucho estar aprendiendo. Traje la guitarra de cuatro cuerdas, se llama guitarra tenor, la hizo un luthier.
¿Cómo ves el panorama de la literatura argentina? ¿Hay alguna renovación o alguien que se destaque?
No sé si puedo hablar con respecto a lo que estoy leyendo ahora, pero sí veo algo interesante, un desplazamiento de lo que era el eje literario argentino que pasaba siempre por Buenos Aires. Eso se está empezando a trasladar, y autores de Córdoba, como Lamberti y Falco, están trayendo un imaginario de provincia. O Selva Almada, desde Entre Ríos. Y no es una imagen de provincia bucólica, idealizada, tienen una violencia tremenda.
Volviendo a La Uruguaya, la adaptación del guión la haces con Hernán Casciari y Chiri Basilis (los creadores de la revista Orsai), ¿cómo es el proceso que siguen?
Nos juntamos varias veces y discutimos la estructura de la película, qué cosas tomar y qué dejar de lado. Lo más fácil es el relato del día, la acción. El hombre sale a la mañana y vuelve a la noche, es el relato del viaje y el encuentro con el personaje de la amante, Guerra, allá. Pero el libro no es solo eso, lo que le da más peso es el mar de fondo de él con su mujer. La novela es como una confesión a la mujer. Esa culpa, el monólogo interno, es más difícil de mostrar porque es medio invisible en cine. Salvo con las voces en off, pero tiene que estar muy bien hecha. No sería bueno usar una voz que resuelva las cosas, que explique lo que no se terminan de entender.
La novela era ya cinematográfica en la acción.
Yo creo que es falsamente cinematográfica. Mi novela Salvatierra también lo parece pero no es tan fácil de llevar. Tengo una forma de mostrar audiovisual por la cultura que tenemos, pero no pienso en el cine cuando estoy escribiendo. Yo quiero que funcione en palabras, que es lo que yo sé manejar. Traducir todo a imágenes es un desafío interesante.
En tu libro Maniobras de evasión (una recopilación de columnas de un diario y ensayos, algunos inéditos), se vuelve recurrente el tema de la búsqueda de maneras para no escribir, pero al mismo tiempo dices que la escritura te salvó. Entonces, por un lado es la salvación y por otro te cuesta trabajo o procrastinas, o quieres tener otras mil vidas.
Eso es verdad, quiero tener otras mil vidas, ¿no se puede? Me parece que uno se expande un montón hacia distintas direcciones; la vida es una sola así que hay que tratar de vivir todas tus vidas en esta vida. Es verdad, por un lado me escapo de la escritura, pero por el otro la escritura me salva. Pero no siento tanto que haya una contradicción, sino que el escape tiene que ver con el Súper Yo Literario, con escaparme de las expectativas ajenas, de lo que debo hacer literariamente. También de la expectativa propia, de la idea de hacer tu obra maestra. Yo siempre tengo el impulso de estar creando pero me escapo de la exigencia, por eso me muevo mucho en distintos géneros. De golpe una novela mía se hizo muy conocida, como fue Una noche con Sabrina Love, y yo me escapé a los poemas, publiqué Consumidor Final, y también me fui a los cuentos y recién después empecé a escribir novelas de vuelta.
Sin la presión del hit que le tenía que seguir.
Exactamente. No me sirve para nada esa demanda, no puedo pensar así, no me sale la creatividad. Es una cosa rara de dónde salen las ideas, el impulso. El gran surubí es una manera de escribir una novela sin escribirla. Yo tenía que escribir una novelita corta, era lo esperable, pero no podía hacerlo, no me salía, empezaba los primeros párrafos y tenía que explicar muchas cosas, el trasfondo político y social del protagonista, Ramón Paz. A veces la narrativa es un territorio donde todo entra, sobre todo en la novela, es como un gran basural. Y esa falta de marco a veces es muy limitante, termina siendo una cosa que se escapa. No tiene borde y se pierde el foco, la fuerza de tu historia. Entonces dije: ¿qué pasaría si lo intento con los sonetos que yo venía escribiendo?, ¿Qué pasaría si fuera como una estrofa del Martín Fierro? Lo probé primero en octosílabos y no me salía porque no lo tengo tan internalizado como el verso de once, el soneto. Tiene que estar muy internalizada una métrica para que la dicción de la frase entre con naturalidad en el verso, y es impresionante cómo José Hernández logra hacerlo en el octosílabo. Eso viene de mucha práctica, casi como ser capaz de improvisar en octosílabos.
También me interesa tu “obsesión” por el poeta César Mermet (1923-1978), un autor casi desconocido. Según lo que cuentas en Maniobras de Evasión, era un personaje poco común, y quedó pendiente la publicación de un libro suyo.
Sacamos hace once años una antología de sus poemas. Fue un trabajo en equipo con otros editores, que todavía no termina porque tenemos todo el material de Mermet, mil quinientas páginas de poesía inéditas. Eso nos va a llevar un tiempo, porque él no descartaba nada, era siempre muy bueno pero no se autoeditaba. El trabajo es dividir eso en libros y ver lo que queda. Deberíamos conseguir fondos para editarlo, y dedicarle tiempo, hacer un año mermetiano. Mermet demanda mucho trabajo, es un autor difícil, apasionante.
Provoca intriga leer más de él.
En cesarmermet.blogspot.com hay nueve poemas, uno muy bueno que se llama Shopping Center, lo escribió en 1963 cuando todavía el concepto se formaba en las galerías. Trabajaba en publicidad y tenía una cosa muy adelantada en cuanto a que era capaz de mirar los cambios sociales, el comportamiento, la demanda, el placer del consumo.
¿Qué sientes que te enseñó?
Muchísimo. Hay una búsqueda de la precisión de la palabra, que yo siento que la aprendí de Mermet, que es no conformarse con el ” esto dice casi lo que quiero”. Una idea centrífuga de ir girando alrededor de algo, hasta que termina de sacarle todo el jugo. Todas las variables que puedas, hay una insistencia verbal que yo la tengo en algunas enumeraciones. En La Uruguaya creo que está, cuando trato de describir a los médicos, por ejemplo. Yo creo que ahí hay algo de Mermet, de girar alrededor de un concepto hasta realmente mirarlo de todas las aristas posibles. Ojalá esté en mí; cuando yo insisto en algo siento esa fuerza verbal enseñada por la poesía de Mermet.
(Buenos Aires) es periodista y locutora. Se especializa en temas de ambiente y sustentabilidad y colabora en diversos medios argentinos.