Con un estricto apego a los plazos y una disciplina organizativa envidiable, los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador han concretado la formación de su partido político, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA para los compas). Es imposible dejar de sumarse al coro de voces tan numerosas como variadas que se congratulan por tal acontecimiento. Desde los defensores de la institucionalidad se expresa un alivio colectivo al ver cómo López Obrador hábilmente condujo el descontento postelectoral que él mismo alentó de vuelta a la arena electoral. El panismo debe estar de plácemes porque, si la aritmética no miente, la consolidación de un nuevo gran partido al lado del PRD tan solo dividirá el voto duro izquierdista y dejará al PAN automáticamente como segunda fuerza electoral. Los priístas deben estar haciendo las mismas cuentas alegres desde el pedestal presidencial. Y los perredistas repiten una y otra vez de dientes para afuera su beneplácito por el nacimiento de una organización hermana con la que buscarán los “puntos de contacto” para la posterior conformación de un frente unitario. Sí, hay grandes motivos de alegría para la izquierda y, sin embargo, no se ve a mucha gente festejando.
Admitamos mejor que pocas personas, fuera de los militantes del nuevo partido, están contentas de verdad, y los motivos son obvios. MORENA llega a disputarle el terreno al PRD luego de dos décadas de unidad de la izquierda partidista (recordemos que el PT siempre fue considerado un instrumento salinista para zancadillear al PRD hasta que López Obrador rehabilitó a sus dirigentes para luego invadir el partido con sus seguidores; algo parecido ocurrió con el Movimiento Ciudadano) y el espectro de la desbandada del PRD al nuevo partido les quita el sueño a los mismos que se apresuran a negar tal preocupación. Pero ahí está, creo yo, la principal virtud del nuevo partido; va a crear una situación de crisis (en la acepción más antigua del término: el cambio abrupto en el desarrollo de una enfermedad tras el cual el paciente se mejora o muere) que acabará, para bien o para mal, con la larga agonía de la izquierda partidista mexicana. Y ese sí es motivo de alegría.
MORENA nace a la vida partidista pisando fuerte, con un discurso del presidente de su nuevo Comité Ejecutivo Nacional, Martí Batres, en el que no solo no comparte la declaración de hermandad de todas las izquierdas, sino que se apresura a monopolizar la franquicia: “el obradorismo es la izquierda de nuestros días ”, dijo. Los izquierdistas tenemos una forma muy curiosa de identificar a las corrientes políticas; nos paramos muy derechitos, extendemos lateralmente el brazo diestro y declaramos: “de donde estoy yo para allá todo es La Derecha.” La declaración de Martí va en ese sentido; “el lopezobradorismo es la izquierda de hoy”. Ergo, no ser lopezobradorista es no ser de izquierda. En las oficinas del PRI y del PAN, en las juntas directivas de cientos de organizaciones civiles, en los consejos editoriales de una gran cantidad de revistas, etc. seguramente no tendrán nada que objetar: que los izquierdistas se hagan bolas entre ellos. Pero a uno, con algunos años ya de militancia a cuestas, sí que lo ponen en una posición difícil. La primera reacción ante tal pronunciamiento es contraatacar visceralmente, como esta misma bitácora lo ha hecho: si el lopezobradorismo es la izquierda de hoy en día, ello solo demuestra el patético estado de la izquierda mexicana contemporánea. Pero esta vez hay que morderse la lengua un poco. Lo que los izquierdistas deberíamos hacer, sobre todo si el brazo extendido de Martí nos apunta o nos abarca, es preguntarnos: ¿Dónde está parado Martí? ¿Desde dónde define el lopezobradorismo su propio izquierdismo y el no-izquierdismo de los demás?
Aceptemos que la pregunta es complicada y me parece que precisamente por ello es que la creación de MORENA constituye un gran aporte para el desarrollo de la izquierda mexicana. Nos plantea un reto intelectual para ir saliendo del marasmo. La resolución del enigma nos pone de entrada ante una disyuntiva, digamos, teórico-metodológica: ¿existe una especie de izquierdómetro por medio del cual podamos discernir el nivel de izquierdismo de una corriente política? O, siguiendo el propio horizonte temporal inscrito en la declaración de Batres ¿cuál es la teoría del desarrollo histórico y de la acción política que ubica al lopezobradorismo como La Izquierda del momento actual?
