La señora Luz María Pizá, directora de Educación Ambiental de la Secretaría del Medio Ambiente, calcula que habitan en el DF tres millones de perros (aunque hay quienes sostienen que son cuatro), 900 mil de los cuales son callejeros, que generan diariamente 750 toneladas de “excretas” (es decir, mierda).
Este cálculo deriva de que cada perro excreta en promedio 250 gramos de excretas al día, sin importar su tamaño, raza, clase social o nivel educativo, desde el faldero pomadoso de la niña pudiente hasta el rottweiler viril del diputado, pasando por el solovino de taller automotriz, el izquierdista xoloscuintle o el San Bernardo imponente del banquero.
750 toneladas de excretas es una cifra terrorífica. Merecería, para enfatizar su elocuencia, una de esas ilustraciones comparativas apabullantes del tipo “llenarían cien albercas olímpicas”, o similar, que lamento no tener la paciencia de ponerme a calcular pero que, a fe mía, son muchas, muchísimas excretas. (Agregarle las humanas y las de los hamsters ya sería demasiado.)
Ahora, las dimensiones de este asco se minimizan ante la cifra que, esa sí, es verdaderamente espeluznante: cada gramo de excreta perruna contiene 20 mil células de escherichia coli que, multiplicadas por las famosas 750 toneladas, arrojan 15 billones (15,000,000,000,000) de celulitas cargadas de esa bacteria hiperactiva a la que, por si fuera poco, le da por volar buscando clientela necesitada de, por ejemplo, salmonelosis, brucelosis, tuberculosis, leptospirosis, sarna demodécica, dipilidiasis, babesiosis, ascaridiosis, filariasis, hidatidosis, leishmaniasis, glaucoma, cataratas, conjuntivitis, toxoplasmosis, rabia, hantavirosis, dermatofitosis o criptococosis. Tenemos de todo: usted escoja.
El DF es de este modo una ciudad propicia a que, mientras se realizan ejercicios aeróbicos para preservar la condición física, se estén consumiendo celulitas anaeróbicas para deteriorar la condición física. ¡15 billones de celulitas que andan en shorts, corre y corre, por calles y avenidas, por plazas y tianguis, en mítines y marchas, en el metro y en el metrobús, en el turibús y en el microbús, convirtiéndose en champús, letales como un obús, viendo a quién demonios provocarle un patatús!
Desde luego, las autoridades hacen llamados a la conciencia de la población y el gobierno del DF organiza campañas y promueve la conducta ciudadana de recoger excretas y hasta asesta multas por no hacerlo (hasta 20 salarios mínimos de multa o hasta 24 horas de cárcel: “me entambaron por no recoger excretas…”). Y no pasa nada, ni va a pasar. México: ciudad excretas.
Excretas… Curiosa palabrita. Se entienden las reservas de la funcionaria Pizá, y aun las de cualquier persona, pues las otras son palabras tan crudas y antediluvianas como las acciones que nombran. No aparece “excretas”, claro, en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Es un laborioso eufemismo para no decir caca, voz cavernícola con tanto pedigrí clásico como irrebatible popularidad coloquial: caca viene del latín “cac”, que es un uso hipocorístico –es decir, cariñosamente pueril– de “cacare” que significa cagar. Existe “excreta” que –dice el DRAE, cubriéndose de velos y bailando la redundancia– significa lo “que se excreta”. Esto obliga a buscar el verbo “excretar” que significa “expeler el excremento”. ¡Cuántos ex ex ex para por fin cagar! Pero atención, porque según el DRAE, para calificar como caca el excremento debe ser humano y “especialmente el de los niños pequeños” (a los que no hay que confundir con los niños grandes).
Nada que respirar.
(Publicado previamente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.