Fotos: World Economic Forum / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0) // Wellcome Collection / Attribution 4.0 International (CC BY 4.0). Ilustración: Letras Libres

El odio a Emilio Lozoya no podría ser más rentable

El exdirector de Pemex debe ser juzgado y castigado si se le encuentra culpable. Pero eso no bastaría para mantener vivo al relato populista, porque le quitaría su principal fuerza emocional: el resentimiento.
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¿Debemos odiar a Emilio Lozoya? Depende de a quién le pregunte. Si usted consulta al presidente López Obrador, la respuesta es un contundente “sí”. Hay que odiarlo, no solo por todo lo que hizo, sino por todo lo que es: junior de la política, nieto de un gobernador, hijo de un influyente secretario de Estado en el sexenio del “innombrable” Carlos Salinas de Gortari, socio conspicuo de la élite financiera neoliberal global, egresado de escuelas ivy league. Genéticamente insensible al sufrimiento del pueblo, Lozoya es el poster boy de todas las encíclicas lopezobradoristas sobre la corrupción, esa podredumbre moral que cunde como la lepra entre opositores y críticos del gobierno, y cuya única cura conocida es convertirse al culto de la personalidad del presidente. Claro que hay que odiar a Lozoya, nos dicen, y por eso desde el poder se monta un espectáculo para desnudarlo, exhibir sus pústulas morales y hacer que grite arrepentido los nombres de sus cómplices. Los seguidores del presidente coinciden, y algunos han sido muy explícitos en sus sugerencias sobre cómo transformar el odio en acción, incluyendo propuestas de fusilamiento y linchamiento.

Repitamos lo obvio, aunque en este país nunca ha sido obvio que quien viola la ley debe ir a la cárcel, especialmente si ha roto su juramento como servidor público. Emilio Lozoya Austin debe ser juzgado y castigado si se le encuentra culpable. Sus cómplices y beneficiarios también, sean quienes sean. Todos deben rendir cuentas por sus indignos actos, ser sujetos a un juicio público, presentar evidencia en su defensa y, luego de una deliberación objetiva sobre los hechos y su gravedad, deben recibir una sentencia justa. Pero eso casi nunca ha pasado en México. Y es muy difícil que pase en el gobierno de López Obrador, quien de manera absolutamente transparente nos ha dicho que el espectáculo que montará en torno a Lozoya hará que las series de Netflix parezcan “cuentos de hadas”.

Para entender por qué el presidente de la República, primer encargado de cumplir y hacer cumplir la ley, prefiere un reality show a la justicia, tenemos que entender el papel del resentimiento en la retórica populista. Como bien explica María Esperanza Casullo,

((Casullo, María Esperanza. ¿Por qué funciona el populismo?: El discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis. Siglo XXI Editores, Argentina, 2019. Edición electrónica.
))

el discurso populista “es la narración de un daño infligido sobre el pueblo, una historia de dolor, traición y redención: había una vez un gran pueblo, destinado a la grandeza y la prosperidad, que fue traicionado por el villano, y con la ayuda y el liderazgo de un político redentor, este pueblo se rebela contra su adversario para alcanzar, de una vez y por todas, su destino de gloria”.

En teoría, la justicia resarciría la traición y permitiría que el relato tenga un final aceptable. ¿Qué pasaría si Lozoya fuera juzgado y sentenciado a, digamos, diez años de prisión, y sus bienes mal habidos fueran incautados? Habría una restitución de los valores que ha profanado: honestidad, servicio público, integridad, verdad. La indignación ciudadana encontraría satisfacción en saber que se aplicó la ley y se dictó sentencia. Pero esto no bastaría para mantener vivo al relato populista, porque le quitaría su principal fuerza emocional: el resentimiento. José María Lassalle nos recuerda que bajo el populismo “no puede haber olvido, sino recreación en la vigencia del dolor. Especialmente porque la pérdida que da pie al resentimiento es una razón de ser identitaria para quien la protagoniza y la convierte, entre otras cosas, en el motivo del sentido de su voto”.

((Lassalle, José María. Contra el populismo: Cartografía de un totalitarismo postmoderno. Debate, Barcelona, 2017. Edición electrónica.
))

Por eso, más que justicia eficaz, para este gobierno es mejor que Lozoya delate por capítulos –con o sin pruebas– a los enemigos políticos del presidente, a fin de que sus seguidores puedan revivir una y otra vez la traición, regocijarse en el resentimiento y clamar por venganza. La razón legal se ve sustituida por la razón populista, dejando la sentencia definitiva en manos de las emociones del tribunal del “pueblo”.

El circo de freaks de la corrupción del sexenio de Enrique Peña Nieto hoy tiene nuevo dueño. Parado afuera de la carpa, ese dueño usa el podio presidencial para describir al público los tremendos horrores que encontrará al entrar. Indignación sin fin a cambio de un precio módico: tu voto por Morena en 2021. El odio a Emilio Lozoya no podría ser más rentable.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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