Que la soberanía nacional tiene que fortalecerse “con la ciencia, la innovación y el desarrollo tecnológico” es convicción de la UNAM, y así lo expresó recientemente por medio de su rector, el Dr. José Narro Robles (El Universal, 2 de marzo).
La UNAM, que reconoce que México se ha rezagado en esos campos en el ámbito latinoamericano, y que considera inaceptable que sólo el 5% de las patentes registradas en el país hayan sido generadas por científicos mexicanos, anunció que participaría en el Congreso de la Asociación Mexicana de Directivos de la Investigación Aplicada y el Desarrollo Tecnológico (ADIAT). Se trata, dijo el rector, de acercar a la UNAM y a la iniciativa privada (IP) pues le parece propicio que el sector productivo invierta más en desarrollo científico y tecnológico, y que las universidades “encuentren un punto de contacto” con la realidad por medio de la IP.
Esta relación, que debería ser natural y lógica, debe sin embargo forzarse desde la voluntad toda vez que, por desgracia, no escasea en cierto discurso de las universidades públicas una ideología para la que patentar, innovar, producir ciencia y tecnología mercadeables no sólo es ajeno a la tarea universitaria, sino hasta agravio a su espíritu, pues supone una “mercantilización del trabajo académico”.
No ha pasado un año desde que algunas críticas al bajo índice de la UNAM como generadora de patentes provocaron indignación entre algunos de esos ideólogos (y hasta funcionarios) para quienes las patentes son “chatarra”; para quienes la UNAM debe tener como centro “lo político” y para quienes la universidad pública debe producir no tanto profesionales competentes como “ciudadanos conscientes”…
No obstante, la UNAM realmente progresista ha establecido una Coordinación de Innovación y Desarrollo que tiene como objeto vincular la investigación universitaria con los sectores público, privado y social. La puso en manos del Dr. Jaime Martuscelli, biólogo muy reconocido que, además, conoce bien a la UNAM, pues fue su secretario general durante unos años. Susoficinasestarán en la Torre de Tlatelolco que la UNAM heredó y administra desde hace unos años. Felizmente, hasta ahora, nadie ha considerado que la iniciativa profane territorio sagrado.
La UNAM anunció que la nueva dependencia buscará aumentar el número de patentes (apenas 121 entre 1991 y 2009) así como los contratos de transferencia de tecnología y la creación de empresas, y que apoyará al Programa Universitario de Emprendimiento de la UNAM, que “incuba” ya más de cien proyectos de empresas y desarrollo tecnológico en cinco de sus facultades en las que, además, los estudiantes aprenden a planear negocios.
Celebro este triunfo del sentido común. Y celebro que esté en manos del Dr. Martuscelli, que me parece un universitario íntegro. Lo traté, brevemente, hace quince años. Me puso al frente de un equipo de investigadores al que se le encomendó preparar el Epistolario del Dr. Ignacio Chávez –el cardiólogo que fuera rector de la UNAM de 1961 a 1966– para la serie de libros conmemorativos de su centenario que publicaron El Colegio Nacional, la UNAM y otras instituciones.
La sección de ese libro dedicada a la terrible crisis que padeció la UNAM en 1966 es interesante. Ese año el rector Chávez fue defenestrado por el típico puñado de ultras que enarbolaban, ya desde entonces, la ideología que ve en las universidades, sobre todo, un instrumento de “resistencia” al capitalismo, unas instituciones que fabrican “conciencia” a las que se impone apartar de criterios como la productividad y la actitud “integracionalista y vinculacionista”.
Algo está cambiando. Para bien.
(Publicado previamente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.