La legislatura que comienza promete situaciones en las que la indignación de un contrario ofendido servirá para ratificar las ideas de uno mismo. Las ideas o medidas políticas no tendrán valor hasta que el contrario las critique. Como en la escritura, donde el texto no es nada hasta que tiene un lector, los gestos y políticas no serán nada hasta que tengan oposición. Si esa oposición es histriónica y desproporcionada, tanto mejor.
La cabalgata de los Reyes Magos en Madrid no habría causado polémica si el PP no hubiera reaccionado como el garante de la tradición judeocristiana occidental. Algo tan normal, tan superado como llevar rastas, que no es un gesto político ni debería discutirse, se ha convertido, gracias a la reacción rancia de una diputada conservadora, en un acto transgresor en el Congreso, y en un debate de los años setenta. La transgresión necesita un tabú, y le vale solo con una señora bocazas. Y, como molesta, se convierte en algo intrínsecamente mejor que llevar corbata, gomina o una chaqueta de punto. Con esto, Podemos reedita reivindicaciones ya superadas para así poder protagonizarlas. Como no pudieron liderar varios avances políticos en su momento, actúan como si fueran ahora idea suya. Tanto Ciudadanos como Podemos realizan una táctica similar: toman medidas que ya existen, o rechazan privilegios extintos con la esperanza de que el votante no se entere de que desaparecieron hace tiempo.
La necesidad de pactar y negociar no tiene por qué acabar con esta confrontación simbólica. Son vías distintas y perfectamente compatibles: la guerra cultural y comunicativa, y la parlamentaria. Podemos cede en su reivindicación de obtener cuatro grupos parlamentarios en el Congreso (uno por cada una de sus marcas regionales), una propuesta a la que se negaban todos los demás partidos, pero luego defiende su postura diciendo que “nos querían separados, nos tendrán juntos”. Hay una brecha entre el discurso y la realidad parlamentaria, pero sería injusto adjudicarles a ellos exclusivamente esta actitud de "vieja" política. O simplemente de parlamentarismo: los luchadores de wrestling después de pelear se van de cañas juntos.
Si el adversario no es tenido en cuenta ni es un interlocutor válido, solo hay que creer en lo opuesto a él. Hay personas que sirven como marcadores ideológicos. Para acertar solo hay que pensar justo lo contrario que ellas. Pero no siempre lo que ofende a alguien con quien no estamos de acuerdo es necesariamente bueno o correcto.
En Podemos explotan una confrontación absoluta. Parece que actuarán a nivel nacional del mismo modo que han actuado a nivel autonómico, especialmente en Madrid: toman una decisión no muy relevante que saben que creará polémica, se hacen los sorprendidos ante las reacciones más radicales, que explotan a su favor, y luego acusan a los medios de no centrarse en lo importante. Es una táctica inteligente de falsa ingenuidad. Entre Pilar Cernuda, la periodista que decía que los diputados de Podemos olían mal, y Podemos, cualquier persona sensata se ve obligada a elegir a Podemos. Ganan adeptos por oposición: al final van a conseguir que les vote.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).