Tengo varios amigos que están convencidos de que la fortaleza electoral de Enrique Peña Nieto es engañosa. Es cuestión de tiempo, me dicen, para que Peña comience a perder empuje y su carrera inexorable hacia Los Pinos se convierta en un nuevo ejercicio de frustración para el PRI. Uno de mis amigos llega al grado de decir que no importa que el PAN escoja a un chimpancé como candidato a la Presidencia. No hay manera, dice, de que Acción Nacional pierda en 2012. Después de reírme (por lo del mono, no por lo del PAN), siempre procedo a preguntar cómo será exactamente el colapso electoral de Peña Nieto. ¿Caerá en desgracia? ¿Un escándalo personal? ¿Tensión caníbal dentro del PRI? ¿O quizá una derrota en el Estado de México seguida de un tropezón tras otro en el frenesí de los últimos meses de 2011? Ninguno de mis amigos ha sabido hacer la crónica del anunciado infortunio de Peña. No es casualidad.
Evidentemente, tampoco sé cómo podría desarrollarse un eventual colapso del gobernador mexiquense. Hay demasiadas variables desconocidas. Y en política, claro está, todo puede pasar. Pero lo que sí sé es que el PAN y el PRD dan pasos firmes para garantizar no la derrota sino el triunfo de Enrique Peña Nieto. Los últimos días han sido un catálogo de deslices. Basta recordar la masacre que fue el debate entre Humberto Moreira, Gustavo Madero y Jesús Ortega. Moreira demostró una vez más cómo fue que se ganó la confianza del priismo para el crucial periodo rumbo a 2012. Moreira es un auténtico rompepiernas; astuto y cínico, sabe que quien aspira a ganar una elección primero debe dominar la narrativa previa. En otras palabras, Moreira sabe que debe hacer suya la conversación y la agenda, debe conseguir que se hable de lo que él quiera en el momento que él elija. Por cierto: eso fue precisamente lo que consiguió López Obrador con aquellas conferencias mañaneras en las que establecía la narrativa no sólo del día sino de la agenda del país. En eso, López Obrador era un maestro. Y Moreira, al parecer, no se queda atrás. Fue penoso ver a Gustavo Madero abrumado frente a un fajador como Moreira, y fue triste ver a Jesús Ortega, tan evidentemente cansado. Las respuestas balbuceantes de Madero ilustraron por qué el panismo se equivocó al elegir como presidente a un hombre mal armado para esas lidias polémicas. En el debate, Madero y Ortega permitieron que Moreira los retara con auténtica creatividad y acidez. El silencio de ambos representa el peor augurio para quienes no desean que el PRI regrese a Los Pinos en 2012.
Moreira tenía y tiene flancos débiles que sus rivales desaprovecharon. Por ejemplo: la narrativa que ha elegido no es, ni probablemente será, la más oportuna. Apenas unos días antes del debate, en la mesa de Loret, Moreira acudió a una entrevista en W Radio. Carlos Puig habló con el coahuilense durante seis o siete minutos. En ese lapso, Moreira dijo diez veces la palabra “pobreza”. Está claro que el priismo ha decidido apostar por la economía como punta de lanza de su campaña rumbo al 2012. Es una apuesta muy arriesgada. La economía de mediados del año que viene no será la misma que la de principios de 2011. Aunque las cifras que dejó tras de sí la crisis económica de 2008-2009 son dolorosas, las tendencias apuntan a que dentro de 18 meses las cosas irán mejor. Por razones que valdrá la pena debatir después, el PRI ha decidido no tomar la inseguridad y la violencia en México como bandera electoral a pesar de que es un problema lacerante. Quizá el tricolor teme al juicio de la historia. Razones no le faltan. El mayor pasivo del PRI es el propio PRI. Pero explicarle eso al electorado requerirá de una fuerza discursiva mucho, pero mucho mayor a la que han demostrado, en su lentitud y debilidad, el PAN y el PRD. Así, con el éxito continuo del “show de Moreira”, el PRI puede dormir tranquilo.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.