En 2001, el filósofo alemán Rüdiger Safranski (Rottweil, 1945) publicó Nietzsche. Biografía de su pensamiento, un repaso de las ideas y obras del pensador y un recorrido por su vida, desde su niñez hasta sus últimos años, cuando acabó enloquecido y rechazado por su familia. Ahora, al cumplirse el 175 aniversario del nacimiento del autor de La genealogía de la moral, Safranski, uno de los divulgadores más conocidos de su país –ha participado en diversos programas televisivos–, reedita su biografía en Tusquets con un nuevo epílogo en el que da algunas claves sobre la presencia del pensamiento nietzscheano en el mundo de hoy. Qué queda del hombre que defendió el vitalismo, la voluntad de los impulsos primarios frente a la oposición de la razón, el hombre que se creyó casi un genio desde que era niño y que generó ideas a veces instrumentalizadas por el nazismo. Safranski desmonta esta perversión y aprovecha para hablar de nuestro mundo, que ve muy preparado tecnológicamente pero muy mermado en cuanto a las pulsiones espirituales. Queda la máquina, desaparece el hombre. Y, según Safranski, Nietzsche, que siempre se mantuvo distanciado del cientificismo, ya lo había adivinado.
¿Todavía queda la imagen que dio de Nietzsche su hermana: un chovinista, racista y militarista?
Él no era chovinista. El nacionalismo le parecía una enorme tontería. ¿Por qué alguien debería estar orgulloso de su nacionalidad? Lo que él dijo es que solo puedes estar orgulloso de tus propios méritos. En cualquier caso, sabía que cada uno de nosotros, lo quiera o no, pertenece a una cultura particular. Y en cada cultura hay grandes diferencias, por lo que cada uno elige lo que más le gusta. Nietzsche primero amó la cultura de la Antigua Grecia, algo que compartía con Richard Wagner. Y más tarde abrazó la cultura francesa. ¿Racista? El antisemitismo le daba asco. Y ese fue el motivo por el cual al final de su vida rechazó a su hermana. ¿Militarista? En la guerra francoprusiana de 1870 se sintió un patriota prusiano y quiso combatir. Se alistó con el equipo médico. Tenía un ideal de la masculinidad asociado con la valentía y el coraje, así como con la capacidad y la voluntad de moverse, individual y colectivamente. Eso en sí mismo no es malo. Se convierte en algo malo cuando se pervierte.
En el epílogo usted señala que Nietzsche en realidad no aporta ninguna solución a los problemas. ¿Qué podemos aprender de él hoy?
No se puede contestar en una frase. En cualquier caso, Nietzsche estaba convencido de que la vida no es otra cosa que una suma de problemas. Y es necesario acabar con la ilusión de que se pueden solucionar. Se debe aprender a vivir con los problemas para así ganar en vitalidad. Cada momento de la vida es valioso. No hay una verdad que lo abarque todo. Hay solo perspectivas que a veces compiten entre sí y otras veces cooperan.
Parece que algunos gobiernos europeos han asumido hoy ese concepto de “la voluntad de poder” del que tanto habló Nietzsche.
La política necesita esa “voluntad de poder”, si no, no existiría. La pregunta es si sirve para la autoafirmación de una comunidad o para la dominación. Las luchas de poder aumentan porque las orientaciones que están unidas se disuelven. En la época de la Guerra Fría el mundo tenía clara la división Este-Oeste. Hoy lo que tenemos son diferentes “voluntades de poder”. Trump materializa esta “voluntad de poder” de forma muy robusta; Merkel de una manera más oculta. Hablar de “globalización” es solo la mitad de la verdad; la otra es la pluralidad, en parte como un movimiento a la contra. Eso también lo podemos ver en España. Yo solo espero que España no se disuelva en sus diferentes partes porque las regiones quieran jugar con el concepto de nación. Es una globalización del nacionalismo bajo el disfraz del regionalismo. En definitiva, los juegos de poder.
¿Estamos ante un triunfo de lo dionisiaco o de lo apolíneo? Es decir, ¿de los impulsos primarios o de la razón?
La cultura pop es dionisiaca. Con tapones en los oídos, te envuelves en mundos sonoros. Hay más impulsividad, menos razón. La estupidez va en aumento. Cuando algo se globaliza siempre es por los niveles más bajos.
Usted escribe: “no hay ningún filósofo que haya usado con tanta fuerza la palabra ‘yo’”. ¿No nos encontramos ante un momento de gran individualismo? El “yo” sobre todas las cosas. Me estoy refiriendo a las políticas identitarias.
Cada uno de nosotros es un “yo”. Depende de si simplemente quieres serlo o si quieres hacer algo con ello. La mayoría de las personas quiere formar parte de un grupo. Cada uno es como los otros y nadie es uno mismo, dijo una vez Heidegger, que acabó uniéndose luego al movimiento colectivo nazi. Traicionó a su “yo” y se convirtió en un conformista. Aunque hoy hablemos de la era del individualismo de lo que se trata en realidad es de una era de conformismo creciente. Hay más redes y más adaptación a la burbuja respectiva. Las políticas identitarias son el intento de establecer ciertos comportamientos, ciertos hábitos, ciertos gustos, incluso idiotas, bajo el amparo de la protección de la especie y la naturaleza. Pero Nietzsche era realmente un individualista que sí desarrolló una filosofía del individualismo.
