No es fácil encontrar escritores que escriban en dos lenguas cooficiales en España. Ya sea en catalán, euskera o gallego, quienes las hablan, además del castellano, o bien publican en una de las tres primeras o bien en la segunda. Como si fueran compartimentos estancos de una librería. Unos en unas baldas; otros en las otras. El interrogante es imperativo: ¿por qué sucede, si ya hace más de tres décadas que todas estas lenguas son cooficiales? ¿Existe algún obstáculo, más allá del lingüístico, para no hacerlo? Y: ¿quiénes son los que escriben en ambas y por qué?
Las razones que llevan al uso de ambas para el ejercicio literario no son, sin embargo, ninguna rareza. Al contrario: escriben en ellas porque las hablan. Como señala la gallega Luisa Castro, autora de novelas como La segunda mujer (castellano) y del poemario Melancolía de sofá (gallego), “escribo en las dos lenguas, porque ambas me pertenecen, porque son dos tradiciones literarias que comparto, porque he leído y he aprendido en ambas lenguas. Renunciar a una de ellas hubiera sido parecido a una mutilación”. El también gallego Manuel Rivas –cuya respuesta completa se puede leer aquí– resalta que él tiene una relación erótica con el gallego y el castellano: “Es fruto de una pasión promiscua (no escolar, no académica, no oficial). En la literatura, y en la vida, las lenguas están deseando citas secretas. Trabajar con dos lenguas en la mente, con esa pulsión erótica, puede facilitar una polinización de la atmósfera, contribuir a la tarea de avivar la libertad en el cuerpo del lenguaje. Depende de la intensidad de esa pulsión del deseo”.
Estos motivos son compartidos por otros autores como la vasca Txani Rodríguez, autora de novelas como Si quieres puedes quedarte aquí, que afirma que su lengua materna es el castellano, “pero, de pequeña, estudié en euskera, así que creo que cuando escribo literatura infantil contacto mejor con mis recuerdos de niñez. Además, firmo una columna de opinión en euskera porque es algo que me ofrecieron y consideré que era un reto enriquecedor para mí”.
Harkaitz Cano, autor de poemarios como Tigre batekin bizi y novelas como Twist, traducida al castellano por Gerardo Markuleta, reconoce que para él “es algo que surge de modo natural. Mi impulso primero es generalmente hacerlo en euskera, que es la lengua en la que me he criado principalmente. Aunque mi vida transcurre indistintamente en las dos”, mientras que el barcelonés Jordi Corominas, autor de Una dona que sap jugar amb els peus y de El último libro de la vieja Europa: “Escribo en ambas porque soy bilingüe desde que nací y no me supone ninguna dificultad cambiar de lengua. Empecé escribiendo en catalán, publiqué dos novelas en mi lengua materna, y luego pasé al castellano con naturalidad, sin plantearme los motivos”.
A la hora de valorar si los textos, los temas y los estilos cambian si se elige una lengua u otra sí existen más divergencias, aunque tampoco esta cuestión ha determinado que ninguno de los autores se decante solamente por una de ellas. Por ejemplo, el vasco Iban Zaldua (autor del ensayo Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar y el libro de relatos Etorkizuna) sostiene que “el español tiene un peso histórico-literario mayor, hay una fuerza barroca en el idioma que avasalla un poco y a la que hay que poner freno, de alguna manera. Con el euskera, muchas veces, pasa lo contrario”. Para Cano, la distinción que él hace al elegir uno u otro “se atiene a los géneros: me resultaría complicado, por ejemplo, concebir una novela de largo aliento en castellano, pero en el caso de artículos de prensa o de poemas, que requieren menos planificación, y parten más de impulsos puntuales, se me hace más fácil. Incluso en el caso del relato corto”. No obstante, hay otros casos en los que ni siquiera la lengua es tan determinante, como le sucede a Luisa Castro, que señala que no cambia de registro a causa de la lengua: “Ambas tiran una de otra, en cuanto a temas y recursos se encabalgan, se nutren y se complementan, esa es mi impresión, porque aunque al final escriba más en castellano, el gallego está ahí como un sustrato cultural”.
Si esto es lo que ocurre, ¿por qué no se suelen combinar ambas lenguas? Los escritores que lo hacen no tienen una respuesta concreta. Hay varios motivos, desde los encargos que se reciben que pueden ser en uno u otro idioma a la seguridad que da escribir en uno de ellos mejor que en otro, como a veces le ocurre al periodista catalán Gabi Martínez, que confiesa sentirse “un poco inseguro con mi catalán escrito. Esta inseguridad en ocasiones me ralentiza, impidiendo que ideas y palabras se conecten con el desparpajo que consigo en castellano”.
Sin embargo, otros señalan que sí hay ciertos elementos en esta separación que van más allá de la elección circunstancial por la confianza que proporciona una lengua. De hecho, a Corominas le sorprende que “siendo una sociedad bilingüe al 200% no haya más escritores que den ese paso. En ocasiones pienso que no es así por una cuestión de etiqueta, de identificar al escritor con una lengua determinada, lo que es una soberana estupidez”. Zaldua, desde Euskadi, señala que quizá está relacionado con los contextos periféricos, lo cual “no suele ser tan raro. Supongo que tiene que ver con el acceso más directo que nos proporciona, en el camino hacia la República Mundial de las Letras, un idioma como el español, así como un contexto que, hasta ahora al menos, no era reacio a cooptar escritores en lenguas periféricas como el catalán, el gallego, el asturiano o el euskera”.
En el contexto en el que se mueven estos escritores, y también en la situación en la que vive España en la que una vez más vuelve el debate sobre la enseñanza de las lenguas –principalmente en Cataluña– la pregunta del millón es si los que se expresan en las dos han recibido críticas desde diversos frentes. Por no pertenecer a un grupo u otro. Y ahí todo tipo de respuestas. Algunos indican que nunca, como Gabi Martínez, Harkaitz Cano y Txani Rodríguez. Los que insisten que al contrario, “es enriquecedor”, como admiten Cano o Rivas, que defiende “la idea de universalismo literario que expuso el extraordinario Miguel Torga: lo universal es lo local sin paredes”. Y los que sí se han encontrado con alguna llamada de atención. “He tenido que leer alguna tontería en algún chat, pero eso es inevitable en el mundo en que vivimos, en el que cualquiera, también personas con escasas luces, se puede expresar. Y el mundo del nacionalismo es especialmente sensible a esa oscuridad o a ese resentimiento”, sostiene Luisa Castro. Zaldua reconoce que cuando empezó a escribir, “como lo hacía en español, me intentaron ‘animar’ más de una vez a cambiarme al euskera, dado que sabían que yo lo sabía: había que hacerlo, en cierto modo, por la patria. Ahora que escribo más en euskera el comentario suele ir en sentido opuesto”.
La mayor separación entre grupos se suele producir en Cataluña. De hecho, Corominas señala que las críticas están más politizadas, sobre todo en la esfera pública: “Es como si escribir en castellano significara tomar parte en el tema que monopoliza la sociedad en este momento. A nivel personal no he tenido problemas. A nivel profesional sí, porque la lengua que usas te encuadra en un nicho muy concreto. Siempre digo que deberían desaparecer nichos y divisiones entre los escritores de una lengua u otra, que en muchas ocasiones, no siempre, parecen desarrollar amistades o grupitos en función de si escriben en catalán o castellano”. O estás en un lado o en el otro. Una pérdida para todas (las lenguas).
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.