Foto: Cortesía de David Gaitán.

Entrevista a David Gaitán. “La vocación de Luisa Josefina Hernández era hacia la comprensión del mundo”

El director de teatro David Gaitán habla sobre el fecundo nexo que tuvo con su abuela, la gran dramaturga mexicana Luisa Josefina Hernández.
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Tradicionalmente, las artes escénicas han abrevado de vínculos familiares para la conformación de compañías o ensambles, desde los cómicos trashumantes hasta los grupos circenses, pasando por las sagas de actores y actrices que descienden de algún notable. Sin embargo, la relación entre abuelas y nietos es menos frecuente, en especial cuando toca a la dramaturgia.

Luisa Josefina Hernández (1928-2023) recientemente fallecida, fue antes que nada madre y abuela, por ejemplo, de David Gaitán, uno de los directores de escena más importantes del teatro contemporáneo iberoamericano.

A continuación, una breve entrevista sobre su fecundo nexo.   

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¿Cuál es el primer recuerdo teatral que tienes de tu abuela?

La verdad es muy difuso, porque seguramente es falso. Es imposible que, en mi niñez, nuestras mañanas de domingos hayan estado libres de teatro, pero el primer recuerdo tangible donde asocio ambas cosas lo tengo hasta semanas después de que me decidí a estudiar actuación profesionalmente. Tiene algo de vergonzoso, pero (en mí) lo supera lo entrañable: antes de eso, mi tiempo de calidad con ella no necesitaba al teatro, aunque estuviera por ahí.

Para mi generación (los teatristas nacidos en los años ochenta) Luisa Josefina Hernández no fue una figura presente; diría que fue lejana, aunque al mismo tiempo reconocida y estudiada. ¿Por qué se enclaustró en Cuernavaca? ¿Por qué abandonó la vida pública?

Nunca vio en la procuración de la vida pública un objetivo, al menos no en el sentido de encontrar ahí sentido de vigencia o pertenencia. Me atrevería a decir que para ella el aula, cuna de la mayoría de anécdotas en torno a su figura, fue un espacio de intimidad que compartió con cientos de personas. Ella vivió en Cuernavaca desde los años setenta porque mi tío Santiago necesitaba estar lejos del smog y la altura del D.F. Durante décadas peregrinó semanalmente entre ambas ciudades, dando clases, haciendo su programa de televisión, publicando crítica teatral, escribiendo en las mañanas, viendo crecer a sus nietos. Después, por ahí del cambio de milenio (en medio de nuestra más rabiosa adolescencia), dejó –con pesar– el aula; la energía ya no le daba para los viajes y ahora era su propio doctor quien le pedía alejarse del smog y la altura.

Fotografía tomada por Juan Rulfo donde aparece Luisa Josefina Hernández cargando a su hija. Cortesía de David Gaitán.

¿Estaba al tanto de los avatares del teatro nacional cuando renunció a la Ciudad de México o se olvidó felizmente de la “grilla”, tanto académica como en política cultural?

Si hay una persona de “el medio” que yo he sentido que siempre flotó por encima de esa grilla, es ella. No creo en la ingenuidad de que la haya evitado durante toda la segunda mitad del siglo XX (una figura así de notable no se salva de semejante peste), pero sí puedo decir que los últimos veinte años de su vida tenía la entereza para que eso no le robara pensamiento.

Ahora, tenía unas historias fascinantes de los figurones más connotados.

¿Asistía a tus estrenos? ¿Vio tus primeras obras?

Mi abuela nunca fue a verme al teatro, empecé a hacerlo demasiado tarde. Se echó algunos videos, pero creo que los sufrió. Mis intereses estéticos muy rápido se fueron por un rumbo distinto a los suyos; al inicio temí que eso evolucionara mal en nuestra relación (imagino que ella también), pero muy rápido nos dimos cuenta de que la idea de compartir principios –pero no estrategias– nos entusiasmaba.

Supongo que fue grato entrevistarla para configurar sus Memorias, que editaron El Milagro y la Universidad Autónoma de Nuevo León. ¿Te quedó algún tema pendiente por tocar, alguna pregunta donde haya sido esquiva?

