La reelección parece haberle sentado bien a Barack Obama. En al menos un par de asuntos en los que se había negado a actuar, el presidente de Estados Unidos parece ahora dispuesto a tomar la iniciativa. Su discurso del miércoles sobre la necesidad de un control de armas más estricto fue histórico. Pero lo que augura mejores tiempos es su decisión de “saltar” al Congreso para firmar, en cambio, órdenes ejecutivas. El gesto revela que, como con la decisión de la acción diferida para los jóvenes indocumentados, Obama no se tocará el corazón para evitar, en la medida de lo posible, a un Poder Legislativo experto en la polarización y la parálisis. Además, Obama ha aprendido a leer el pulso de la opinión pública: como parte de su discurso de las armas, pidió a los ciudadanos que ejerzan su derecho democrático y presionen a sus legisladores si es que quieren cambios profundos. El equipo del presidente claramente sabe que, después de la matanza de Connecticut, una mayoría (estrecha) de estadunidenses apoya algún tipo de cambio considerable en la legislación. Esa misma coyuntura incidirá en la discusión de la reforma migratoria. En ese asunto, además, Obama tiene la bendición de tener enfrente a un adversario político al que quiere infligir, digamos, una derrota preventiva. El senador republicano Marco Rubio es, sin duda, la gran esperanza de su partido para 2016, con el voto hispano y en general. Pero, para alcanzar su potencial, Rubio debe llevar a su partido a la moderación en cuanto a la agenda migratoria. Para ello, ya ha planteado un proyecto de reforma. La respuesta de Obama ha sido genial, tácticamente: a sabiendas de que Rubio no puede proponer cambios de verdad significativos desde la trinchera republicana, Obama ha puesto todavía más fichas en la mesa, anunciando que buscará una reforma migratoria mucho más ambiciosa de lo previsto. Así, obliga al republicano de mayor perfil rumbo a la siguiente elección presidencial a enseñar sus verdaderas cartas. En una de esas exhibe elbluf de Rubio y hace historia de la buena con la aprobación de una reforma para los 11 millones de indocumentados. Si le sale, le dará una lección a los que alguna vez dudaron —dudamos— de su talento como jugador de póquer.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.