Foto: Rodrigo Fernández / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)

Letras en la pandemia: una charla con Raúl Zurita

Una conversación a distancia con Raúl Zurita.
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Christopher Domínguez Michael, editor de Letras Libres, platica con el poeta chileno Raúl Zurita sobre la peste y sus saldos en Chile y el mundo.

 

Por razones técnicas ajenas a nuestro control, la calidad del sonido durante la conversación virtual con Raúl Zurita fue deficiente. Por ello, ofrecemos esta versión escrita de la charla, condensada y editada para fines de claridad.

 

Christopher Domínguez Michael: Bienvenido, Raúl Zurita a Letras en la pandemia. Para nosotros es un honor tener a uno de los orgullos de la lírica de lengua española entre nosotros. Y empezaría preguntándote, Raúl, acaso lo menos ingrato, ¿cuál ha sido tu vida de poeta, de lector, en estos ya prolongados días de cuarentena?

Raúl Zurita: Hola. Encantado. Ha sido, Christopher, una vida de confinamiento. Yo me he encerrado. Lo que inmediatamente genera una cierta sensación de culpa extraña, seguramente muy cristiana, muy católica. Porque inmediatamente piensas que poder mantenerse así es una situación de privilegio en relación a lo que ves diariamente a través de todas estas noticias en la televisión. Hay gente que no puede. Y cómo será de horrible el mundo si no deja de hacerte sentir culpable de un confort que ni siquiera lo has pedido tú tampoco. Te fijas que podrías estar perfectamente en una de esas carpas donde se están muriendo. Es bien tremendo. Además, esta es una muerte silenciosa. Es una muerte sin ilusión, como yo lo dije una vez, porque estás dentro de una escafandra, sin ilusión de que alguien va a estar a tu lado, sin ilusión de que alguien te va a tomar tu mano directamente. Es bien terrible. Pero, en fin, en esas estamos. La peste ha sido una constante del mundo y una constante de la literatura, lamentablemente. Un architema, por así decirlo. Y ahora nos está pasando nuestra peste.

 

Yo creo que si hay un poeta hijo de Dante, ese poeta eres tú. No sé si la presencia permanente en tu infancia de la Comedia de Dante te ha remitido a algún momento de su obra.

Bueno, es que la obra de Dante es tan impresionante. Es una obra además con la que tengo relaciones puramente biográficas, una relación afectiva, porque para mí es volver a escuchar los cuentos que me contaba mi abuela basados en la Divina Comedia, cuando era muy niño, porque era una persona absolutamente nostálgica. Satisfacía su nostalgia contándome a mí y a mi hermana que teníamos cinco años y no entendíamos nada. Nos contaba cuentos bastante aterrorizantes del infierno. Además, Dante estuvo en la gran peste de Florencia, que describe Boccaccio. En la literatura italiana está un poco siempre esa presencia. Está en I promessi sposi, de Manzoni, un autor semiolvidado, no sé por qué. A mí me fascinó. Entonces, claro, te resuena lo dantesco, lo enorme, lo vasto, lo tremendo. Desgraciadamente nos toca lo enorme, lo vasto y lo tremendo aún. Te das cuenta que lo enorme, lo vasto, lo tremendo puede ser aterrorizante.

 

Pasando un poco más del mundo de las lecturas al mundo de la realidad, a la cual estamos conectados solo por las pantallas. A David Huerta, a Fernando Savater, a otras personas que han platicado conmigo en estas grabaciones, les he preguntado la pregunta obvia de si creen que esta peste de alguna manera contribuirá a mejorar la calidad de vida de los seres humanos, los sistemas de salud, las alertas sanitarias. O, una vez más, pasaremos de esto quienes sobrevivamos y olvidaremos. ¿Cómo te sitúas ante esta disyuntiva?

