A 50 años de la Carta desde una cárcel de Birmingham

Martes 16 de abril de 1963. En una celda, un hombre aislado del resto de los presos empuña su pluma y escribe en uno de los márgenes del periódico The Birmingham News: “My dear fellow clergymen:”.
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Martes 16 de abril de 1963. En una celda, un hombre aislado del resto de los presos empuña su pluma y escribe en uno de los márgenes del periódico The Birmingham News: “My dear fellow clergymen:”.

Quien empuña la pluma, un-hombre-de-raza-negra, cumple un arresto por contravenir la decisión de un juez que le prohíbe organizar manifestaciones públicas en Alabama, el estado más segregado racialmente del sur de los Estados Unidos. De la discriminación que existe en ese lugar no solo hablan los humillantes letreros que dueños de negocios locales empecinadamente se han negado a remover de las puertas. En ningún otro sitio ha habido un número parecido de ataques racistas con bombas a templos y casas que han quedado impunes: más de cincuenta atentados en la década de los cincuentas y principios de los sesentas y solo dos sospechosos enfrentan cargos.

Quien empuña la pluma, un reverendo de 34 años, no vive en Birmingham, Alabama, pero en ese lugar se encuentra preso. Escribe desde su oscura celda: “¿Qué tipo de gente vive aquí? ¿Quién es su Dios?” Es una ciudad que arde. De modo que el implacable Comisionado para la Seguridad Pública, Eugene “Bull” Connor, ha decidido apagar el incendio que consume la negras entrañas de Birmingham con recios chorros de agua que derriban a los manifestantes.           

Escrita por el reverendo Martin Luther King, Jr., la la “Carta desde una cárcel de Birmingham” representa el documento más emblemático de la lucha por los derechos civiles de la minoría afroamericana de los Estados Unidos. En ella, King increpa fraternalmente la carta abierta (A Call for Unity) de ocho clérigos que piden a la población que retire su apoyo a las protestas encabezadas por foráneos—refiriéndose a la organización “Conferencia para el Liderazgo Cristiano en el Sur” (Southern Christian Leadership Conference, SCLC), presidida por el reverendo. En su “Llamado a la unidad”, publicado en un diario local, los clérigos (todos blancos) se quejan de que las movilizaciones no contribuyen a solucionar los “problemas raciales” y sostienen que es posible proponer un enfoque constructivo que dirima los derechos en las cortes, no en las calles. Es, de alguna manera, un frío y distante llamado a la paciencia de “su” comunidad negra. Quienes suscriben el mensaje califican las protestas lideradas por el reverendo forastero como desatinadas e inoportunas.

La réplica del líder del movimiento de los derechos civiles lo muestra no solo como un elocuente ideólogo de la igualdad moral de las personas de honda raíz cristiana, sino principalmente como un político de formidable sagacidad. Un estratega que sabe leer el tiempo para usarlo a su favor. Si bien es cierto que la frase más conocida de su carta es el adagio “la injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes”, la esencia de ML King como líder se resume de mejor manera en su aforismo: “debemos usar el tiempo creativamente, sabiendo que siempre está el tiempo maduro para hacer lo correcto” (we must use time creatively, in the knowledge that the time is always ripe to do right).

La idea de escribir una carta desde la prisión le había sido sugerida meses atrás por el editor del New York Times Sunday Magazine, el poeta Harvey Shapiro, mientras King cumplía con otro arresto en Albany, Georgia. Quizá pensando en la fuerza emotiva que tienen los escritos carcelarios, Shapiro se había comunicado con personas cercanas al presidente de la SCLC para persuadirlo de publicar una epístola en la que hablase de su condición de preso político.

En dicha ocasión, King y sus consejeros descartaron el ofrecimiento, pero no pasaría un año para que llegara el momento propicio de su confección y difusión en el marco de una eficaz y controvertida operación política tendiente a llenar de inocentes las cárceles (muchos de ellos adolescentes y niños). 1963, diría después King, sería “el año de Birmingham”. 

La carta, escrita en los márgenes de un ejemplar del periódico en el que se publicó el llamado de los clérigos y en trozos de papel obsequiados a King por un guardia, irónicamente nunca aparecería en el Times. Una vez armada y descifrada por su principal colaborador Wiatt Tee Walker, como si fuera un rompecabezas, tipografiada por su diligente secretaria, Willie Pearl Mackey, y revisada por el reverendo, la versión final de la carta fue enviada a Shapiro, quien trató de convencerlo de ampliar el texto. Al conocer de la imposibilidad de que King accediera a la solicitud del editor del suplemento dominical, el propio periódico programó tardíamente la publicación de una versión editada de la carta para el 26 de mayo, más de un mes después de que fuera escrita. En esa demora, sin embargo, otros medios obtuvieron la carta.

De tal suerte que, sin el consentimiento de su autor, The New York Post publicó en su suplemento del domingo 19 fragmentos de ella, con lo que quedó cancelada su publicación por el Times. Casi enseguida, la versión completa del texto se publicó en otros medios impresos que de alguna forma también se habían hecho del escrito como el The Christian Century y el Atlantic Monthly. De igual manera, afines a la ideología pacifista del reverendo, los cuáqueros, agrupados en el Comité Americano de Servicio de los Amigos (American Friends Service Committee), publicaron la epístola en formato de panfleto que fue distribuido a nivel nacional entre diversas organizaciones religiosas y sociales en los Estados Unidos.

Más que ser una cabal respuesta a la crítica lanzada por los clérigos locales a las protestas, la “Carta desde una cárcel de Birmingham” es un eficaz alegato—escrito bajo condiciones de enorme carga simbólica—en el que el reverendo King busca exponer la naturaleza de su programa de acción directa no violenta y su justificación. En su comunicación, el reverendo señala que las movilizaciones buscan crear una crisis que traiga a la superficie injusticias que no pueden ser desatendidas por más tiempo. Las protestas no crean la tensión, como piensan sus censores, la exponen descarnada.

La desobediencia civil es legítima no solo porque es un deber moral oponerse a leyes que se consideran injustas sino porque se aceptan de manera abierta las consecuencias legales de transgredir el orden. Al usar su propia persona, su libertad, para llamar la atención sobre la existencia de una injusticia, el desobediente civil apela a la conciencia solidaria de la comunidad. La protesta social no vulnera el orden para chantajear al sistema, sino que pacíficamente busca sacudir a quienes con su apatía y silencio se convierten en cómplices.

Hoy martes 16 de abril se cumplen 50 años de esa carta. Se lee en este momento de manera solemne (casi teatral) en actos públicos conmemorativos, algunos de ellos celebrados en las propias prisiones de distintas partes de los Estados Unidos. Seguramente la escucha ahora mismo un-hombre-de-raza-negra, quien forma parte de un segmento de la población que tiene una probabilidad ocho veces mayor a la de un ciudadano blanco de terminar encarcelado.

De manera incidental a principios de este año el presidente Obama juró su segundo mandato el día en el que el calendario oficial conmemora al reverendo King, dándole a la fecha una connotación simbólica que, sin embargo, pocos preconizaron. Si bien la violenta discriminación racial que combatió elocuentemente Martin Luther King, Jr., se ha atenuado, su causa integracionista sigue vigente. No llegará el tiempo de los derechos, como profetizaron los clérigos, sino que se construirá imaginativamente dicho tiempo, como escribió el reverendo, por quienes comprendan el sentido de urgencia de su carta.

 

 

 

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Es profesor investigador en la Universidad de Guanajuato. Es autor del libro Transnational Social Justice, publicado por la editorial Palgrave.


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