Fotografía: Dejan Ptrovic

Entrevista con Ivan Krastev: “No estamos en una posición de defender a la Unión Europea, sino más bien de reinventarla”

En su libro más reciente, After Europe, el politólogo búlgaro reflexiona sobre el futuro de la Unión Europea: "Ya no está de moda pensar que Europa es el modelo de cómo ha de ser el mundo."
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Ivan Krastev, investigador del Instituto para las Ciencias Humanas de Viena, es uno de los intelectuales más respetados del ámbito internacional. Sus pares ven en este búlgaro nacido en Lukovit hace 53 años “una de las grandes mentes europeas actuales”, según los términos, por ejemplo, del historiador estadounidense Robert Kagan. Krastev, firma habitual del New York Times, ha dedicado su último libro, After Europe, a la crítica situación que vive Europa. Publicado poco antes de que Emmanuel Macron ganara las elecciones presidenciales francesas de 2017, Krastev se adentra en las grietas surgidas en el proyecto europeo, dando especial relevancia a la más reciente crisis migratoria.

 

¿Por qué escribió After Europe? ¿Cree que ha llegado el momento de hablar en pasado de Europa?

No creo que la Unión Europea se vaya a desintegrar. Pero creo que el modo en que entendemos Europa, al menos cierta manera en que vemos Europa y cómo funciona Europa, está ya enterrada, especialmente después de la crisis financiera de 2008. No estamos ahora mismo en una posición de defender a la Unión Europea, sino más bien de reinventarla. Y con esto no digo que haya que escribir artículos o libros sobre Europa, sino lanzar proyectos políticos que tienen que hacer el cambio posible.

Uno de los puntos del libro es señalar, por otro lado, que la desintegración de Europa, si tiene que ocurrir, no será por la presión de los euroescépticos, sino por las acciones que tomarán los gobiernos por miedo, precisamente, al colapso de la Unión Europea. Sin embargo, termino el libro con un tono más optimista de lo que incluso me planteé. Porque la capacidad de la UE de sobrevivir es una de las principales fuerzas que tiene para legitimarse. Pero si la UE va a seguir existiendo es algo que no sabemos. La respuesta no la van a dar actores como UKIP ni otros partidos euroescépticos, sino las elecciones venideras y cómo se comportarán los países frente a las crisis que están por llegar.

Se supone que la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron tienen que dar un impulso al proyecto europeo. ¿Hasta qué punto son capaces de darlo?

Lo que ha pasado con la elección de Macron en Francia y la renovada alianza franco-alemana para Europa es que, desde 2017, vivimos un cambio psicológico en Europa. En 2016, sin embargo, los europeístas estaban a la defensiva y sometidos a una sensación de fatalismo tras haber sido golpeados por el Brexit y por la elección de Donald Trump. Hemos pasado por un momento en Europa en el que todo el mundo estaba pensando en lo peor.

Se esperaba que Geert Wilders y su Partido por la Libertad en los Países Bajos fueran a ganar las elecciones generales de 2017, que Marine Le Pen fuera a ganar las presidenciales francesas, y se esperaba que las cosas fueran a cambiar a peor con las elecciones generales de Alemania. Pero lo que ha ocurrido es, sobre todo, no que no ganara Wilders, sino que Macron triunfara.

¿Tan decisiva fue la victoria de Macron en Francia para que en Europa se registrara un cambio psicológico?

Macron es un líder europeísta, pero también es alguien nuevo en la escena política. Él representa un nuevo tipo de energía frente a los populistas, ya sean de izquierdas o de derechas. En las elecciones de los Países Bajos, Mark Rutte [líder del Partido Popular neerlandés] ganó las elecciones, pero distanciándose de Europa. No quería ser percibido en esos comicios como alguien especialmente europeo.

Lo que hizo Macron, y forma parte de sus mayores iniciativas electorales, fue plantear cambios, que es lo que la gente quiere, pero cambios sin que ello signifique quedarse fuera de Europa. Siendo un entusiasta de Europa y, sobre todo, uniendo la idea de Europa y del cambio, ha hecho un gran servicio a todos los europeos. Además, Macron está en una mejor posición respecto a sus predecesores para lograr acuerdos con Alemania. No va a cambiar Alemania, pero tal vez logre que Alemania cambie algunas de sus políticas.

¿Es posible que Alemania cambie su actitud reticente para liderar en Europa?

