Se dice que una buena manera de engañar sobre la propia erudición consiste en memorizar citas oscuras de libros poco famosos. Si la conversación va sobre Borges, nada como traer a cuento algunas líneas de los Nueve ensayos dantescos, en lugar de las socorridas opiniones y lugares comunes que existen sobre Ficciones o El Aleph. Esta poética del lector de lados B postula para Cervantes, por ejemplo, La Galatea; para Lorca, los Sonetos del amor oscuro; para Neruda, Arte de pájaros; para Rosario Castellanos, Los convidados de Agosto; para Bioy Casares, Dormir al sol; para Cortázar, El libro de Manuel; para Miguel Ángel Asturias, cualquier cosa. Para llevar a cabo esta tarea basta tener a mano cualquier historia de la literatura y acceso a una biblioteca internet.
Desde otra perspectiva, también pasa que el argumento de autoridad llega a criterios tan ridículos como el de citar al autor del estudio psicológico cuya conclusión es que la primera impresión jamás se olvida. Algo parecido sucede con la frase que, en estos días, ilustra el boleto de entrada del Museo Universitario de Arte Contemporáneo:
“En el mundo están sucediendo cosas increíbles. Gabriel García Márquez”,
frase que José Arcadio Buendía le dice a Úrsula en Cien años de soledad y que miles de personas más han dicho junto con otras joyas de la literatura mundial como “se me ha hecho tarde” o “qué caliente está la sopa”.
En este caso lo que hace falta son pocos escrúpulos y la necesidad de demostrar, entre otras muchas cosas, que el conocimiento más inútil puede resaltar cualquier suceso con tufillos de autoridad o estilo. Para esta clase de momentos existe una amplia variedad de citas que, aplicadas a situaciones comunes, permiten el lucimiento y la consideración inmediata de quienes nos rodean.
Las instrucciones son simples: reconocer el contexto y, de manera natural, ejemplificarlo con la elegancia y seguridad que proporciona la referencia a un autor consagrado. He aquí algunos ejemplos que pueden ser útiles para nuestra realidad mexicana:
Había llovido
(Jorge Luis Borges en “La intrusa”)
Hacía treinta y tres grados de calor
(Gustave Flaubert en Bouvard y Pécuchet)
Perdón, Señor
(noche 393 en el Libro de las mil y una noches)
La memoria me falla, muchachos
(Roberto Bolaño en Los detectives salvajes)
Y usted, ¿sabe algo de su mujer?
(Evelio Rosero en Los ejércitos)
¡No eres hijo mío, no eres hijo mío!
(Augusto Monterroso en Obras completas y otros cuentos)
Es una joya de la literatura de todos los tiempos
(Antonio Orejudo en Un momento de descanso)
He visto cadáveres arrojados ante los postigos
(Ovidio en sus Metamorfosis)
No cabe duda
(Hermann Broch en La muerte de Virgilio)
Mucho tiempo he estado acostándome temprano
(Marcel Proust en Por el camino de Swann)
A las dos de la mañana, me levanté a preparar café
(Alejandro Zambra en Formas de volver a casa)
Sentí pena y horror
(Mijaíl Bulgákov en El maestro y margarita)
¿Qué hora es?
(Elena Garro en La semana de colores)
La idea me encantó
(Amin Maalouf en El primer siglo después de Béatrice)
Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Éste es un pueblo de esos.
(Juan Rulfo en Pedro Páramo)
La lista, como se ve, es caprichosa y de ninguna manera agota las múltiples oportunidad que la realidad nos da para citar escritores famosos. Los ejemplos son numersos, tanto como obras literarias conozca la persona que lee únicamente para que los demás sepan que lo hace. En este caso, lo que se ofrecen son guías para que cada uno continúe su breviario de citas citables.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.