Ya se nos hizo costumbre: la política cultural pasa inadvertida en el debate público, su discusión casi siempre se confina a los foros de expertos y sus pendientes persisten de un sexenio a otro, entre dificultades institucionales y recursos que “no bajan”. Para indagar en las aristas del problema, Letras Libres ha reunido a un grupo de autores, que abarca tanto a quienes producen bienes culturales y participan en su difusión o su estudio como a quienes los consumen. Si se debe encontrar un hilo común en estas voces es que la cultura no puede competir en los mismos términos que otras mercancías. Por un lado, el mercado amenaza con expulsar a libros, películas y obras de teatro de la oferta; por el otro, la globalización uniforma los contenidos y, peor aún, el ocio y los gustos de las personas. Es evidente, entonces, que el Estado debe apoyar a la cultura, siquiera porque sin diversidad de opciones no hay elección y, por tanto, libertad.
Ante leyes caducas, inadecuadas e incompletas, discursos románticos de la cultura, la precariedad laboral de los trabajadores de este sector, contra prejuicios y enfoques estrechos, desigualdades geográficas, de género, clase, edad y raza, estos ensayos dan a los verbos oficialistas, solemnes y engolados de la política cultural –fomentar, proteger, promover– significados precisos, propuestas detalladas, mecanismos específicos que son, en su conjunto, respuestas a los problemas urgentes.