Es posible. Merkel ha comprendido que ha de haber una alianza franco-alemana en Europa, porque Alemania no puede mantener ella sola Europa unida. Ahora, en Alemania, es posible que se apoyen algunas de las ideas de Macron, algo que no ocurría cuando François Hollande estaba en el poder. No hay que olvidar que Alemania ha cambiado en los últimos dos años. Uno de los hechos que ha marcado el liderazgo alemán en Europa es que, mientras que otras partes de Europa estaban sufriendo la crisis económica, con subidas del desempleo y pérdida de confianza políticos y medios de comunicación, Alemania no sufría esas crisis. Al contrario, Alemania viene de unos años de buenos resultados económicos, de buen rendimiento de los principales partidos, la confianza en los medios existía mayoritariamente. No había sensación de crisis. Pero esto cambió con la crisis migratoria.

¿Qué supuso para Alemania esa crisis?

En 2015, por primera vez, la sociedad alemana y el Gobierno alemán empezaron a tener sensación de crisis. Como consecuencia, Alemania entiende mejor ahora cómo se sienten los otros países que han pasado por grandes crisis en los últimos tiempos. También entienden mejor las limitaciones que pueden experimentar otros Gobiernos. Hace unos años, cuando Francia, Italia y España estaban sufriendo problemas económicos y sus representantes decían a Merkel que no podían tomar según qué medidas, por temor, entre otras cosas, al auge del populismo, Merkel no estaba interesada en escuchar. Ahora, sin embargo, ella tiene la experiencia de primera mano, pues tomando determinadas decisiones ha podido crecer Alternativa para Alemania [AfD, partido de ultraderecha y euroescéptico]. Por esto pienso que la alianza entre Macron y Merkel es muy diferente respecto a las sucesivas relaciones franco-alemanas que hemos visto en Europa desde 2008.

El proyecto europeo parecía estar en peligro. ¿Está ahora a salvo?

No creo que nada pueda estar asegurado estos días. El futuro de Europa va a ser muy diferente del que imaginábamos hace unos años. Entre otras cosas, porque el mundo ha cambiado y porque Europa también ha cambiado. Con la ampliación de Europa al este, Europa cambió mucho. Se ha tenido la sensación en Europa de que su soft power era irresistible, que la Unión Europea era un espacio por el que solo se puede estar deseoso de entrar. Pero ahora, la situación política mundial ha cambiado.

La relación con Rusia ha cambiado, también lo ha hecho con Turquía. Por eso, pensar, como se hacía hace unos años, que Europa es el modelo de cómo ha de ser el mundo ya no está de actualidad. Ha dejado de existir ese entusiasmo por un mundo con menos soberanía y más liberal. Las victorias electorales de Macron y de Merkel no pueden cambiar el hecho de que hay grandes partes del planeta que van políticamente en direcciones diferentes a la de Europa.

¿Qué piensa de las tensiones que generan en la UE gobiernos como el de Hungría o Polonia?

Se puede percibir que los gobiernos de Polonia y Hungría han roto con la UE. Pero la mayoría de los europeos, en todos los países, están convencidos de que están mejor dentro de la UE. En este sentido, el Brexit fue un gesto puramente británico. El deseo que mostró el resultado de ese referéndum no es algo que compartan el resto de europeos ni el resto de estados miembros. Sin embargo, el problema está en que no está claro cuál va a ser el futuro de la UE.

¿Tiene usted una visión de ese futuro?

El futuro de la UE es una cuestión abierta. Mi sensación es que, con la elección de Macron, y con la nueva alianza franco-alemana, se puede dar un nuevo impulso que beneficiará a la zona euro. La idea de Macron es decir que Polonia y Hungría han superado muchas líneas rojas y así convencer a Alemania de que es hora de consolidar la zona euro, concentrándose en España e Italia, para que haya más estabilidad en el sur de Europa. Estamos en un momento en el que la idea de la desintegración de Europa ha perdido peso. Acuérdese de que Marine Le Pen, tras la elección de Donald Trump, dijo aquello de que “la UE está muerta, pero aún no lo sabe”. Yo creo que hemos superado ese momento.

Pero siguen existiendo riesgos. Basta mirar la inestabilidad política en Italia.

Los mayores desafíos al proyecto europeo aún están por llegar. Estamos en una crisis poseuropea, con muchos riesgos por venir.

