Otra película sobre boxeo, quizá el deporte con más cintas que lo representen en la pantalla grande. Tal vez sea el antagonismo inherente al deporte, los golpes como atracción de circo, el ingrediente humano detrás del ring o la mezcla de estos factores lo que lo hace tan seductor para directores, actores y público en general. Sin demasiada artimaña de por medio el espectador se pone de parte del protagonista, lo acompaña en su esquina y espera que gane cada pelea. Por ese lado es tarea fácil, una experiencia cinematográfica con una clara línea dramática de conflicto físico y un resultado gratificante. Lo complejo está en la coreografía tanto de personajes como de cámara. La puesta en escena es vital.
De entre las grandes películas del género, The Fighter (2010) de David O. Russell está emparentada con Raging Bull (1980) o Ali (2001) en tanto que retratan segmentos de la vida de un boxeador de carne y hueso, es decir, están basadas en historias reales. Los tres están vivos: Micky Ward tiene 45 años de edad, Jake LaMotta 89 y Mohammed Ali 68.
Para un actor, encarnar una figura histórica que aún vive es un reto complejo. En lugar de crear al personaje con total libertad hay un modelo del que tiene que partir. Además, las peleas de Micky Ward están grabadas en video, una cuestión que ancla aún más su representación cinematográfica. Y hay otro elemento: Dickie Eklund, el medio hermano de Ward y su principal influencia, además de haber peleado contra Sugar Ray Leonard en 1978, fue el protagonista de un documental de HBO sobre la adicción al crack en Lowell, Massachusetts.
La película comienza a fines de los ochenta cuando Ward es ya un boxeador profesional con peleas de poca monta. Su madre maneja su carrera y Eklund es su entrenador, sin embargo la adicción es un constante obstáculo para el desarrollo de su medio hermano. Cuando Eklund es condenado a prisión por robo, Ward se retira del ring, al cual regresa años después bajo la guía de un nuevo agente y otro entrenador, hasta que Eklund, rehabilitado y limpio de droga, sale de la cárcel y se une al equipo de entrenamiento hacia la victoria.
Mark Wahlberg en el papel de Micky Ward y Cristian Bale en el de Dickie Eklund son la columna vertebral. El personaje de Bale le permite lucirse ante la cámara, mientras que el de Wahlberg requiere mesura. Para meterse en el papel de un adicto al crack Bale tuvo que perder peso hasta quedar esquelético (Robert DeNiro hizo lo inverso en Raging Bull). Al lado del excentricismo de su interpretación, la templanza de Wahlberg balancea la dupla que encabeza un elenco bien calibrado que además cuenta con la grata presencia de Mickey O’Keefe, co-entrenador de Ward en la vida real que en la película se interpreta a sí mismo.
La vía narrativa de David O. Russell es más bien convencional. Sin mayores desplantes técnicos, se aboca a contar la historia de una forma sencilla. Su interés está en la puesta en escena y no en desplantes pirotécnicos de planos largos y monumentales. El retrato de los personajes, del boxeo y la clase media en Lowell parece ser fiel. Al igual que en sus cintas pasadas –sobre todo la maravillosa I Heart Huckabees (2004) y Three Kings (1999)– Russell procura que su mano pase desapercibida. La historia y los personajes guían la cámara, que con él se convierte en un testigo discreto.
The Fighter es un retrato digno, una composición auténtica de personas, eventos y lugares contemporáneos. El lado histórico se complementa bien con el entretenimiento. La emoción y el comentario social van de la mano. En sus mejores momentos, la cinta levanta el espíritu del espectador. ¿Qué más se le puede pedir?
-JP Riveroll
(ciudad de México, 1979) Escritor y cineasta