En la ciudad de Colima se llevó a cabo la edición 40 de la Muestra Nacional de Teatro. Contra las expectativas que causaron los recortes al sector, los retrasos en los pagos al Programa Nacional de Teatro Escolar y la supresión de la mayoría de las muestras estatales y regionales, no existió en las actividades aledañas reivindicación, reflexión o debate profundo respecto a la precariedad del gremio. Sin embargo, la austeridad era evidente no solo en lo ornamental sino en la programación misma, pues se apostó por montajes de pequeño y mediano formato, por compañías con trayectoria sin consolidar y por una curaduría con dos líneas de acción fundamentales: la migración (especialmente el paso de centroamericanos por México) y el papel de las mujeres en el concierto social actual. La austeridad económica y temática y la redundancia argumental devinieron en una programación decepcionante para quienes buscaban ver “lo mejor del teatro nacional”. No deja de llamar la atención que quizás haya sido la MNT con menor cantidad de actores profesionales, de personas educadas bajo el rigor académico de la interpretación formal, dado que se echó mano de actores y actrices provenientes de entornos comunitarios, penitenciarios o escolares en algunas puestas.
Colima demostró que tiene infraestructura teatral de sobra, público entusiasta y muchísimos voluntarios que se comprometieron a recibir a decenas de especialistas que llegan año con año a la MNT. Los anfitriones, lamentablemente, no se vieron representados por trabajos escénicos prolijos. Salvo por la Luz que causa una bala, de Saúl Enríquez con dirección de Karelia Amezcua, el resto de las puestas en escena locales mostraron rezago frente a las de otras localidades.
Infancia es destino
Las puestas en escena para jóvenes no fueron tan importantes en la curaduría de la MNT, pero sin duda las infancias tuvieron un papel central en la programación. Resalto Príncipe y Príncipe, adaptación del cuento Rey y Rey de Linda de Haan y Stern Nijland a cargo de Perla Szuchmacher, quien complejizó en la teatralidad de los cuentos infantiles con finales de boda real para generar un texto que sigue, en esta versión dirigida por Artús Chávez, el recorrido de un príncipe (Tadeo) hasta el amor de una persona de su mismo sexo. Este sencillo y necesario relato, un clásico del teatro nacional, es una de las obras simbólicas del cambio de paradigma en lo social y artístico que ha sufrido la literatura dramática en lo que va de siglo. También fue estimulante la obra Pulsar de Teatro al Vacío, para primera infancia, donde destaca el uso de un solo material, la madera, para construir un universo simbólico atractivo para la mirada de los bebés, que no pierden la atención del cuerpo de los actores. En el teatro para primera infancia se lee la tensión de la puesta en escena sobre todo en los ojos de los espectadores. Ahí está su necesidad como motor creativo: la posibilidad de entablar un puente sensible a partir de los gestos y de la curiosidad de los bebés, convertidos por fin en ciudadanos del arte y la cultura.
La puesta en escena que abrió la MNT, La vieja rabiosa del norte, de Antonio Zúñiga, contó con sobresalientes interpretaciones femeninas que no fueron suficientes para que el acontecimiento teatral pasara de lo discursivo a lo dramático, y por lo tanto la urdimbre se perdiera en un muestrario audiovisual poderoso, que se encamina pronto a repeticiones que no ayudan al avance de una anécdota que se repitió en más de una puesta en escena: el periplo de los migrantes centroamericanos, nuestro país como territorio de dolor y desesperanza. En cambio, El día de ir y venir, de Yucatán, bajo la dirección de Alejo Medina, conmovió no solamente porque relata la movilidad de las tribus sociales, generando una metáfora contemporánea entre sociedades nómadas y sedentarias al interior de nuestros grupos y sus diferencias, sino porque incorporó felizmente a su objeto de estudio (la infancia) al entramado escénico y lo convirtió en herramienta lúdica, interacción respetuosa y sensible.
