El mito romántico del cine, el de transformar a un hombre desposeído en una superestrella, no es del todo ficticio. El guionista Michael Arndt es un ejemplo rentable. “Escribí Little Miss Sunshine estando desempleado. No había ganado un centavo por escribir, no tenía agentes, ni créditos como escritor. Era un total perdedor”, relata. Y cuando, arruinado, está a punto de solicitarle a su madre que lo deje vivir en el sótano de su casa, el guion es producido, recibe el Oscar y su carrera asciende meteóricamente. Pero para que el mito se convierta en realidad hace falta obtener el crédito. Y para obtenerlo, los guionistas deben pelear contra sus colegas. En el libro The Shocking Miss Pilgrim: A Writer in Early Hollywood, la escritora Frederica Sagor Maas revela las miserias que durante los años veinte y treinta tuvo que soportar para que se reconociera la autoría de sus historias. Esas miserias subsisten y Arndt las padece. Traiciones, demandas, riñas formales y escenas de pugilato son una constante. Lo siguiente es una mirada a esas controversias motivadas por la quimera de los guionistas: conseguir el crédito de los libretos que escriben.
Bruce Joel Rubin, escritor deGhost, establece que la causa de este envilecimiento es la marginación con la que se violenta al guionista: “En Hollywood, el escritor es una entidad de la que se abusa de manera cruel al permitírsele participar muy poco en la obra que crea”. La inmensa mayoría de los guiones que se ofertan no se venden. De los que se venden, pocos se producen. Y los que se producen son tan manoseados que el escritor original tiene que combatir si quiere ver su nombre en pantalla. “¿Viste la película de Tarantino, Django Unchained?”, pregunta Marcus Long, un cineasta afroamericano egresado de la escuela de cine del University of Southern California: “Así es como tratan a los escritores aquí. Somos lo más bajo y tenemos que enzarzarnos en batallas absurdas entre nosotros para defender lo que nos pertenece. ¡Como una pelea entre mandingos!”
El Writers Guild of America forma una comisión de arbitraje para determinar qué escritor(es) recibe el crédito cuando hay una pugna. El panel, compuesto por tres guionistas, lee todos los borradores y versiones, la novela si es una adaptación, y las cartas de los contendientes donde estos exponen las razones que los hacen merecedores de crédito. “Es tanta la frustración y el hambre de éxito, que a muchos guionistas no les importa estar asociados con películas malas”, dice Long. Veintiocho escritores compitieron por crédito para Catwoman, que figura en muchas listas como una de las peores cintas jamás filmadas. Quince cartas se redactaron para disuadir a la comisión. “El Writers Guild es un lugar salvaje. Es un juego duro, un juego muy duro”, dice John Carpenter.
La ojeriza entre los guionistas es capaz de escalar hasta niveles impensados. Paul Brodsky es contratado por un estudio para reescribir el guion de un autor, como él, de origen ucraniano y al que llama 'Ruslan'. Tras arbitrar, el WGA le concede todo el crédito a Brodsky, y a Ruslan solo el de Historia De. Un día, al salir Brodsky de una tienda de conveniencia en Reseda Boulevard, en Los Ángeles, un hombre con una gorra calada se apea de un coche y le echa ácido al rostro y huye. Era Ruslan. “Quiso arreglar las cosas a la manera ucraniana, pero falló. Sobreviví de milagro”, dice Brodsky. Y es que, como señala David S. Ward, quien reescribe The Mask of Zorro sin mención, los intereses personales y financieros involucrados son cosa seria: “No recibir crédito por mi trabajo me costó probablemente medio millón de dólares”.
Lo anterior nos conduce al caso de Michael Arndt. Cuando el escritor se niega a hacer los cambios al guion de Little Miss Sunshine que Focus le exige, la productora lo despide y contrata a otro que realiza todas las modificaciones posibles. El nuevo escritor sabe que si contribuye con un cincuenta por ciento o más, los panelistas del WGA le darán el crédito y el mito del cine se hará realidad para él. Circunstancia que la escritora de When Harry Met Sally…,Nora Ephron, reconoce sin embozo: “Es que cuando eres contratado para reescribir un guion, no piensas en respetar al escritor original”.
Ni el gurú Robert McKee está exento de los tratos leoninos que ocurren de ordinario en la industria. Tratos que, según él, malograron la producción de sus guiones. “¡Es injusto, es totalmente injusto!”, dice. ¿Es la injusticia entonces el estado natural de las cosas en el mundo de los guionistas? ¿No existe una manera de remediar esta situación? Para el director y escritor Adam Rifkin sí hay una manera: la amistad de Tom Cruise. “Si eres amigo de Tom Cruise y él se compromete a ser la estrella de tu guión, tu guión se vuelve a prueba de todo tipo de rechazos y abusos”.
Además de Tom Cruise, hay alguien capaz de ofrecer ayuda: The Dude, el personaje de los hermanos Coen en The Big Lebowski. Barbara Mazzola es psicóloga y atiende a guionistas en su consultorio de Vine Street, en Hollywood. “Mis clientes, debido a esta competencia caníbal, están deprimidos, tienen preocupaciones económicas, desórdenes alimenticios, hábitos sexuales sospechosos, consumen drogas. De pronto, uno de ellos llega a su cita mensual con el rostro iluminado”. Ese cliente es Marcus Long y el responsable de su cura es The Dude and the Zen Master, libro del actor Jeff Bridges y el budista Bernie Glassman. En el texto, los autores exploran el pensamiento zen a partir de las frases de The Dude. “He encontrado el sosiego en medio del caos, lo juro. Me gusta contar historias de cine, pero ahora me interesa más la historia de mi vida. No tengo que pelear con nadie por ese crédito porque mi vida le pertenece al Universo”, dice Long. Por la hondura filosófica de las expresiones de The Dude, el maestro Glassman se refiere a los hermanos Coen como los hermanos Koan.
Guionista egresado con Mención Honorífica de la carrera de Ingeniería Industrial y de Sistemas por el Tecnológico de Monterrey.