Cortesía de Mike Nayna

Mike Nayna: “Nos enfrentamos a una hidra de tres cabezas: la teoría crítica de la raza, de la teoría queer y la teoría post-colonial”

El cineasta australiano acompañó a ese trío de intelectuales, Boghossian, Lindsey y Pluckrose, en el escándalo con el que pretendían revelar la inconsistencia de la “justicia social académica”.
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Si lo que se ha venido a llamar ‘woke’ es una amenaza para las democracias liberales occidentales, surge una pregunta de forma tan inmediata como urgente es encontrar respuesta: ¿Cómo enfrentarse a esas ideas identitarias que defienden los nuevos activistas de la “justicia social”? Los intelectuales estadounidenses Peter Boghossian y James Lindsey, y la británica Helen Pluckrose idearon una singular respuesta a esa pregunta. 

Atacaron lo que era, en 2017 la raíz del problema. A saber, las universidades estadounideses en las que los académicos, apoyados en sus publicaciones de ciencias sociales y humanas, estaban validando y propagando con aire de “falsa autoridad”una “jerga sin sentido” compuesta por palabras como “interseccionalidad o cisgénero”, según los términos de Boghossian. Él se ha referido a ese proceso universitario como “lavado de ideas”.

Para exponer los sinsentidos del “wokismo” académico, Boghossian, Lindsey y Pluckrose se remangaron, concibieron y redactaron artículos sin sentido alguno copiando los esquemas ideológicos y vocabulario del activismo universitario más en boga que solo unos valientes critican.

El proyecto secreto de ese trío de intelectuales-activistas “anti-woke” dio lugar a lo que se vino a llamar “El caso de los estudios del agravio”. Lograron publicar varios artículos cuyos títulos, ya de entrada, no tienen ni pies ni cabeza. Por ejemplo, “Entrando por la puerta de atrás: desafiando la homohisteria y la transfobia de los hombres heterosexuales a través de la recepción del uso penetrante de juguetes sexuales”, publicado inicialmente en la revista académica Sexuality & Culture. 

Boghossian, Lindsey y Pluckrose terminaron siendo descubiertos. El cineasta australiano Mike Nayna (Melbourne, 1984) acompañó a ese trío desde la fase de gestación de este escándalo que, para sus autores, ha revelado la inconsistencia de la “justicia social académica”. Nayna, ex reportero gráfico convertido en testigo de excepción del “caso de los estudios del agravio” firma el filme The reformers [Los reformistas]. Se trata de un documental de producción independiente que acaba de presentar y en el que cuenta cómo acompañó a Boghossian y compañía.

Nayna, además de testigo del “Caso de los estudio del agravio”, ha terminado siendo, también, punta de lanza del pensamiento liberal que se revela contra lo woke. No en vano, Lindsey y Pluckrose ponen en lo más alto de los agradecimientos a Nanya en su libro Cynical theories [Teorías cínicas] (Ed. Swift, 2020). “Nuestro agradecimiento especial va para Mike Nayna, el editor que tanto sufrió tantos borradores de este libro y nuestro asesor en jefe sobre accesibilidad para el lector común”, se lee en dicho libro, el superventas que probablemente mejor explique lo que ha pasado, en general, con las humanidades en las universidades estadounidenses y más allá

A Nayna, que explica en esta entrevista con Letras Libres cómo llegó a ejercer de testigo gráfico empotrado en la más exitosa operación contra el wokismo universitario estadounidense, no le tiembla la voz cuando dice que las teorías del identitarismo académico “están ahí para socavar los regímenes liberales”.

¿Cómo llegó usted a seguir, desde el inicio, a los autores de lo que se llamó en su momento “escándalo de los estudios del agravio”?

Supongo que hay que echar la vista atrás, al pasado, cuando era camarógrafo y editor para un canal de televisión australiano. Recibíamos allí comunicados de prensa de universidades sobre esos estudios y perspectivas de ciencias sociales, me refiero a las disciplinas que fueron objeto del escándalo. Yo encontraba esos estudios raros, y empecé a interesarme por ellos. Paralelamente, estaba muy interesado en la influencia de internet sobre la sociedad y las comunidades que se forman a través de él. Y, a partir de principios de la pasada década, vi como comunidades y grupos que se habían formado en internet empezaron a tener una manifestación en las calles en Australia.

¿A qué se refiere?