Yo soy un poco escéptico. No por una desconfianza general de la humanidad, como se dice, sino por razones concretas, casi históricas. O sea, yo veo cómo una humanidad que ha sido capaz en su historia de cometer los crímenes que ha cometido contra sí misma, es una humanidad que no aprende. Tú te subes a un bus, te subes al metro y ves a esa cantidad de gente completamente ensimismada hablándole a sus auriculares y, de pronto, nos hacemos los sorprendidos de lo solos que estamos hablando así, en estas celdas en las que estamos. Cuando en realidad esto está prefigurado y configurado, y absolutamente presente. Esa humanidad en la cual participamos –de una u otra forma, por el lado, por el costado, pero estamos allí–, tiene sus Auschwitz, tiene su bomba de Hiroshima, y tiene el horror de los migrantes que se mueren en el Mediterráneo. Entonces soy escéptico. Y ese daño que le hacemos también a la naturaleza nos lo hacemos a nosotros mismos. Yo creo que, o aprendemos o tenemos los días contados. Tan simple como eso, para mí. O sea, este es un aprendizaje forzoso. De pronto no somos más que una raza de asesinos condenados a construir el paraíso. Pero, si no lo construimos ya, se acabó. No queda mucho. Los paisajes, todo lo que vemos, son como telones en blanco que uno va llenando con la pasión de vivir. Pero esa misma pasión de vivir es la que levanta las montañas, la que cubre los mares, los ríos…

No sé. Soy escéptico. Soy pesimista. Pero ser pesimista ahora es ser verdaderamente pesimista, porque lo que uno quería era estar equivocado. Lo que más quisiera era estar equivocado. Lo que más quisiera es una variable desconocida en donde dijera que todo esto no fue más que un sueño. Después, de pronto, estamos todos igual. Estamos en nuestra sala de clases, estamos dando clases o estamos escuchando al profesor de primaria. Es lo que más quisiéramos.

La humanidad ha pasado por otras pestes. Ha pasado pestes terribles. Ve todo lo que se ha escrito al respecto, son cosas horribles. Pero cada vez esta cosa está teniendo más un carácter terminal, como si todos los avances, los progresos de pronto tú los remeces un poco. En Nueva York están construyendo esos cementerios, esas fosas comunes, con esas imágenes aterrorizantes. En Brasil, en el Perú, en Colombia, en Chile también. Florece una gran miseria, una injusticia, una desigualdad, de lo mal que nos hemos tratado en el fondo, de lo pésimamente mal que nos hemos tratado. Ahora, hay siempre una variable desconocida, pero que se asoma esta vez también.

 

En el caso de Chile, la pandemia viene en un momento de una intensa movilización social, que se detiene en seco por las razones sanitarias. Suponiendo que la pandemia vaya cediendo y vuelvan a recuperarse los espacios civiles y se reanude la vida política de Chile, ¿cuál es tu pronóstico o tu deseo de que ocurra con las movilizaciones de protestas que iniciaron en octubre del año pasado?

Mira, yo creo que van a continuar y más fuerte. Era tan obvio para muchos de nosotros que eso iba a suceder, lo del 18 de octubre. Era tan evidente porque Chile se había vuelto una gran clase media, pero era una clase media totalmente endeudada, precarizada, con las universidades prácticamente más caras del mundo para su ingreso. Entonces era una realidad absolutamente inventada, impostada. Bastó el más mínimo sacudón para que hubiera dos millones de personas en la calle. Todo por un boleto del metro. Entonces me temo que pasado esto, las condiciones de miseria van a persistir, van a seguir, yo no veo por dónde.

Yo veo una ceguera absoluta de la clase gobernante, un divorcio de la política total, un interés en no escuchar. Y de repente sorprenden los técnicos, a propósito de los debates internos, que salen con todas sus cifras y todo, y nadie les va a discutir sus conocimientos, pero ahí hay una cosa que es más política, política en el sentido casi de la supervivencia. Aquí hay toda una discusión de si se pueden retirar fondos de las grandes agencias, de las administradoras de fondos de pensiones, de las jubilaciones, de los fondos individuales. O sea, entonces pasan cosas que podrían llegar a ser cómicas si no fuera por lo trágicas que son. Hay un colectivo lumínico que se llama Delight Lab, que hace frases y pone mensajes de luz en la noche. El colectivo puso la palabra “Hambre” y apareció inmediatamente un camión con tremendos focos sacando luz para que se borrara y entonces no se veía. Porque los tipos le tenían terror a la palabra “Hambre”. Es tan obvio cómo la censura muestra sus propios mecanismos. Lo terrorífico es el hambre, no la palabra, pero ellos intentan borrar la palabra.