La victoria de lo real
Señoras (una obra con mi mamá y sus amigas), un ejercicio similar a los biodramas que la década pasada fundó la argentina Vivi Tellas en Buenos Aires, echó mano de tres mujeres potosinas que contaban, de forma enternecedora y distendida, su historia de vida. Aunque lo interesante de esta estructura dramática es el mecanismo de exhibición de la autobiografía, bajo la promesa rotunda de ausencia de ficción, es evidente que hacia el final de la puesta el tono melodramático y cursi que concentra “lo imaginado o soñado” por estas tres señoras, impide que el espectáculo profundice en la promesa inicial: la de ser una obra sobre una mamá y sus amigas. Así, parece más bien la puesta en escena que una hija teatrista (que está presente con micrófono y computadora) tramó para aprovecharse de cierto sentimentalismo pueril de tres señoras comunes y corrientes. Sin embargo, el formato, la intención creativa y especialmente la vitalidad de esas tres señoras fue sobresaliente y refrescante. Un teatro fundado en la intimidad de lo familiar.
El silencio que abrasa, de Yucatán, dirección de Ariadna Medina y Juan de Dios Rath, prometía ser un espectáculo revelador centrado en la migración yaqui a Yucatán durante el porfiriato. Sin embargo, la actriz pasa por encima de este tema y desvía la atención para centrarse en la perdida de su madre: el triunfo del folklore personal. A pesar de la propuesta visual y de la limpieza de la escena, la insistencia de la protagonista por ahondar en su propio dolor nos precipitó al tedio.
No fueron pocas las obras centradas total o parcialmente en la supresión de la ficción, en la insistencia de lo autobiográfico para validar el lugar del actor o actriz en la puesta en escena, ofreciendo datos, párrafos enteros de notas de prensa, fotografías o estudios académicos y estadísticos, historias extraídas de declaraciones o de experiencias personales. El teatro mexicano está conectado al periodismo y se convierte también en receptáculo de la memoria de la sociedad. Indudablemente este tipo de teatro Wikipedia no siempre es afortunado en su resolución, pero no cabe duda que ha pasado de ser una excepción a una tendencia, quizá alimentada por el éxito del grupo Lagartijas tiradas al sol.
El teatro comunitario fuera de contexto
Está de moda lo comunitario. Si una experiencia teatral ha sido inoculada en esta administración, es la de crear para/desde/con las comunidades, ya sean rurales, escolares, indígenas o en desventaja social. Sin embargo, poco se repara en las diferencias entre escribir y dirigir un texto dramático pensado para una comunidad, hacerlo genuinamente desde una comunidad que se abre al teatro y que sean ellos mismos los creadores/espectadores, o trabajar como parte de un grupo social y generar desde el consenso un espectáculo que será exhibido en otro contexto. Porque el teatro comunitario puede ser al mismo tiempo colonización y manipulación ideológica, pero también redención y encuentro inédito con la otredad. En esa cuerda floja estamos, como funámbulos, tratando de resolver qué hacemos con las comunidades sin que sea dogmatismo o coacción artística.
Al respecto, hay ejemplos como La casa de mi madre, de Marco Petriz, que resultó ser un ejercicio melodramático y con una actoralidad que, fuera del contexto del Itsmo de Tehuantepec, parece forzada, aunque tendríamos que haberlo en su lugar de creación para notar las reacciones del público oaxaqueño frente al relato de tres hijos que han perdido a su madre y generan entre ellos animadversión. Quizá sea uno de los trabajos menos logrados de Petriz, quien desde 1987 ha generado espectáculos memorables con el Grupo Teatral Tehuantepec. Pero insisto en que el cambio de latitud puede afectar la mirada, dado que se trata de un teatro para su comunidad.
