El sexto y último informe de gobierno de Enrique Peña Nieto marca el cierre simbólico de una administración que pudo ser y no fue. Tal vez ya se nos olvidó, pero en 2013 había gente que pensaba genuinamente que Peña Nieto podía llegar a ser un gran presidente. Y eso se pensaba porque la promesa básica de Peña Nieto fue una sola: la eficacia. No la honestidad, ni la sensibilidad social, ni el expertise técnico. Eficacia que se sintetizaba en una frase: “sé cumplir”.
Ya como presidente, Peña Nieto confió en un costoso aparato de propaganda gubernamental para comunicarse con la sociedad. Nunca desarrolló una narrativa política que apelara a emociones y a valores que unificaran a la gente para buscar objetivos comunes. Con una visión vertical del poder, Peña Nieto no sintió que fuera necesario acercarse al ciudadano. La publicidad sustituyó al discurso. “Mover a México” era el eslogan impersonal que se repetía para convencernos de que Peña Nieto y los suyos se bastaban a sí mismos para llevar al país a un mejor lugar.
La buena comunicación gubernamental promete poco y logra mucho. El presidente y su equipo prometieron mucho, y lograron muy poco. Ningún presidente de los últimos tiempos había llegado a su sexto informe con un nivel tan bajo de aprobación ciudadana y esto, desde luego, ha afectado severamente la capacidad gubernamental para comunicar y convencer. Cuando el mandatario no logró resolver las grandes crisis políticas de 2014 (Ayotzinapa y la “Casa Blanca”), cuando sus acciones incluso las agravaron, esas crisis de gestión se acumularon y se convirtieron en una gran crisis de liderazgo. Una comunicación eficaz pudo haber ayudado a mitigar sus efectos, pero sin decisiones adecuadas no había narrativa, ni discurso, ni control de daños que salvara la credibilidad del gobierno.
La hemorragia de confianza y credibilidad del presidente ha sido larga y penosa y a ella se fueron sumando nuevos errores de gestión (destacan la visita de Trump y el “gasolinazo”). En vez de asumirse como un líder que tenía que recuperar con acciones la confianza perdida, Peña Nieto insistió en una estrategia de comunicación que culpaba al ciudadano por evaluar tan duramente al gobierno. “Lo bueno no se cuenta, pero cuenta mucho” y todas sus inefables variantes (como “ya chole con tus quejas”, “hay quienes ven todo al revés”) así como los famosos exabruptos presidenciales (“no me levanto pensando cómo joder a México”, “ya sé que no aplauden”) son ejemplos claros de lo que no se debe hacer en comunicación gubernamental.
Así llegamos al sexto y último informe de gobierno. Con sus spots y su discurso, el presidente nos pidió lo mismo de siempre: evalúen con mayor comprensión y justicia mi trabajo. Pero la forma en la que comunica este mensaje es, una vez más, poco efectiva y contraproducente. Vemos en los anuncios de televisión a un líder político tratando de explicar en dos minutos los principales desaciertos y crisis políticas de seis años de gestión. Más allá de lo insuficiente del mensaje presidencial y lo superficial de su argumentación, lo que más sorprende es el manejo de la imagen: vemos al presidente sentado en una silla de su despacho en Palacio Nacional. La silla presidencial, la silla del águila, símbolo histórico del poder, está atrás de Peña Nieto, vacía, detrás de su escritorio. El despacho está un poco a media luz, porque parece que el inquilino ya no lo usa. Todo ello refuerza un mensaje muy negativo: él ya no está a cargo.
Por su parte, en el evento del sexto informe en Palacio Nacional, vimos un apego a rituales y formas rígidas de comunicación que a estas alturas solo pueden generar desinterés y rechazo. Lo más reprochable es el desdén por la retórica. Peña Nieto optó por recetarnos un spot gigante, con imágenes, gráficas y datos, muchos datos exaltando sus logros. Pero la audiencia no quería ver un comercial de televisión de dos horas. No quería saber sobre la “ventanilla única” para trámites ni cuántos desayunos escolares se sirven. Quería escuchar al menos una explicación, una reflexión, un acto elemental de rendición de cuentas.
El presidente debió aprovechar el momento final de su mandato para dar un mensaje político serio y defender las ideas que daban sustento a sus reformas: por qué cree en la reforma educativa, por qué cree en la reforma energética, cuál es el valor de la estabilidad económica que hereda a la próxima administración, qué tan difícil ha sido negociar con Trump y por qué es valioso lo que se ha logrado con un vecino tan antagónico. Pero no lo hizo. En este, como los cinco discursos anteriores con motivo de su informe, Enrique Peña Nieto nos dio demasiado poco y lo hizo demasiado tarde.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.