La batalla por el control de la realidad

A la batalla contra el virus se suma la batalla por el control de la realidad, donde lo importante no es “aplanar la curva”, sino “aplanar” la verdad.
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En México, la temida “fase 3” de la pandemia empezó el 21 de abril. Durante semanas, el vocero Hugo López-Gatell repitió que esa fase sería cuando la enfermedad llegaría a su pico máximo de transmisión y se alcanzaría la demanda máxima para los hospitales. Luego de las dramáticas imágenes de España, Italia y Nueva York, la sociedad esperaba lo peor.

Solo tres días después, el 24 de abril, el vocero dio una entrevista a La Jornada en donde declaró que se había logrado mitigar la epidemia y que la temida saturación de los hospitales se estaba evitando. Su optimismo se basaba en datos que sugerían que las proyecciones más graves no se estaban cumpliendo. Como esta predicción estadística encajaba en su narrativa, el presidente declaró el 27 de abril: “se ha domado al covid19”.

Desde el punto de vista de la comunicación de crisis, nunca es prudente que la autoridad declare una situación controlada de manera prematura. El riesgo de que las cosas empeoren en lugar de mejorar siempre existe, y en este caso más, porque estamos ante un virus nuevo y ante una sociedad que no necesariamente se comporta como el gobierno le pide hacerlo. Además, no puede decirse durante semanas que el 21 de abril empieza lo peor, y a los tres días comenzar a celebrar un triunfo que no es evidente para nadie. Así, se expone a la sociedad a mensajes encontrados: por un lado, la evidencia periodística de hospitales saturados, doctores sin equipos y cuerpos acumulándose, por el otro, información oficial triunfalista. Ante los mensajes contradictorios, mucha gente podría terminar por no creer en nada y relajar las medidas de prevención, con efectos negativos para la salud de todos.

¿Por qué entonces el gobierno decidió correr un riesgo tan grande? Porque desde el primer día de la pandemia, el presidente ha seguido al pie de la letra lo que he llamado “el manual de manejo de crisis de AMLO”, una serie de pasos de comunicación política que sustituyen la realidad con un relato para:

  1. Evitar que el presidente rinda cuentas de sus malas decisiones, omisiones y abusos;
  2. Alimentar el culto a su personalidad, al fortalecer la narrativa de un líder infalible, intachable e irreprochable; y
  3. Culpar a los opositores, a los críticos y a la prensa de todo lo que salga mal, para deslegitimarlos ante la sociedad.

Un paso fundamental de la receta es dar por terminada la crisis de manera anticipada y con poca o nula evidencia. Esto explica la actitud triunfalista de parte del presidente y su vocero, quien se ha dado el lujo de sustituir la conferencia de prensa diaria con un evento para niños y participar como declamador en una tertulia virtual. En vez de seguir manuales de comunicación profesional en epidemias, el vocero está usando manuales de campaña política.

En “el manual de manejo de crisis de AMLO”, otro paso clave es atacar a los medios de comunicación. Así lo ha hecho con la prensa nacional cada vez que contradice su relato triunfalista. Pero el 8 de mayo, fue la prensa internacional –el New York Times, el Wall Street Journal y El País– la que puso en seria duda la capacidad y la voluntad del gobierno mexicano para detectar, contabilizar y comunicar adecuadamente los contagios y defunciones.

El gobierno ha redoblado una vez más su apuesta. La reacción de Hugo López-Gatell a esos reportajes lo confirma como un político con bata que se refugia en el ad hominem y se dice víctima de oscuros intereses. El presidente, por su parte, está más preocupado por convencernos de que la terrible depresión económica que viene es “la crisis del neoliberalismo”, para eludir otra vez la rendición de cuentas por tener a la economía nacional en recesión desde 2019 y por su falta de un plan de respuesta creíble a la crisis de 2020. Lejos de las preocupaciones de sus gobernados, como pagar la renta o evitar la quiebra de su negocio, AMLO propone una economía enfocada no en el crecimiento del PIB, sino en el bienestar espiritual. Esto es llevar la manipulación del lenguaje a niveles inéditos.

En las próximas semanas veremos una fuerte ofensiva de la posverdad, que buscará dividir, confundir y distraer a la sociedad. El presidente y sus subordinados querrán imponer su relato con seis horas diarias de conferencias de prensa. Sus fieles serán más agresivos en espacios de opinión y redes sociales. Se minimizará el sufrimiento de enfermos y deudos y se desestimarán las protestas de los médicos. Seguirán culpando a los medios de no tener ética o de provocar una “infodemia”. Se distraerá al público con linchamientos digitales y retóricos contra los opositores. Lo que no encaje en la narrativa oficial será negado, y los disidentes ignorados y atacados con furia. A la batalla contra el virus se suma la batalla por el control de la realidad, donde lo importante no es “aplanar la curva”, sino “aplanar” la verdad.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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