Para mí ese libro es un proyecto redondo, por el resultado y lo que ha significado para mucha gente, pero sobre todo por lo contenta que estaba ella al hacerlo y, después, al leerlo. No siento que quedaran pendientes, pero sí sé que mi intención nunca fue ir a los lugares que yo intuía como oscuros para ella; el libro, si bien está respondido coma a coma por su pluma, lo articulé para que fuera, antes que otra cosa, un regalo para ella misma.

¿Sigue vigente la teoría dramática que planteó Luisa Josefina Hernández?

Sigue vigente para entender cómo se ha pensado la dramaturgia a lo largo de la historia, pero el teatro contemporáneo (digamos, de veinte años para acá, al menos) exige un andamiaje nuevo. Prácticamente toda la producción actual tendría que ser catalogada como farsa, de acuerdo a su teoría de géneros, lo que revela todo un nuevo horizonte de conceptos y mapas de operación. No tengo duda de que, si viera lo que se hace hoy y tuviera la energía de sus treinta años, lo diseccionaba todo. Su vocación era hacia la comprensión del mundo, cualquier mundo.

Probablemente fuiste su último alumno, viajando a Cuernavaca cada cierto tiempo para escucharla, cuando ya retirada te daba charlas y clases magistrales particulares.Más allá del privilegio que supone, ¿qué lectura hizo de tus primeros textos? ¿Algún consejo que recuerdes? 

Ella recibió mis primeros textos con entusiasmo y preocupación, la mejor reacción ante los primeros pasos en el arte de cualquiera. Siempre me dijo todo lo que creía perfectible, yo siempre tomé nota y eventualmente logré vivir en paz con la idea de que –a veces– yo opinaba distinto. Ese arco, el de la independencia creativa, asumir los propios riesgos y explorar territorios que no necesariamente han sido nombrados, fue lo que ella hizo con sus propios maestros. Siempre aprendí de su ejemplo.

Eso y su máxima, que no olvido: si vas a hacer algo en teatro, tiene que ser importante para las personas; si no, mejor no hacerlo. 

¿A qué crees que se deba el olvido de su obra narrativa en el panorama literario mexicano actual?

Mi abuela escribió, particularmente cuando de narrativa se trataba, como un acto de libertad personal; la imaginación desbordada como utopía personal. ¿Por qué no es una autora que se lea en todas las secundarias del país, como ocurre con tantas de sus amistades personales? Quizá porque, como decía, ella no invirtió energía en su autopromoción. La detestaba, de hecho, le parecía vulgar e innecesaria. Admirable, sin duda; pero el sistema no perdona. 

¿Te ha costado ser “el nieto de” Luis Josefina Hernández en el gremio teatral nacional?

Me niego a describir el vínculo con mi abuela como algo que “me ha costado”, porque en la balanza final, lo memorable de nuestra relación personal tiene infinitamente más peso que todo lo demás.

Me queda claro que he tenido un foco a priori que puede entenderse como ventaja, pero también he visto que, al tiempo que te ubican rápido, también anticipan (y hasta desean) tu fracaso, sobre todo en comparación con una figura como Luisa Josefina Hernández.

¿Luisa Josefina Hernández ha sido la mujer más influyente en la historia del teatro mexicano?

Voy a responder que sí.

¿Qué obra de teatro suya te gustaría dirigir?

Ese díptico de Las Bodas y Zona Templada me gusta desde que lo leí, en la escuela. ¿Dirigirlas? No sé, temo que enfurecería a sus discípulos. 

Además de los homenajes institucionales, ¿qué te gustaría que sucediera en lo próximo con su legado?

Que revivan su obra con publicaciones. Que se reedite. Que se rescaten sus obras de los tirajes mínimos. Que se aglutinen. Que se publique lo inédito. Pero más que todo lo anterior, que las nuevas generaciones se relacionen con ella como una autora sobre la que se puede intervenir, no como un tótem que habla de una vida distinta a la propia. ~

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Es dramaturgo y crítico de teatro. Ha publicado, entre otros libros, Patán, hazme un hijo (Arlequín, 2015)


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