A que las protestas empezaron a ser muy distintas. Yo he cubierto muchas protestas, pero cuando se popularizó el uso de las redes sociales vi cómo se gestaban protestas en reacción a otras protestas, todo, básicamente, era resumible en gente de izquierdas contra gente de derechas. Empecé a ver protestas de gente de izquierdas y de derechas con barricadas de policía de por medio, porque me tocaba cubrirlas con periodistas. Desde la izquierda se hablaba de echar abajo el sistema, hablaban ya de cosas como el cis-heteropatriarcado y bueno, en mi opinión, cosas muy radicales. 

Pero el modo en que luego se hacía la cobertura en el canal para el que trabajaba, lo que hacían los medios de comunicación sobre lo que decían estos grupos de izquierda, no se alineaba con lo que yo veía en las protestas. Pasé mucho tiempo en estas protestas, tratando de entender de lo que estaban hablando. Porque tenían su propio vocabulario, sus causas, que me parecían radicales y extrañas. Conforme fui estudiando fue quedando claro que los activistas y manifestantes solían ser gente que venía de lo que se podría llamar “estudios identitarios”. 

Por ejemplo, ¿de los estudios de género, los estudios coloniales y demás?

Sí, estudios de género, estudios indígenas, todas esas disciplinas. Muchas de las ideas que manejaban estos manifestantes venían de un canon asociado a esas disciplinas. Eso me acabó llevando a las universidades. Fui tirando del hilo hasta ver que eran las universidades las que estaban en el origen de la cadena de distribución de estas ideas. De ahí que acabara hablando con académicos sobre estos “estudios identitarios”. Estaba tratando de saber de qué iban esas ideas, pero pronto me di cuenta de que estos académicos no me querían allí. Seguí investigando y pronto di con el otro lado de la discusión, la gente que estaba en contra de esas disciplinas. 

Se refiere a académicos…

Así es. Primero hablé con un profesor y académico al que no puedo citar, un especialista en civilización occidental. Recuerdo que me citó en su despacho y allí, empezó a hablar bajito sobre este tema hasta que decidió llevarme fuera de su despacho. Decía que estaba preocupado por si alguien le escuchaba. Acabamos en un café y habló de los efectos que estaban teniendo esos “estudios identitarios” y cómo él tenía que ir con mucho cuidado con lo que decía. 

En privado, él estaba en contra de estas disciplinas, pero no iba a decirlo. Públicamente, para él y otros, estas cosas eran como Lord Voldemort, aquello de lo que no se puede hablar o solo se puede mencionar en susurros. Ahí supe que ahí había una película. Aquel profesor universitario me llevó a contactar a otros académicos, y luego supe de periodistas y escritores contrarios a estas ideas en privado, pero todos ocultaban sus opiniones en público. En este proceso terminé dando con Peter Boghossian. Él me habló de que tenía un proyecto secreto.

Ese proyecto terminó siendo su documental The reformers

Ya tenía el paisaje intelectual, tenía los personajes y, en Peter Boghossian, un protagonista. Pero también hace falta una misión. Él y James Lindsey acordaron conmigo hacer la película sobre ese proyecto secreto, independientemente de lo que pasara. Yo, de hecho, pensé que fracasarían. Piense en lo mucho que hay que saber para publicar artículos en publicaciones universitarias como a las que se dirigieron. Me parecía imposible que dos personas críticas con ese mundo académico lograran escribir y publicar esos artículos en esas publicaciones. Pensé que la película sería sobre cómo varias personas cometen un suicidio profesional. 

¿Y en qué se convirtió finalmente su película?

La película es sobre el proyecto secreto que quiere revelar lo que realmente son esas disciplinas.

¿Cree usted que tuvieron éxito?

Sí. Tuvieron éxito por lo que implica que tres personas haciéndose pasar por integrantes de ese mundo académico publicaran siete artículos en diferentes revistas académicas de estas “disciplinas identitarias” –¡Uno de esos artículos incluso fue premiado!–. Hicieron cosas como relacionar de un modo académico cómo los perros se montan los unos a los otros en los parques con lo que se llama en estudios de género “cultura de la violación”. Lo que Boghossian me presentó en su momento como un proyecto secreto sí que consigue mostrarnos cosas sobre estas disciplinas.

¿El libro Cynical theories, de James Lindsey y Helen Pluckrose, pone la guinda al trabajo del que usted da cuenta con su documental?

Sí, yo colaboré en la redacción con James y Helen de Cynical theories. Es la culminación del trabajo de investigación que tuvo lugar en ese proyecto. Veo el libro Cynical theories como una obra de acompañamiento al documental.

Uno de los argumentos que se reprocha a los autores de esta operación para desenmascarar los “estudios identitarios” es que, si se trataba de un experimento, ha de haber un conocimiento de los participantes del experimento de que están participando en un experimento. 

