Me gusta mucho la obra de Harold Bloom, el legendario, alto y ancho súper hombre de letras norteamericano: sus estudios monográficos sobre W.B. Yeats y Wallace Stevens son magistrales de agudeza crítica; los sabios tomos sobre Shakespeare; su decidida defensa de una literatura libre de la servidumbre sociológica (de La ansiedad de la influencia, de 1973, a La anatomía de la influencia, de 2011); su labor como estudioso del lenguaje bíblico (“J”, Ruin the Sacred Truths) y, desde luego, sus trabajos de divulgación (The Western Cannon, Genius).
Bloom es también editor de una serie que se llama Modern Critical Interpretations, cien recopilaciones de ensayos sobre obras y autores que figuran en los programas de estudio de las universidades estadounidenses.
En 2002 apareció el volumen dedicado a Octavio Paz, con buenos ensayos (de Ricardo Gullón, Manuel Durán, Julia Kushigian, etcétera) y un extenso prólogo en el que Bloom que se centra en El laberinto de la soledad y en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, que le parece su obra maestra en prosa.
Cuatro años más tarde apareció Carlos Fuentes: La muerte de Artemio Cruz, que recopila una docena de ensayos de académicos como Maarten Van Delden, Steven Boldy y Robin Fiddian.
Lo que es bastante enérgico es el breve prólogo de Bloom:
Carlos Fuentes, quien por razones políticas y culturales ha vivido mucho menos tiempo en México que en Europa y los Estados Unidos, es probablemente el escritor más famoso de su país, pero ciertamente no es el mejor. El ensayista y poeta Octavio Paz (1914-1998) sigue siendo, con toda claridad, la mente literaria más eminente de México, mientras que el novelista Juan Rulfo, aunque no muy prolífico, me resulta más impresionante que Fuentes.
Luego de discurrir sobre los días aciagos que vive México (y también Estados Unidos) y describir sumariamente al PRI y sus gracias en tres renglones, continúa Bloom:
Es fácil observar por qué La muerte de Artemio Cruz es un libro tan popular en estos tiempos universitarios-multimedia de corrección política. Fuentes lamenta la traición que México se ha autoinflingido, personificando su perfidia en el agonizante Artemio Cruz, cuya conciencia se halla dividida en tres partes, por lo que habla en tres voces.
Lamento observar que La muerte de Artemio Cruz es una novela excesivamente derivada: descansa a lo largo de su desarrollo en As I Lay Dying y Absalom, Absalom! de Faulkner, así como en las ficciones del cubano Alejo Carpentier. Citizen Kane, de Orson Welles, es otra intrusión constante. Y no es que Faulkner, Carpentier y Welles sean transformados en algo rico y extraño que sea propio de Fuentes: los ecos son perturbadores porque delatan una ansiedad de la influencia que Fuentes, carente de fuerza, no supera.
Una falla aún más grave, a juicio mío, es el grado en que Fuentes toma prestado su análisis de la masculinidad mexicana de El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz, un extraordinario retrato de la personalidad de México. La identidad de Artemio Cruz es más creación de Paz que de Fuentes…
Supongo que no faltarán periodistas y lectores aficionados a leer con anteojos castrenses que acusarán al gran gordo de Yale de haber cometido ataque…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.