¿Qué entendía Nietzsche por el concepto de libertad?
Tenía un concepto muy individualista de la libertad. No se preguntaba por las reglas democráticas del juego sino por cómo podía desarrollarse creativamente cada uno. Para él ser libre también significaba estar libre de toda ideología. Ninguna dependencia de los prejuicios de los otros. Libre de la hipocresía moral, libre de la sumisión religiosa, libre del nacionalismo.
Otro tema es la relación entre el pensamiento de Nietzsche y la juventud. Hoy los impulsos vitalistas que se atribuyen siempre a la juventud parecen un poco mermados.
Hoy es raro. Los viejos quieren ser como los jóvenes en la ropa, los gustos y hasta el lenguaje. La televisión es tan infantil que parece hecha solo para los niños. Los libros, que en realidad son para jóvenes, se convierten en bestsellers entre los adultos. Mientras los adultos se vuelven cada vez más infantiles, los jóvenes están preocupados por la pensión. Por un lado, hay una infantilización, y por otro, una senectud anticipada. Los jóvenes están a menudo algo seniles, pero viven todavía en casa de su madre. El mundo es absurdo.
¿Se mantiene la cultura del principio socrático? Contra la que, por cierto, Nietzsche no estaba de acuerdo.
¿El principio socrático? Si te refieres a la “racionalidad”, entonces todavía permanece. Tenemos la “racionalidad” de los medios tecnológicos, pero los objetivos para los que han sido creados no son en muchas ocasiones racionales o inteligentes. En la sociedad digital muchas veces se comunican tonterías. La red, que es un desarrollo técnico altamente racional, en términos de contenidos es una plaza de desinhibición primitiva. El hecho de que la gente deje que se compartan sus datos y que les controlen muestra lo tontos e infantiles que somos. Mi impresión es que el nivel técnico de la civilización ha aumentado, pero el espiritual ha bajado. Eso es algo que Nietzsche ya adivinó.
Otra cosa que Nietzsche adivinó: la figura del mito. Hoy parecemos todos imbuidos en una cultura de mitos.
Ciertamente. Las fake news están organizando y desorientando nuestro mundo. Podría decirse que estamos ante el reinado de nuevos mitos triviales. ¿Cuáles son hoy los mitos? Una reducción narrativa de lo complejo, diría un teórico del sistema. En lugar de decir “la verdad”, te diré “algo”. En alemán tenemos una bonita expresión: “Alguien desata un oso”… [quiere decir que alguien te está contando algo que es falso con la esperanza de que te lo creas].
Se dice que la Ilustración murió porque el hombre necesitaba volver a creer. ¿Estamos en un momento de vuelta a las creencias?
Chesterton dijo: quien no crea en Dios, no cree en nada y por lo tanto, todo es posible. Y el romántico Novalis dijo: cuando Dios desaparece, vienen los fantasmas. Eso significa que la creencia que pierde su dirección estética se aferra a todo lo posible, desde el clima, las preguntas sobre el género, las parejas homosexuales, los coches diésel, el agujero de ozono, el muro contra México… Uno se afilia entonces a la creencia en una identidad propia y en la del grupo.
¿Estamos entonces en una era romántica en términos de creencias?
En absoluto. Hay una gran falta de imaginación. Hay demasiados pensamientos banales, hay una primacía de la economía. Hay demasiada moralidad en algunos medios y muy poco espíritu, como resultado de la comunicación digital. El romanticismo necesita de la trascendencia y hoy esta apenas existe.
¿Cuál es el libro más influyente de Nietzsche hoy?
Objetivamente, Así habló Zaratustra. Pero para mí La gaya ciencia es el más bello porque está lleno de un espíritu libre, sin pathos, sin predicaciones…
El año pasado se celebró el doscientos aniversario del nacimiento de Marx. ¿Sobrevive hoy Marx mejor que Nietzsche?
Marx vive como el capitalismo vive, y tiene todavía una larga vida por delante. Nietzsche permanecerá mientras haya personas que tengan un sentido de la sabiduría y de la belleza y un pensamiento original. Mientras esa gente no se muera, vivirá Nietzsche. Esto quizá no dure tanto como el capitalismo.
¿Qué filosofía nos explica mejor el mundo de hoy?
Las épocas no necesitan explicarse. Es fácil y es mejor tomarlo así. Ninguna filosofía ayuda contra lo inmutable. Pero uno puede vivir su época con una bonita ocupación, incluso filosofando. Y cuando alguien le pregunte “¿qué haces?”, siempre puede responder: “Estoy preparando mi siguiente error.” ~
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.