En diciembre de 1994 tres exploradores en el sur de Francia dieron con una cueva que contiene las pinturas rupestres más antiguas conocidas por el hombre, con al menos treinta y dos mil años de existencia. El azar quiso que un derrumbe hace veinte mil años mantuviera cerrado ese espacio, conservado con extraordinaria pulcritud para nuestra era. Las pinturas de Altamira son quince mil años más nuevas, y al haber sido descubiertas en 1879, cuando la arqueología era una cuestión muy distinta a lo que es hoy, mucho se ha desgastado en más de cien años de contacto con el hombre moderno. Es una fortuna que el destino haya preservado intacta la caverna Chauvet, llamada así en honor al explorador que la descubrió.
La caverna no está abierta al público, y su acceso es limitado incluso para los científicos de distintas ramas que realizan estudios al respecto. Se abre dos veces al año, en otoño y primavera, y solo si las condiciones climatológicas lo permiten. En junio de 2008 Judith Thurman publicó un artículo en The New Yorker en el que relata su visita al sitio arqueológico, y en ese momento Werner Herzog se interesó en el caso. Pidió permiso al gobierno francés y se encaminó a grabar el monumental hallazgo. Cave of Forgotten Dreams (2010) es el resultado.
El tono del documental es realista, en la veta de Wheel of Time (2003) o Encounters at the End of the World (2007), y al contrario de la docu-ficción en la que a veces incurre —Lessons of Darkness (1992) o The Wild Blue Yonder (2005). Su voz acompaña a las imágenes en un recorrido cíclico dentro de la caverna, sus alrededores y otros sitios que tienen relación directa con las pinturas o quienes las crearon, artistas o chamanes pertenecientes a una de las primeras generaciones de homo sapiens que poblaron la Tierra, pues al tiempo que fueron pintadas aún habían neandertales en las cercanías. Poco después, hace veinticinco mil años, éstos se extinguieron. Hay representaciones pictóricas de caballos y búfalos de una belleza sobrecogedora. La destreza de quienes llevaron a cabo esos frescos es evidente. El grado de sofisticación es asombroso; no se limitan a replicar la forma del animal, sino que al trazar cuatro siluetas de un mismo caballo procuran darle movimiento. Con la luz que da una antorcha el espectáculo debió haber sido revelador. Como bien argumenta Herzog, estas pinturas pueden ser vistas como la forma más temprana de cinematografía.
La entrada a la cueva está hoy custodiada por una puerta de acero resguardada por un complejo sistema de seguridad, como si fuera la bóveda de un banco. Poco después del descubrimiento se colocó un pasillo sobre la superficie para que los visitantes no toquen el suelo. A Herzog le fue permitido entrar con tres personas: el fotógrafo, el sonidista y un asistente, viéndose forzado a colocar las luces al tiempo que dirigía la cámara. Hay partes en las que no puede acercarse lo suficiente, pero ese vistazo es en sí maravilloso. Y aquí cabe hablar de la tecnología 3-D, a la que Herzog le tuvo recelo hasta antes de hacer esta película, llamándola "un nuevo truco del cine comercial". El fotógrafo le sugirió considerar la idea de hacerla en 3-D, Herzog se negó en un principio pero después de visitar la cueva cambió de opinión. Antes de esta cinta el 3-D se había utilizado solo para películas de ficción realizadas en foros, con decorados manipulables e imágenes generadas por computadora. Para el documental fue necesario desarrollar cámaras especiales que cumplieran con las particularidades de la poca luz que el equipo de filmación podía introducir a la cueva, ampliando las posibilidades de la tecnología. Aunque existe la versión tradicional en dos dimensiones, Herzog afirma que la película tiene que verse en 3-D, y tiene razón. La comparación en ambos formatos es abismal. La sensación que causa en el espectador el paso de las pinturas en una pantalla en tres dimensiones es indescriptible. Hay una distancia impalpable entre esas dos visiones, además del simple hecho de acudir a una sala oscura, semejante a una caverna, para ver ese acontecimiento en vez de que sea solo una parte de la programación en el televisor.
La simpleza de la narración es uno los atributos del estilo de Herzog, quien a sus casi setenta años de edad sigue filmando a una velocidad impresionante —en los últimos diez años ha producido un promedio de dos películas al año. En Cave of Forgotten Dreams hasta las breves entrevistas con científicos resultan fascinantes, y un viaje virtual por la inmensa caverna da una idea certera del espacio.
El corolario de la historia es una visita a una planta nuclear no muy lejos del sitio arqueológico. Cerca de la planta hay un invernadero experimental en el que cocodrilos mutantes de pigmentación blanca y ojos rojos conviven con los grandes lagartos que los parieron. Herzog hace una comparación tal vez descabellada entre este fenómeno y el tema de la película: el hombre contemporáneo como el mutante en relación a quienes pintaron los frescos, y el neandertal junto al homo sapiens. Cavilaciones como esta hacen eco en la mente del público que sale de la sala con una perspectiva distinta del ser humano y de la historia que cuando entró.
Cave of Forgotten Dreams en 3-D es un evento único. Una visita guiada de la mano de Herzog por las pinturas rupestres más viejas del orbe es un encuentro irresistible.
(ciudad de México, 1979) Escritor y cineasta