Ciudadanos tenía históricamente una imagen de partido liberal progresista que podría pactar a izquierda y derecha. Siempre se le criticó por ello. Se le llamaba equidistante, veleta, ambiguo. Otros señalaban que no había espacio para un partido liberal en España. Pero el partido prometía que había que intentarlo, y aún hoy habla de liberalismo cuando explica sus ideas.
Pero los meses previos a la moción de censura a Pedro Sánchez lo colocaron en una posición diferente y tentadora: las encuestas indicaban que podía dejar de ser el partido liberal pactista y convertirse en la primera fuerza de la oposición y en la primera fuerza del centro derecha, por delante del PP. El partido se creyó ese papel.
Durante los meses de gobierno del PSOE, Cs hizo una oposición dura, a veces más dura que la del PP (especialmente con el tema catalán). Se colocó sin ambages en el bloque de la derecha, a pesar de que era un bloque muy escorado y radicalizado con la aparición de Vox. En las elecciones del 28 de abril, el partido quedó a apenas 9 escaños del PP. Podía actuar como la oposición de facto ante la debacle de los conservadores. Pero en las autonómicas y municipales, donde el bipartidismo tiene mucha más penetración que los partidos nuevos, sus esperanzas se frustraron. El PP recuperó su papel de líder de la oposición. Ciudadanos se vio un poco descolocado.
Los partidarios del Ciudadanos más socialdemócrata, que llevaban años quejándose de que el partido eliminara esa etiqueta de su ideario, creyeron entonces que el partido volvería a sus orígenes socioliberales, después de una travesía incómoda por el bloque de la derecha. Era el momento de apelar al “cambio” y no simplemente pactar con el PP. Sus esperanzas duraron poco. Ciudadanos aplicó una plantilla única en la mayoría de ayuntamientos y asambleas regionales en la que priorizaría los pactos con PP y Vox (en muchas ocasiones sin tener en cuenta el contexto).
El caso del Ayuntamiento de Barcelona es el más sorprendente. Si no fuera por Valls, el alcalde hoy sería el independentista Ernest Maragall. Ciudadanos prefería a Maragall antes que mancharse las manos en una investidura de Colau. Es cierto que se rumorea que Valls planea crear una plataforma o partido de corte catalanista liberal, algo que debe molestar claramente a Ciudadanos, que lleva años queriendo romper el consenso catalanista (que al final han acabado rompiendo los independentistas).
Pero sorprende que Ciudadanos diga que Colau es lo mismo que Maragall: dudo que haya un sector en ERC que no sea independentista, pero sí sé que hay un sector en los comunes antiindependentista (o al menos anti-unilateralista). Como hipérbole electoralista está bien decir que los comunes y ERC son lo mismo: Colau ha sido tibia y a menudo cómplice de independentistas. Pero a la hora de la verdad, es preferible ella que ERC.
Ciudadanos difícilmente se abstendrá en una investidura de Pedro Sánchez. Si lo hiciera, sería una buena noticia para quienes desean que los independentistas no influyan gobiernos nacionales. Pero quizá descolocaría a su votante, que ya poco a poco se va perfilando como exclusivamente el desencantado con el PP. E incluso serviría al PSOE para acusarle (cuando toque, porque las cosas cambian muy rápido) de veleta e inconsistente de nuevo. Ciudadanos quedaría otra vez desubicado.
Ciudadanos lleva un tiempo aspirando a ser algo más que un partido liberal urbano de clase media. Es algo importante para no caer en el error de UPyD y de Podemos, partidos urbanos sin apenas presencia en la España rural o de provincias. Pero con este giro corren el peligro de perder sus apoyos iniciales, también muy importantes: las clases medias urbanas con profesiones liberales. Da la sensación de que el partido ha idealizado un electorado rural o de provincias con resentimiento hacia las ciudades y los hipsters que comen quinoa y van en patinete. Es una estrategia populista poco inteligente. El partido se está moldeando a partir de una concepción frívola de su electorado: esto es lo que quieren, y vamos a dárselo, aunque vaya en contra de nuestros principios. Pero existe el peligro de la profecía autocumplida: al perseguir a un tipo de votante al que hemos idealizado lo estamos también creando.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).