Cuando, hace ocho años, José Luis Martínez S me sorprendió solicitándome un prólogo a su libro La vieja guardia/ Protagonistas del periodismo mexicano, me arriesgué a trazar así su semblanza escrita (¿o devino en caricatura escrita?):
“Siempre que llego a la redacción de Milenio Diario encuentro a José Luis Martínez S. —delgado, de afilado rostro, de sagaces pequeños ojos y de gafas poderosas— ante el teclado del ordenador y en actitud de hipnotizar a (o ser hipnotizado por) la pantalla, todo él un garabato tenso y un emblema del curtido periodista poseído por la vocación que le da una raison d’être, metiéndolo hasta el cuello en su amado ‘infierno profesional’: su santo oficio.”
“El Santo Oficio” se titula la columna de Milenio Semanal en la que, con sonrisa lateral, con delgada y ágil prosa (famosamente exenta de la entorpecedora y dizque imprescindible palabra que), José Luis Martínez S. ejerce la crónica de la vida profesional de escritores, artistas, faranduleros y otros very importants persons & soliti ignoti que viven o se desviven en el tan diverso universo de la cultura aristocrática o popular o escondida de este país y del vario mundo.
Ahora en el libro El Santo Oficio / periodismo, literatura y cultura popular (ed. SEP/Conaculta, 2013) recoge Martínez S. ciento cuarenta de los textos publicados bajo el título general de la ya célebre columna joseluisiana- Así, su ejercicio semana a semana del periodismo cultural como historia de lo inmediato en la cultura, como rescate de la anécdota (esa espuma de los días, de de la historia y de la cultura, como digno elemento del quehacer primero periodístico y luego literario), ha felizmente llegado a su mejor destino posible: un libro, y, particularmente a uno de esos libros que, compuesto de artículos con muy diversos asuntos y temas, puede ser leído de corrido o saltando aquí y allá a lo largo de sus 350 páginas, como si en una fastuosa tertulia conversáramos pasando de un contertulio en otro.
Pero… ¿y El Cartujo? ¿Por qué el autor, José Luis Martínez S., inicia todas sus entregas de El Santo Oficio desde la circunstancia y los estados de ánimo de ese personaje quizá inventado? ¿Por qué ese heterónimo, el de un no tácito miembro de una insituable cartuja, es el que asume y expresa las emociones y muchos de los juicios que José Luis, tal vez queriendo ser meramente cronista, silencia o apenas insinúa? Me detengo a meditar ese misterio poniéndome el dedo índice izquierdo en la sien izquierda, según el de intenso pensar ilustrado por insignes personajes de novelas (de novelas algo convencionales, la verdad sea dicha), y deduzco que o bien José Luis Martínez S. tiene una escondida vocación de novelista y quiere ir semanalmente erigiendo un personaje de novela: el tal cartujo, o bien es púdico y, deseando expresarse tras una máscara (Larvatus prodeo) delega sus juicios y emociones en otro, que viene a ser, what a coincidence!, el tal cartujo.
Atinada aunque fantasmalmente (¿pues cómo está eso de que vivir es prescindible?) escribe Fernando Solana Olivares en su prólogo a El Santo Oficio:
“Bendito sea este monje cartujo de la memoria y de la prosa exacta: sus muchos más de los cinco lectores se lo agradecemos porque su paisaje de la época es una magnífica plegaria cultural e ilustrada que alivia de la precariedad actual. Vivir no es necesario; leer, escribir, recordar y reconocer lo que se vive sí. Entonces, José Luis Martínez S. es necesario.”
De acuerdo: ese Martínez S. es necesario y tal vez también lo sea el Cartujo, ese fantasma que le disputaba los íncipits de los artículos y ahora se apropia los íncipits de los capítulos de una subterránea o subcutánea novela que, así como se titula El Santo Oficio (título aterrador que evoca al Tribunal de la Inquisición), podría titularse La espuma anecdótica de los días Pues la anécdota, cualquier anécdota, es también cultura.
Anteriormente publicado en Milenio Diario (y modificado).