Hay un personaje de los chistes alemanes que se llama Don Otto, que pilla a la señora con su mejor amigo Fritz, engañándolo en el sillón, y Don Otto vende el sillón como castigo. Es tragicómico.

Al mismo tiempo uno vuelve al arte y a la escritura y es una reserva. No sé hasta qué grado es una reserva puramente individual, una reserva de tus lecturas, de lo que escribes o no escribes. Eso es difícil saberlo. Porque también hay una cierta sensación de inutilidad en las catástrofes; la inutilidad de todo, la inutilidad de la cultura, la inutilidad de la lectura, la inutilidad de lo que escribas o no escribas. Esa sensación. Pero, en fin. Aquí estamos. Yo ya tengo setenta años. Me preocupo por supuesto, veo para adelante y me preocupan mis nietos, todas esas cosas un poco de abuelita. Y te das cuenta de que la sentimentalidad, incluso en su sentido más dulzón, también puede ser una reserva. A lo mejor es más reserva esa que el Ulises de James Joyce. Puede ser, no lo sé. En todo caso, uno tercamente insiste. Insiste en el vicio de la literatura. Como Artaud, que acusaba a los surrealistas de persistir en el vicio de la literatura. Ojalá. No sabemos mucho.

 

Finalmente, Raúl… ¿cuál ha sido tu experiencia impartiendo clases por este medio, por videollamada?

Ha sido buena. Yo creo que además no sacamos nada con quejarnos mucho. Cuando no había todavía un autoaislamiento, ya había una exacerbación de soledad que se impuso en los últimos ochenta años. Una soledad social cada vez mayor. No es extraño estar en aulas virtuales, no era un espacio desconocido. Nadie entra en un espacio del todo desconocido. Tenemos espacios que a lo mejor nos son más familiares que las aulas tradicionales. Pero tal vez el aula tradicional ya se estaba perdiendo.

 

Y, ¿tú crees que sea tan dañino, como unos piensan, la desaparición del aula tradicional o que es un destino fatal?

Yo creo que es un destino fatal. Además, entiendo la queja frente al gran maestro; ese maestro que se para y que pontifica frente a unos que escuchan. Es muy bello y a uno le gusta hacerlo de vez en cuando, pero creo que eso se acabó. Se acabó tal como se acaban los medios impresos con relación a las redes. Los medios impresos conservan el prestigio, pero la vida está en otra parte. Hasta que en, algún momento, en esa vida que está en otra parte se va a imponer el prestigio. Sucedió con la invención de la fotografía. Ha sucedido tantas veces. Con relación a la imprenta y a los manuscritos. Con relación a la invención de la escritura sobre la oralidad. Platón empieza a escribir y esos tipos se horrorizan, los otros, ¿cómo eso que es texto? Yo creo que, en ese sentido, es un tremendo asunto que viene para quedarse. Y al principio imitan al medio que están remplazando, pero el final es casi inevitable. Se produce una gran convivencia de muchos años, pero creo que luchar contra esto es inútil y mucho mejor es pensar, si fuéramos optimistas, en cuáles son los contenidos. Dar de nuevo la vieja lucha por los contenidos. La vieja lucha por los significados, no por los significantes. Finalmente, todos son soportes.

 

Bueno, Raúl, pues te dejo seguir tu jornada de trabajo. Te mando un gran, gran abrazo. Y muchas gracias, por haber estado con nosotros.

Un gusto muy grande. Muchas gracias. Gracias a ti. Ciao.

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