Ruta #Aire de Colima, se convirtió en la obra de humor involuntario de la Muestra. En la cancha de usos múltiples El Tívoli de Colima (una colonia popular), un grupo de jóvenes artistas circenses ofrecieron un espectáculo de teatro físico redundante y técnicamente insuficiente, cuya principal virtud parecía simplemente el uso del espacio público. El convivio entre especialistas y público parecía ser lo más importante, sacrificando el contenido. Al contrario, Cómo llegar a Fuenteovejuna, con el grupo Los de Abajo de Sara Pinedo, genera la noción contraria: un grupo comunitario unido y con largo aliento que detonó en un recorrido (técnicamente descuidado y en un horario desventajoso) por el Parque de la Piedra Lisa, hacia una construcción alegórica potente respecto al clásico del Siglo de Oro. Ideológicamente enérgico, eficaz en la construcción del empoderamiento social y especialmente femenino, producto de una experiencia de Teatro del Oprimido, la rutina solamente era completa en lo escénico en el tramo final.
El cabaret es tendencia
Quizá lo más afortunado en esta MNT fue la presencia del cabaret como un lenguaje común en la escena mexicana, ya instalado de pleno en la programación de cualquier festival. Las hijas de Aztlán, de César Enríquez con la compañía de Teatro Penitenciario de la Ciudad de México, provocó carcajadas a partir de una farsa histórica inconexa pero sobresaliente por los mecanismos de humor y autoparodia que el director plantea, tejiendo desde el absurdo una metáfora asombrosa. Sin embargo, interrumpe la ficción en un punto álgido para rozar el panfleto con un discurso en primera persona de parte de los antiguos reclusos convertidos en actores. No sabemos si eso es realmente lo que ellos piensan o es lo que el director y autor les mandó decir, pero es inevitable pensar que el efectismo se hizo presente. Lo ideal habría sido ver ese discurso en el interior de la ficción, que fue ampliamente celebrada por el público.
Al contrario, Olivia Olivo: adicta a los patanes, de Veracruz, dividió opiniones. La propuesta de la anécdota parecía estimulante, la de una mujer que quiere evitar al máximo “relaciones tóxicas” y sucumbe ante su propio emprendimiento de forma lúdica. Pero la repetición de la premisa, la pobreza argumental y el continuo uso del público terminaron por enfadar justamente a sus celebradores.
La inobjetable El evangelio según santa Rita, escrita, dirigida e interpretada por Ana Francis Mor de Las Reinas Chulas, condensó como ninguna otra pieza el momento histórico actual, poniendo al centro la propuesta el examen sobre el patriarcado. Una mirada divertida, aunque maniquea, que está agrupada en torno a la construcción de un personaje femenino que va reescribiendo los libros sagrados de forma hilarante, con una producción justa, sencilla y musicalmente intachable, y un manejo sobresaliente del público y del ritmo de la escena. Fue una de las grandes triunfadoras de la MNT, demostrando que el sentido del humor es la mejor forma de hacer la revolución y que la sátira política también debe tocar a las instituciones religiosas.
Lo regional en el centro
Nacahue: Ramón y Hortensia, de Los Colochos Teatro, es la versión de Romeo y Julieta de Shakespeare en un contexto indígena, entre coras (náayeris) y huicholes. El director Juan Carillo propuso la incomunicación idiomática como el detonante de la peripecia. Sin embargo, más allá de lo extenso del juego dramático y de la ausencia de subtítulos, la tensión dramática –que se pudo simplificar– no es significativa, seguramente porque, al conocer el clásico isabelino, la capacidad de asombro es mínima. Para la mayoría de los espectadores fue más memorable el trabajo actoral en general y el juego con los listones que se propone desde la escenografía que la propia fábula.
La tía Mariela de Conchi León, dirección de Francisco Franco, cerró la MNT con un espectáculo musical de teatro regional yucateco que inexplicablemente se presentó como una obra de Aguascalientes, siendo realmente un montaje de la Ciudad de México. Más allá de las geografías extraviadas, el texto fragua un encuentro entrañable entre tres primas que van relatando la vida de múltiples tías, que son una especie de resumen de ellas mismas, hasta llegar a la difunta tía Mariela, que cierra el círculo. Cómico, entrañable a ratos y musicalmente poderoso, quizá el ritmo de la puesta y de la actoralidad se interrumpía en demasiadas ocasiones. La estructura visual de tan realista no permitía ahondar en los mecanismos emocionales de los personajes; la escenografía parecía sobre todo un obstáculo para las intérpretes, que solamente hasta el final evolucionaron, siendo previamente meros arquetipos, muy comunes en el teatro de revista. La capacidad de síntesis habría mejorado un trabajo entretenido que nos permitió escuchar el acento yucateco y el humor negro de la península.
