Lo bueno
Greta Thunberg: “¡Cómo se atreven!”. La joven ambientalista sueca se convirtió en uno de los personajes globales del año. Sus palabras se volvieron virales por la enorme energía emocional que le imprime a su retórica. Esos discursos son efectivos por la personalidad de Thunberg, llena de convicción sincera, por su historia de activismo perseverante y también porque tienen una estructura argumentativa demagógica: habla de culpables y castigos, divide al mundo en “buenos” y “malos” y apela a la emoción más que a la razón. Greta usa las mismas herramientas retóricas que hacen atractivos a los políticos populistas del mundo, pero lo hace por una buena causa: alertarnos del daño que le hacemos al planeta.
Nancy Pelosi: “Él no nos ha dejado alternativa”. En un discurso solemne y triste, la líder de la bancada demócrata en la Cámara de Representantes de Estados Unidos declaró iniciado el proceso de juicio político (impeachment) a Donald Trump. Sabiendo que el momento era histórico, Pelosi usó retórica forense –es decir, su discurso fue una exposición de hechos del pasado– con el fin de dejar claros los motivos para juzgar al presidente de Estados Unidos: “usar el poder de su cargo público para obtener un beneficio político personal impropio a expensas de la seguridad nacional”.
Jacinda Ardern: “Él no tendrá nombre”. Un terrorista atacó a tiros a los feligreses de dos mezquitas en la ciudad de Christchurch, Nueva Zelanda. En unos minutos, mató a 50 personas y dejó heridos a decenas de inocentes. Ante este cobarde atentado, la primera ministra Jacinda Ardern pronunció emotivos discursos, que son ejemplo de una buena comunicación de liderazgo en situaciones de crisis. En uno de ellos, Ardern dijo que el terrorista “buscaba muchas cosas, y una de ellas era notoriedad. Por eso, nunca me escucharán decir su nombre. Es un terrorista. Es un criminal. Es un extremista. Pero, cuando yo hable, él no tendrá nombre.”
Marco A. Mena: “Abatir la pobreza extrema y construir una sociedad basada en el mérito”. Los discursos de los gobernadores en México sufren una grave sequía de ideas. En ese páramo, resulta digno de mención el discurso del gobernador de Tlaxcala con motivo de su tercer informe de gobierno. En él, plantea dos metas concretas y claras: “abatir la pobreza extrema” (meta que parece muy alcanzable gracias a un programa técnicamente sólido) y “construir una sociedad basada en el mérito”, con becas para reconocer el desempeño de los jóvenes más destacados del estado. Defender la idea de que el talento y el esfuerzo deben reconocerse no es poca cosa, ahora que predomina la retórica que glorifica la mediocridad y desprecia el conocimiento científico.
Lo malo
Boris Johnson. “El Brexit es la decision irrefutable, irresistible e incontestable del pueblo británico”. Con una promesa clara (“Get Brexit done” – “Completemos el Brexit”), Boris Johnson se convirtió en Primer Ministro con amplia mayoría parlamentaria. Su discurso, tan falsamente espontáneo como su peinado, es ejemplo puro del carácter post-ideológico del populismo moderno: una mezcla de promesas de izquierda (aumentar el subsidio a la seguridad social, bajar impuestos a los trabajadores, aumentar salario mínimo) y de derecha (endurecer la política migratoria y recuperar la soberanía del Reino Unido al dejar la Unión Europea). Este “trumpismo sin Trump” podría convertirse en el movimiento político más exitoso en décadas… o en un desastre que termine separando al Reino Unido.
Claudia Sheinbaum. “La administración anterior no nos dejó un protocolo”. La Jefa de Gobierno de la Ciudad de México es una de las grandes decepciones políticas del año. Su comunicación –en especial en situaciones de crisis– es reflejo de un estilo arrogante de gestión que niega los problemas, elude responsabilidades y desestima las críticas. Rodeada de funcionarios más preocupados por parecer tecno-progresistas que por resolver problemas prácticos y urgentes –como controlar el crimen, colocar pavimento decente o arreglar las escaleras del Metro–, la doctora Sheinbaum está dejando ir la oportunidad de ser la versión amable e inteligente del movimiento populista de AMLO.
Mauricio Macri: “Estos años fueron más difíciles de lo que imaginé”. Macri prometió arreglar el desorden económico de más de diez años de populismo sin desmontar una red clientelar masiva de subsidios, transferencias y plazas burocráticas que terminaron siendo incosteables para el Estado. No pudo hacerlo y su gestión dejó a Argentina en peores condiciones de las que la encontró, lo cual es mucho decir. Uno de sus pecados fue discursivo: jamás pudo construir una narrativa democrática persuasiva que activara las emociones de la gente, como sí lo hizo “el relato” populista de los Kirchner.
Lo feo
Donald Trump: “México nos está mostrando gran respeto, y yo les correspondo con respeto”. Bastó una amenaza arancelaria de Trump para que el presidente que se cree único heredero del nacionalismo de Juárez y Cárdenas pusiera a nuestros militares a detener migrantes centroamericanos, haciéndole el trabajo sucio a la policía migratoria de Estados Unidos y descuidando la lucha contra el crimen organizado. En un discurso ante la Asamblea General de la ONU, Donald Trump se jactó ante el mundo de la sumisión mexicana: “Le agradezco al presidente de México, López Obrador, por la gran cooperación que estamos recibiendo y por enviar 27,000 soldados a nuestra frontera sur.”
Andrés Manuel López Obrador: “No puede valer más la captura de un delincuente que la vida de las personas”. Durante su primer año en la presidencia de la República, López Obrador sumó más de 15 mil afirmaciones no verdaderas. Tal vez las más graves se dijeron durante el manejo de la crisis de Culiacán, un despliegue de propaganda y demagogia orientado a confundir a la sociedad mexicana y eludir la rendición de cuentas. Derivado de la acción torpe del gobierno hubo soldados, policías y civiles heridos y muertos, se puso en riesgo la vida de miles de personas, una capital estatal quedó rendida al narcotráfico y se degradó más la imagen internacional de México. Más grave aún, se habló de la posibilidad de un golpe de Estado y de una intervención militar estadounidense. Pero esta es la era de la posverdad, y a pesar del desastre, la aprobación de López Obrador se mantuvo estable. Así seguirá largo tiempo, gracias a la complicidad de poco más de un tercio del electorado mexicano: el “proletariado emocional” que ha decidido apoyar al presidente contra toda evidencia, porque creen que en ello va su identidad.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.