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David Huerta
Correo del otro mundo (y algunas lecturas más)
México, Grano de Sal, 2019
El ensayo puede llegar a ser un género que privilegia (cuando no recompensa) el ánimo y el tono tentativos, y en el que las conclusiones pueden ser provisionales sin llegar a ser contundentes. Y si esto es así con el ensayo, lo es más todavía en la columna, un espacio en que lo único soberano es la opinión y el punto de vista de El Columnista.
La prolífica carrera de David Huerta (Ciudad de México, 1949) como poeta y escritor ha ido en paralelo de sus columnas: la más famosa, “Aguas aéreas”, se publicó desde 2007 y durante casi una década en la Revista de la Universidad de México. También tuvo una tribuna política en la revista Proceso, y su espacio en el diario El Universal, “Libros y otras cosas”, sigue activo. Mención aparte merecen las columnas de “Correo del Otro Mundo” −llamadas así en honor al poeta y autobiógrafo del siglo XVIII, Diego Torres de Villarroel−, reunidas ahora por la editorial Grano de Sal a modo de celebración por el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances que le fue entregado al autor de Incurable el año pasado.
De 2005 a 2008, David Huerta publicó en el suplemento Hoja por hoja estos textos de apenas una cuartilla sobre la lectura y otros asuntos librescos. En ese espacio mínimo desarrolló un equilibrio entre lo transitorio, el rigor y lo atemporal que es infrecuente en las columnas (y no solo las literarias). A pesar de su brevedad, el autor no opta por el aforismo como recurso principal para atraer la atención, ni mucho menos para persuadir. En vez de eso, entrega imágenes, perfiles exactos sobre sus experiencias “a ras de texto” (como señala Felipe Vázquez, prologuista de este volumen) con libros, poemas y lecturas.
“Siempre he creído en el talante subversivo (antiestatal) de quienes leen libros; mejor dicho: en la índole marginal de esa actividad desinteresada.” (“La lectura subversiva”)
Así, el poeta renuncia a su potestad como columnista, y se atiene al rigor de un lector atento. En vez de los “quizás”, “tal vez” y “a lo mejor” que tanto le gustaban, por ejemplo, a Borges en sus inquisiciones, Huerta se ciñe a una mirada puntual y no pocas veces severa, propia de quien ha sido profesor durante décadas. Ese es uno de los encantos de estos correos mundanos, entregados como un servicio pero también como una exigencia de pasión a esos seres insurrectos −entre los que Huerta se cuenta a sí mismo−, los “lectores independientes”: libres de las modas, los premios, el mercado y las coyunturas que acorralan la lectura.
De ahí que estos textos, aunque producto de su tiempo, sigan hablando desde la actualidad acerca de los precursores de Juan Rulfo (J.M. Sygne y Ramuz); las agendas como autobiografías involuntarias; libros enigmáticos como el Manuscrito Voynich o el Codex Seraphinianus; los escritos que Frida Kahlo incluyó en sus pinturas; las antologías de poesía y sus altercados; los sustantivos en la obra de Gabriel García Márquez; la leyenda que une a Hércules con el pulque, o el encanto de los libros de bolsillo.
A eso se suman otros textos más largos sobre las obras de Jorge Aguilar Mora, José Gorostiza, Andrés Fernández de Andrada, Wisława Szymborska, Cintio Vitier o el misterio jamás resuelto de quién fue el Lazarillo de Tormes. Sin llegar a ser impresionistas o “cardiocéntricos” (como Huerta califica a la concesión irrestricta a las emociones), sus acercamientos a estos autores tienen un arrebato imposible de ocultar en la meticulosa factura de cada línea, el gusto por la minucia, la poesía disfrazada de prosa (aquí, Huerta pediría un análisis exhaustivo para justificar esta afirmación).
“Así los libros: se van y nosotros nos quedamos para leer, releer, hacer proyectos utópicos de lectura. Pero también para recordar los que leímos, y para olvidarlos y para pensar que el vicio impune siempre tendrá sus adictivos materiales no lejos de nuestras manos, de nuestros ojos, de los días que se van.” (“La querella del papel y el espacio”)
Leídas en conjunto, las columnas de Correo del mundo (y algunas lecturas más), más que una serie de opiniones contundentes o netas desgobernadas, conforman una galería con imágenes de la vida entre libros a través de los años. También son una reivindicación de la seriedad que implica la lectura, acto donde el gozo se encuentra con la inteligencia.
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