La amenaza del populismo, promovido por partidos en general euroescépticos, sigue ahí. ¿Existe un populismo europeo que pueda contrarrestar?

Si hay alguien que haya podido moverse en esa dirección, en la de un populista pro-europeo, ese es Macron. Porque durante mucho tiempo la UE se percibía como el statu quo. Se perdió el entusiasmo por Europa. Parte del éxito de Macron es que ha conseguido transmitir entusiasmo por Europa, pero no por una Europa tal y como es ahora, sino por lo que podría ser. Por eso ese mensaje resuena, especialmente viniendo de alguien que se presenta como líder de un movimiento y no de un partido de la política tradicional.

Con Macron, Francia está, respecto al populismo, en una situación muy interesante. En tiempos de la crisis económica, se observa que el auge del populismo fue cosa de la izquierda. En tiempos de la crisis migratoria, el populismo se identificó más con la derecha. En Francia, había ambas manifestaciones, con Le Pen y Jean-Luc Mélenchon. En un momento, parecía incluso que la elección presidencial francesa se jugaría entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Pero la victoria de Macron sugiere al mainstream cómo puede jugar un papel en países donde hay una gran sensación de crisis y donde los partidos tradicionales han dejado de contar con la confianza de los votantes.

¿Cree convincente la idea de una Europa con múltiples velocidades de integración?

Una de las principales ideas de la UE era crear más cohesión política y social para los miembros e incitar al resto a alcanzar los estándares europeos. Temo que lo que vamos a ver ahora es una mayor cohesión en la zona euro, que seguramente se institucionalizará más o contará con un presupuesto propio. Pero esto va a crear un sentimiento de separación entre clases dentro de la UE. Habrá clase business y clase económica. Me temo que muchos líderes políticos de la “clase económica” van a criticar la legitimidad de la UE en lugar de impulsar cambios.

En Centroeuropa, por ejemplo, hay sociedades que no son especialmente euroescépticas. Hungría, por ejemplo, está entre los países con las sociedades más europeístas del continente. Pero, por otro lado, allí se vota a un gobierno que dice que Bruselas no trabaja al servicio de los intereses de los húngaros. Son sociedades donde lo que prima es el nacionalismo, lo que es muy peligroso a largo plazo, porque tendrá manifestaciones en ámbitos como la política exterior y de seguridad común. La idea de la Europa de las múltiples velocidades tiene su lógica, pero si va demasiado lejos, muchos de los países miembros que no son parte de la zona euro van a sentirse en una suerte de zona de amortiguación de la UE más que dentro de la propia UE.

Pero al mismo tiempo, gobiernos como el de Polonia o Hungría han rechazado contribuir, por ejemplo, a una solución europea a la crisis de los refugiados.

Actualmente vivimos en una Europa que ha sido dividida por dos crisis. Por un lado, la crisis financiera, que dividió el norte del sur. En esta crisis, los países del centro y del este de Europa no se mostraron especialmente solidarios con el sur. Luego llegó la crisis migratoria, la de los refugiados, aquí el este se separó del resto. Existe un sentimiento antiinmigración también en el oeste de Europa y en el sur de Europa. Pero en Centroeuropa y el este existe un consenso antiinmigración.

Hay que entender la dinámica de esas regiones. Durante la crisis económica, allí los ciudadanos creían más a cuanto se indicaba desde Bruselas que a lo que se proponía desde sus Gobiernos. La lógica es sencilla, se decían: “no sabemos muy bien qué se hace en Bruselas, pero no puede ser peor que lo que plantean nuestros gobiernos”. Sin embargo, en la crisis de los refugiados, la lógica es la siguiente: “tal vez en Bruselas son más competentes, pero les damos igual”. Por eso empezaron a contar con más confianza los gobiernos nacionales que Bruselas. De ahí que la posición a venir de los gobiernos nacionalistas de Hungría y Polonia vaya a ser la siguiente: “si vamos a ir en la clase económica, entonces no van a tener derecho a decirnos cómo tratar nuestros tribunales, esto o lo otro”.

¿Cómo se sale de esta dinámica?

Ofreciendo, por ejemplo, a países como Hungría o Polonia ser plenos miembros de la Unión, de modo que la UE pueda dirigirse a sus ciudadanos para ofrecer avances reales a cambio de no apoyar las derivas de sus gobiernos.

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Salvador Martínez Mas vive en Berlín y es periodista especializado en información internacional.


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