El feminismo (los feminismos, en realidad) se encuentra en un momento estelar público y mediático en las hoy muy criticadas democracias liberales. Escritoras y pensadoras se encuentran en primera fila y los Nobel de distintas disciplinas empiezan a apartar el velo del olvido selectivo. Igualmente, las calles, las redes sociales y los medios atestiguan movimientos que cuestionan el abuso sexual, los feminicidios y la violación. Abundan las investigaciones sobre el rol de la mujer en la ciencia, el arte y la literatura, menoscabado por una mirada patriarcal que hacía invisible su aporte. Además, se ha puesto en primer plano cómo la acción y el pensamiento feminista se modulan desde culturas, tradiciones, orientaciones sexuales y situaciones económicas y sociales diversas.
Tan afortunadas circunstancias no deben llamarnos a engaño, pues el auge de los populismos de distinto signo ideológico y de los fundamentalismos religiosos amenazan las conquistas de las mujeres del siglo XX y del actual. Enfrentar esta amenaza requiere de alianzas entre movimientos e individualidades de distintas ideologías, pues está claro que no todas nos identificamos con la izquierda anticapitalista y antiliberal, un ala muy activa en las facultades de ciencias sociales y humanidades de Europa occidental, América Latina, Oceanía y Norteamérica.
Igualmente, los feminismos pueden encontrarse en el reconocimiento de la larga historia de triunfos obtenidos y no desechar el pasado en términos de memorial de agravios. Por ejemplo, una joven universitaria española no ha padecido los inconvenientes para educarse de Malala Yousafzai en Paquistán porque otras mujeres (y hombres) lo hicieron posible con su acción y pensamiento. Así mismo, quien estos escribe se casó con una mujer en Ciudad de México debido al activismo del movimiento LGBTI+ mexicano y sus logros. No se trata de conformismo sino de tomar nota de progresos no alcanzados por millones de mujeres en el mundo. Una feminista del mundo académico que piense que vive en un infierno machista propiciado por el capitalismo neoliberal haría bien en visitar Arabia Saudita, Somalia o Venezuela y quedarse por una temporada.
Las alianzas entre feministas de varias culturas y religiones no tienen que verse amenazadas por la “imposición colonial y el racismo del feminismo blanco”, objeción de las pensadoras y activistas poscoloniales y decoloniales. En definitiva –como bien señala Celia Amorós en su artículo “Por una ilustración multicultural”– otras tradiciones de pensamiento distintas a la ilustración europea occidental no ignoran la situación de opresión de las mujeres. Amorós hace alusión al mundo árabe, pero también Martha Nussbaum lo comenta en Las mujeres y el desarrollo humano respecto a India. La razón no es privativa del “occidente racista, colonizador y patriarcal”, sino una condición de la especie sapiens que le permite entender que si se toman determinadas acciones la realidad puede transformarse. Desde esta posición dialogante las feministas perfectamente nos entenderemos sin que las diferencias culturales sean un obstáculo. Como indica Seyla Benhabib en Las reivindicaciones de la cultura: igualdad y diversidad en la era global, las formas democráticas y la reflexión sobre los derechos y la dignidad esencial de cada vida humana no son privativas de occidente. Lo mismo indica el economista indio Amartya Sen en El valor de la democracia. Por lo tanto, feministas de todo el mundo han de profundizar su trabajo en red de cara a sus culturas, naciones, tradiciones y religiones.
El cuerpo de las mujeres es objeto de debate. En definitiva, hasta hace muy poco tiempo se suponía –mundialmente, por demás– que para proteger a las féminas del acoso, la violación y el asesinato era indispensable cuidarlas en extremo, con varones de la familia cerca para disuadir a los potenciales agresores y con códigos de conducta femeninos represivos que evitaran la furia o el deseo de los hombres de su familia. Así sigue siendo en muchos países del orbe, por cierto. Las mujeres, en efecto, tenemos que reivindicar nuestro cuerpo como individuos,no como instrumentos del Estado, la religión, la familia o el deseo varonil.
Ahora bien, el debate público pone en primer plano mediático el aborto, el feminicidio y el acoso sexual, dejando fuera el tema de la maternidad dentro de los grandes asuntos que copan la atención en los medios, las redes sociales y la academia. Da la impresión, completamente falsa, de que lo único que tiene que decir el feminismo (en particular el de izquierda) sobre este punto se reduce al derecho a abortar. Una firme partidaria de las concepciones de Judith Butler sobre el género como performance y construcción cultural no tiene por qué olvidar el incontrovertible hecho de que la especie humana pertenece a los mamíferos sexuados que se reproducen. Un feminismo que olvide la maternidad es misógino y puede ser políticamente inocuo, pues corta las alianzas y el diálogo con la mayor parte de las mujeres. Además, olvida a las niñas, víctimas del trabajo infantil y la prostitución.
La pobreza y la desigualdad atentan en especial contra las mujeres pobres, así como el deterioro ambiental. La lucha contra estos flagelos requiere de una estrecha alianza con la ciencia, la tecnología y la gobernanza, en lugar de sospechar de éstas como creaciones hoy al servicio del capitalismo neoliberal. Se puede ser una feminista marxista y consultar los datos sobre el índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); se puede ser una seguidora de Michel Foucault, convencida de la voluntad de poder escondida detrás de la ciencias, sin dejar de examinar concienzudamente los aportes de éstas respecto a la crisis ecológica actual. La imaginación y la libertad pueden convertir los datos en llaves maestras y no por ello hay que dejar las emociones propias del activismo ni excluir el cuerpo y las pasiones de la política y del conocimiento.
El feminismo liberal de estirpe ilustrada, expuesto en estas líneas, permite alianzas sensibles a la diferencia en todos sus sentidos pero, al mismo tiempo, defiende una mínima posibilidad de universalidad, la cual parte de la aceptación de que las mujeres, por el solo hecho de nuestra biología, tenemos que enfrentar problemas comunes. El principal es que las religiones y los populismos contemplan al cuerpo femenino como instrumento al servicio de un otro llamado nación, cultura o credo. No debe olvidarse que, en definitiva, las distintas corrientes de pensamiento arropadas bajo la palabra feminismo se han rebelado siempre contra esta instrumentalización. No hay mejor y más sólido punto de partida para desafiar las desmesuras políticas y religiosas del siglo actual.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.