Advertencia previa
En contra de lo que pudiera insinuar el título de este post, no se trata de un panfleto escrito por un vegetariano radical sino por un carnívoro avergonzado. Lamento decepcionar a los lectores carnívoros acérrimos, que acaso tenían ya desenvainadas las espadas del escepticismo, así como a los vegetarianos a ultranza, que ondeaban las banderas de la victoria. (Aprovecho este espacio para aclarar que el término “irrefutable” debe entenderse en su cabal sentido epistemológico, es decir, del mismo modo que se aplica, por ejemplo, a la teoría de la evolución o a las leyes de la mecánica newtoniana).
Primer argumento: Los carnívoros mueren más jóvenes que los vegetarianos.
Tras los estudios de Rashni Sinhas y colaboradores, de acuerdo a los cuales el consumo de carnes rojas produce un aumento en la mortalidad del 31% en hombres y 36% en mujeres, tanto el World Cancer Research como la OMS recomiendan un máximo de 300 gramos de consumo semanal de esa vianda. El exceso de placeres de la carne, pese a sus eclesiásticas resonancias, conducen a una muerte prematura.
Segundo argumento irrefutable: La producción de carne es la causa principal del calentamiento global.
Entre el 18% (FAO) y el 50% (Worldwatch) de las emisiones generadoras del calentamiento global –la mayor amenaza a la que jamás se ha enfrentado la especie humana– provienen de la producción de carne. Más comentarios son innecesarios –a no ser que se siga intentando tapar el sol con el dedo de la ignorancia.
Tercer argumento irrefutable: El aumento mundial en el consumo de carne condena a la hambruna a los más pobres.
Nunca en la historia, nuestra especie había consumido tanta carne como hoy –y la tendencia es creciente. La consecuencia es que los animales de cebo consumen el 35% de los cereales del planeta, mientras que millones sufren de desnutrición. El corolario es implacable: Cuanta más carne comemos, más gente muere de hambre.
Cuarto argumento irrefutable: La producción intensiva de carne favorece la emergencia de virus con poder epidémico.
La encefalopatía espongiforme bovina del Reino Unido, la gripe aviar de China, la gripe porcina de México, por mencionar solo algunas, han sido resultado de las condiciones de crianza animal destinadas a reducir los costos de producción y, así, aumentar la rentabilidad –el ansia de ganancias en simbiosis perversa con nuestra sed de carne.
Quinto argumento irrefutable: Los modernos métodos de producción intensiva de carne condenan a los animales a un sufrimiento de por vida.
Los espíritus nobles no pueden sino empavorecerse ante las imágenes de los animales en las granjas de producción intensiva que abundan en la red (al lector de esta especie le advierto que no haga clic en los enlaces): Pollos deformados hasta la monstruosidad; cerdos plagados de llagas y tumoraciones, revolcándose en sus ponzoñosos humores; reses sacrificadas en plena consciencia. El precio de la carne es inversamente proporcional al sufrimiento animal.
Conclusión
La evolución de nuestra especie está indisolublemente ligada al consumo de carne. Nuestra ansia troglodita de esa sustancia nos llevó, monos carnívoros insaciables, a perfeccionar el arte de la caza y a sus consecuentes desarrollos tecnológicos. El siguiente paso, conocido como revolución neolítica, fue dar cumplimiento al adánico sueño de domesticar el mundo animal (de lo cual los mudos templos anatólicos en el Göbekli Tepe son los más imponentes vestigios). Con ello se operó el salto cuántico cultural que dio lugar a la sociedad humana tal y como la conocemos hoy: animada por un élan vital metabiológico, pero también infestada de avaricia, desigualdad y tiranía.
El siguiente paso adaptativo, dada la situación actual, es tan simple como lógico: disminuir el consumo de carne, como proponen desde hace tiempo numerosas iniciativas, y, sobre todo, limitarse a comer carne de animales felices (es decir, de producción ecológica), la cual, hoy por hoy, representa apenas el uno por ciento de la producción mundial, principalmente debido a que llega a costar hasta el 1000% más que la carne convencional. Pero la salud, el rescate del medio ambiente, la justicia social y el respeto a la vida animal tienen su precio.
Además, exijo a las autoridades federales y locales que esclarezcan el crimen múltiple en que fue asesinado Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta Javier Sicilia.
Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.