Mother and Children, Jenny Saville

La maternidad sin sentimentalismos de Jenny Saville

La artista inglesa Jenny Saville quiso pintar sin sentimentalismos la maternidad, y así lo hizo en su obra Mother and Child.
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Pintar sin sentimentalismos la maternidad. Jenny Saville quiso que esa fuera su consigna y, por eso, en el primer plano de Mother and Child, un bebé estalla en llanto –tan concentrado en su rabieta que casi se escurre de los brazos de sus madre. Quiero encontrar en la pintura el antecedente de una pataleta tan descarada, pero nada parecido se me viene a la mente.

Ya hay caminos andados si lo que uno quiere es desentenderse de la maternidad devota, maneras más fáciles y directas de hacerlo. Saville pudo haber pintado a una madre atareada al punto de una crisis nerviosa o a otra, rodeada de niños, arrepentida de haber renunciado a la oficina y cercenado de tajo su relación con los adultos. Al menos desde que Betty Friedan publicó La mística de la feminidad, estas y otras experiencias amargas de la maternidad se volvieron frecuentes para el feminismo. Con enfocarse apenas en una de las emociones que contradicen el ideal que supone a las madres dueñas de una serenidad divina, la pintura de Saville habría “cumplido” con la causa. Pero para el 2008, el año en que empezó a pensar y pintar la maternidad, esas habrían sido imágenes anticipables.

Preocupada también no por el peso, sino por esa inercia de la tradición que nos succiona a las formas de siempre, Saville prefirió ocuparse de otros temas. La representación de la dupla madre-hijo se le volvió tabú y durante los primeros 15 años de su carrera, no se atrevió siquiera a un esbozo. Mejor, pintar una sexualidad desafiante o dedicarse a la plástica de la obesidad, cualquier cosa menos la peligrosa, por trillada, imagen de la maternidad.

 

Tampoco quiso Saville sumarse a las filas de ese feminismo que en la década de los setenta se imaginó que más valía librar la batalla en el plano mitológico que entre las instituciones mundanas –el mismo que creó una equivalencia entre las madres y la Madre Tierra.

Fue entonces, hasta sus 38 años, que articuló una idea inédita no de las madres, sino de los hijos. Children are quite animalistic, pensó y enseguida la maternidad pintada por Saville se volvió una de cuerpos violentos, estallidos emocionales, contorsiones y movimientos bruscos. 

No hay hombre, por tosco que sea su carácter, capaz de replicar los impulsos motrices de un niño. En algún momento, y sin enterarnos plenamente de ello, aprendemos cierta gracia corporal; nos movemos con una cadencia desconocida para las extremidades de los recién nacidos. Los bebés, más que cuerpos de ademanes y gestos, son súbitos y torpes. En lo que concierne al dibujo, son figuras acosadas por reacciones intempestivas y reflejos involuntarios, como el de la pierna que pega un brinco ridículo cuando un doctor golpea un punto exacto debajo de la rodilla.

Qué alegría debe haber sido, para una mujer que cree que en el dibujo se aprecia la inteligencia del pintor, descubrir que siglos después de Da Vinci y Miguel Ángel uno todavía puede dedicarse y recrearse en los estudios anatómicos.

Mother and Child se estructura entre el implacable berrinche de un niño y la contorsión extrañísima de otro que no llora. En una posición incomprensible –o por lo menos, desafiante–, con la espalda arqueada hacia atrás y el vientre de fuera como una curva perfecta, un bebé deja caer una pierna y eleva la otra a una altura ridícula. Ese niño que se ladea y retuerce es “el tranquilo”. El otro, el que  llora, ha engarrotado los dedos y está instalado en el arrebato, en el vaivén voluble de su brazo. Jenny Saville –porque el dibujo es también un autorretrato– lidia con ambos como lo haría cualquier mujer: alcanza apenas a sostener el cuerpo escurridizo de uno mientras rodea y contiene al otro.

Nada más alejado de la forma en que la virgen María carga al niño Jesús; tampoco es la manera en en que las damas de la pintura decimonónica atienden a los bebés. La realidad corporal de los recién nacidos –entre la violencia y la contorsión– basta para desmentir el ideal de la maternidad plácida y serena.

Por si fuera poco, las figuras de Saville se dibujaron sobre el vacío. No hay campo, jardín o habitación al que acudir para distraernos, aunque sea un momento, de la vehemencia de esos cuerpos. Pese a que la imagen no se trata de ella, sino de ellos –ni la desesperación ni la angustia de la mujer son el asunto del cuadro, cosa que habría complacido al feminismo–, ¿no es éste un registro fiel de la relación madre e hijo?

Mother and Child no es una obra final, sino un montón de esbozos. Del lado izquierdo de la cabeza más definida de Saville aparece otra, insinuada apenas. En partes diferentes del papel, un trazo arranca, parece que continúa. La mirada quiere seguirlo pero sin el menor aviso la ruta del carboncillo se interrumpe. Las piernas del bebé en llanto no terminan. No estamos acostumbrados a ver figuras inacabadas: el espectador retrocede y se pone a pensar esta imagen que, hecha de bocetos, piensa en sí misma en voz alta. Aquí y allá hay manos duplicadas, líneas innecesarias, caras que se repiten y la sugerencia de que los dedos de la mano podrían haberse colocado en mil formas diferentes. La indecisión de dibujar un antebrazo aquí, no, mejor acá.

Los renacentistas les llamaban pentimenti y se les encuentra justo debajo de la superficie del óleo –y sólo cuando uno los examina bajo los rayos X. En vez de ocultarlos, Saville los expone. No descarta sus notas, sus borradores. Quizá porque  suman movimiento al cuerpo voluble de los niños o quizá porque una figura no es más que el ensayo de otra, porque el dibujo son sus posibilidades y no hay imagen definitiva de la maternidad, pensamientos apenas, pentimenti.

 

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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