La situación en este tema es tal que podemos escalar nuestra forma de actuar. Esa distante actitud académica que usted describe era más bien para otro momento. En 2023 tenemos que escalar. Además, hay que tener en cuenta que el método académico es demasiado lento. Hay que acelerar las cosas. 

En The reformers se aprecia, en cualquier caso, que, por ejemplo, Peter Boghossian intentó por activa y por pasiva hablar con los académicos e instituciones que acabaría denunciado con el “escándalo de los estudios del agravio”. ¿No es así?

Exacto. Estamos en un momento en el que, como dice Jonathan Haidt, en el mundo académico se aplican las normas como si fueran tenis. Pero estas disciplinas han entrado en la cancha de tenis y han empezado a arrollar a la gente. Ellos son los primeros que no siguen las normas. Por eso digo que, en la situación actual, las reglas del juego han cambiado. 

Previamente, usted realizó un documental sobre lo que pasó en la universidad Evergreen State College, Bret Weinstein, Heather Heying and the Evergreen Equity Council. En él ya se veía lo que estaba pasando con las humanidades y lo que denunciaban los autores del “escándalo de los estudios del agravio”. A su entender, ¿Qué está pasando?

Es difícil explicar en términos generales lo que está pasando. Cuanto más general habla uno, más detalles se pierden. Pero estamos ante un fenómeno generacional, tecnológico –con las redes sociales, que se han convertido en una herramienta de distribución ideológica– y muchas otras cosas más. La aparición de Tumblr, Youtube, Twitter y demás, sumado al canon de activismo en las universidades, hizo que proliferaran unas visiones del mundo extrañas pero que en internet tienen sentido. Pero ese activismo académico es anterior a las redes sociales. Pero, digamóslo así, ese canon se escapó del laboratorio una vez que las redes sociales empezaron a servir para la circulación de ideas.

Recordemos, básicamente, que esas ideas son lo que se conoce como teoría crítica de la raza, de la teoría queer y la teoría postcolonial.

Sí, a mí me gusta llamarlas las tres cabezas de la hidra a la que nos enfrentamos. Porque son teorías que están ahí para socavar los regímenes liberales. Los académicos que están trabajando sobre estas teorías se han colocado en posiciones de control de la evolución del pensamiento de la civilización occidental y están manejando los hilos. 

Hay gente que está plantando cara a estas teorías y a estas disciplinas de las humanidades que exponen los protagonistas de The reformers, pero parecería que no es suficiente. ¿Qué piensa usted?

No es suficiente, no. Es demasiado tarde para tener un comportamiento 100% académico. Ese comportamiento era, si acaso, para los años noventa. Piense en que hay artículos académicos defendiendo la meritocracia que acaban siendo publicados en publicaciones como The Journal of Controversial Ideas. O sea, que la meritocracia se ha convertido en algo controvertido. La defensa de la meritocracia, por tanto, ya no encuentra cabida en las grandes publicaciones científicas. En suma, los esfuerzos académicos en defensa de la meritocracia son un poco como los violinistas del Titanic. Mis respetos, pero es demasiado tarde.

¿Diría usted que tenemos un problema en el resto del mundo si atendemos a las Humanidades, que en Estados Unidos y el mundo anglosajón están corrompidas, como vienen a decir los protagonistas de The reformers?

Bueno, no creo, por otro lado, que las universidades estén jugando ahora un papel similar al que estaban jugando antes de la era de internet. Antes, el saber venía de las universidades. Pero eso ya no es así. La gente que gobernaba los espacios de saber e información ya no lo hace. Puede que trate de hacerlo. Pero su momento ha pasado ya. Decir esto tal vez sea demasiado radical. Pero no creo que estemos en una situación como la de los años ochenta o noventa. Sin embargo, el mundo occidental tienen un problema porque internet hace que las ideas circulen de forma muy diferente. 

¿Y cómo valora tentativas como la nueva Universidad de Austin, un esfuerzo universitario liberal en el que participa Peter Boghossian? También han surgido nuevos medios de comunicación en esta línea, como The Free Press, de la mano de Bari Weiss, u otras iniciativas como las de la propia Helen Pluckrose o James Lindsay.

No quiero sonar cínico después de lo que le acabo de decir. Es verdad que se están presentando soluciones. Creo que muchas soluciones para el mundo académico o los medios de comunicación –que también generan información y saber– vendrán de fuera de esas instituciones. A mí me interesan particularmente las soluciones que se están produciendo fuera de esas instituciones. ~

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Salvador Martínez Mas vive en Berlín y es periodista especializado en información internacional.


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