Despachemos la primera posibilidad para entrar a la parte interesante. El método del izquierdómetro requiere de varios ejes (tipo cartesianos, pero con múltiples dimensiones) y una escala de valores para ubicar al lopezobradorismo en la gráfica. Si uno revisa con cuidado los documentos básicos del movimiento, como el Proyecto Alternativo de Nación en sus múltiples versiones, y el Programa de MORENA, veremos que en lo económico el lopezobradorismo es una copia al carbón del echeverrismo (vieja historia, pero no por ello menos real), que en lo social existe un gran vacío sobre cuestiones básicas como el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y el matrimonio entre personas del mismo sexo, y que en lo político no se aborda mucho más que el tema del federalismo y la instauración de mecanismos de participación popular como la revocación del mandato. Simplemente no acabo yo de entender cómo tales propuestas como las de desarrollar la infraestructura y combatir a la corrupción son en sí mismas de izquierda. En ninguno de los documentos del lopezobradorismo existe una discusión seria sobre las causas estructurales de la pobreza en el país (aunque hay una alusión al papel de la “oligarquía en la “decadencia” nacional), de la exclusión social o de la dependencia tecnológica. No hay una economía política del subdesarrollo ni una discusión sobre la reproducción de los patrones de dominación política en las esferas familiar, cultural y social. Lo que hay es, sobre todo, una denuncia moral de la corrupción y la concentración de la riqueza. Aun si aceptamos que este es un programa de izquierda, lo que no queda claro es en qué se diferencia la “izquierda de nuestros días” del programa histórico del PRD y del PRI de los años 40.
Un caso aparte es el eje de la radicalidad. El lopezobradorismo abreva de una confusión común en la izquierda que calibra el grado de radicalidad con base en el nivel de activismo callejero, protesta pública, confrontación con las instituciones y “acciones contundentes”, como dirían los ultras de la huelga de la UNAM, en vez de atender a los contenidos del programa político. De esta manera, se puede ser “radical” cerrando avenidas y tomando camiones para defender el status quo de Pemex que mantiene al modesto y discreto secretario general de su sindicato como uno de los principales beneficiarios de nuestras riquezas petroleras. Al mismo tiempo, se puede ser un radical irreprochable si uno se inclina ante la jerarquía católica para vetar la Ley de Sociedades de Convivencia, siempre y cuando se insista en desconocer al gobierno en turno.
Pero la parte más interesante es la posibilidad implícita en la alusión de Martí Batres al horizonte histórico en la caracterización del lopezobradorismo como la izquierda actual. En un momento de emoción me parece que Martí nos quiere llevar de la mano por los caminos dialécticos del viejo análisis de coyuntura. Recordemos cómo los comunistas de carnet solían elaborar esas grandes caracterizaciones de los periodos históricos a fin de asignar los papeles que debían desempeñar los actores políticos en determinado momento. Para el Partido Comunista Mexicano, el cardenismo era el vehículo principal de la lucha de clases en México en el contexto de la lucha del proletariado internacional contra el nazi-fascismo. “El cardenismo es la izquierda de nuestros días” bien pudieron haber dicho -y de hecho dijeron con otras palabras- grandes militantes como Valentín Campa y Diego Rivera. El papel de las fuerzas vivas revolucionarias era encolumnarse detrás del dirigente-devenido-motor-del-desarrollo-histórico, impulsando una permanente radicalización del programa del caudillo hasta provocar la ruptura -cuando este se negara a avanzar- y dar el golpe final por cuenta propia. ¿Acaso nos propone Martí (sutilmente, con alusiones que solo los iniciados podemos entender), que por el momento el lopezobradorismo es la vía para exacerbar los conflictos con la élite política y económica a fin de desarrollar cualitativamente la conciencia de las huestes progresistas? ¿Pensará en la posibilidad futura de un movimiento social de izquierda, radicalizado y organizado, que prescinda del líder y sus ambiguas posiciones para imponer su propio programa contra la exclusión y la desigualdad?
Pero no, me parece que la declaración de Martí no da para tanto. Él y muchos otros dirigentes de izquierda se han acercado al lopezobradorismo como un fin en sí mismo porque López Obrador es el catalizador de una multitud de expresiones de descontento social que ni el PRD ni los movimientos de izquierda recientes, como el zapatismo, habían logrado cohesionar y colocar a las puertas del poder. La premisa del apoyo comunista a Cárdenas, por ejemplo, era la homogeneidad de las fuerzas comunistas y la diferenciación entre los actores de clase dentro del Frente Popular. El cardenismo era el medio para que avanzara una clase cuya identidad permanecía indisoluble en la coalición. Por el contrario, el lopezobradorismo es el elemento que confiere identidad común a los individuos y grupos que se han acercado a MORENA, aunque sea una identidad izquierdista atenuada por la vacuidad del programa del líder. Para que esta identidad común logre cuajar, el lopezobradorismo ha debido pintar la raya con el resto de los habitantes del lado izquierdo mexicano. Al izquierdismo lopezobradorista lo constituye precisamente este acto de trazar la línea, este acto de diferenciación nominal, no programático, ni teórico, ni táctico, ni nada por el estilo, simplemente un acto de afirmación subjetiva. Por lo mismo, el lopezobradorismo no nos concederá nunca un rinconcito bajo su brazo a los que nos hemos mantenido tozudamente al margen.
Si “el lopezobradorismo es la izquierda de hoy”, concedámosle esa victoria temporal y dediquémonos a construir la izquierda del futuro.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.