Según las opiniones que este quien escribe recabó entre participantes y críticos presentes, además de las obras comentadas los trabajos más estimulantes fueron: Mis bobul gomers, del poblano Jesús Rojas, seguramente la gran revelación de esta MNT; Adán de la tamaulipeca Viviana Amaya, y El viaje de los cantores sobre el texto mítico de Hugo Salcedo bajo la dirección de Sandra Muñoz de Dosce la compañía, además del mencionado El evangelio según santa Rita.
Afortunadamente, hace unos años que la MNT dejó de ser un festival para convertirse en un catálogo razonado de las tendencias de la escena nacional, donde la excelencia técnica no es lo primordial, sino el rescate de estructuras, temas, procesos creativos y artistas notables en su contexto. Esto quedó claro en esta emisión, aunque el maridaje entre continente y contenido sigue siendo una tarea pendiente.
En el discurso inaugural, Abraham Oceransky (miembro de la dirección artística y distinguido este año con el Premio Nacional de Artes y Literatura) resaltó la posibilidad “de mirar lo necesario” en la escena mexicana a través de la curaduría propuesta. Sin embargo, más que observar lo necesario se simplificó la mirada a lo políticamente correcto, y lo necesario –a fuerza de repetirse– mutó en adoctrinamiento. No hubo confrontación profunda de ideas y posturas escénicas, sino uniformidad y complacencia, en especial en las obras donde lo importante era la simple enunciación de un discurso, no la construcción de una estructura propicia para emitirlo.
Fueron evidentes los anómalos detalles técnicos en varias obras (por ejemplo, la visibilidad o escucha del público), planteamientos escénicos meramente anecdóticos que repetían lugares comunes, personajes masculinos heterosexuales siempre detestables o antagónicos, el tren “La Bestia” omnipresente, la ausencia de ficción a favor de un teatro casi periodístico, la renuncia al conflicto, el abuso de rompimientos brechtianos (que en la puesta en escena Las hijas de Aztlán llevaron al paroxismo), la insistencia en utilizar micrófonos incluso en teatros con buena acústica, y las necesarias reivindicaciones de género.
En contraparte, también es evidente que la MNT es un acto político, una apuesta institucional que permite mediar entre las manifestaciones artísticas de una comunidad con amplio sentido social y un público cada vez más ausente de las salas. En ese sentido, es innegable que los formatos comediográficos triunfaron entre el público de especialistas y “el de a pie”, que la escena mexicana prescinde cada vez más de actores educados al modo convencional, que el cabaret gana terreno, que por primera vez las lenguas indígenas tienen un lugar no marginal, que el teatro para las infancias y adolescencia debe ser el punto nodal en la creación de públicos y que satisfactoriamente los formatos escénicos son cada vez más plurales, abiertos y descentralizados.
Pero sobre todo, queda claro que no es necesario hacer teatro dentro de un teatro para estar en la programación de la Muestra Nacional. Eso no se le puede escatimar a la escena mexicana ni a la curaduría de este año: el convencionalismo saltó por los aires, los grandes maestros son piezas de un museo de la memoria y, antes que referentes estéticos, el pulso social dicta la norma de escritura y dirección. Seguramente al interior de las escuelas de teatro la reflexión debe ser profunda después de la MNT, puesto que siguen enseñando un teatro del siglo pasado cuando el muestrario de la república teatral ofrece un camino más complejo y plural. Mientras la escena mexicana corre, la pedagogía teatral gatea.
Lo más interesante ha sido debatir la escena nacional, sus temas y alcances más que sus puestas en escena. El qué decir se conquistó hace tiempo, sigue faltando el cómo. Esa será la encrucijada del teatro nacional en los años por venir.
Es dramaturgo y crítico de teatro. Ha publicado, entre otros libros, Patán, hazme un hijo (Arlequín, 2015)