1. La sorpresa
El pasado diciembre, veinte investigadores registraron las oficinas de Heckler & Koch, una de las mayores compañías productoras de armas en el mundo, propiedad (parcial) del banco J.P. Morgan. Un juez de Stuttgart había girado la orden bajo la acusación de exportar ilegalmente armas a algunos estados de la República Mexicana. El pacifista Jürgen Grässlin interpuso la demanda después de haber visto en la televisión algunas imágenes de policías armados con HK en Chihuahua: la ley alemana prohíbe la exportación de armas a zonas de conflictos, en este caso a Chihuahua, Jalisco, Chiapas y Guerrero. HK reviró que, en México, la importación de armas está federalizada y, por lo tanto, centralizada por la Dirección de Comercialización de Armamento y Municiones (DCAM). La investigación develó, sin embargo, que durante varios años HK daba mordida a un tal ‘General Aguilar’ por cada arma cuya importación autorizaba. De ésas, ¿cuántas habrán ido a dar al narco? No se sabe.
Grässlin dirige desde hace años una lucha declarada contra HK por el millón y medio de muertes que ha ocasionado. Calcula unos 10 millones de rifles G36 en circulación y que, en promedio, cada 14 minutos muere una persona por un arma de manufactura HK. Como es de esperar, no son pocas las polémicas alrededor de la compañía alemana: la pistola G5 figura en el logo del extinto grupo terrorista alemán RAF; numerosas guerras civiles en África y Medio Oriente se han combatido con sus armas; Saddam Hussein poseía una metralleta MP5 (SD3) recubierta de oro; en tiempos del Sha se vendió a Irán la licitación para producir el rifle G3, que ha ocupado un lugar destacado en la recuperación económica persa.
El prestigio de las armas HK es indudable. Su rifle G36 es estándar para la infantería del ejército alemán –la nueva generación viene equipado incluso con lentes Zeiss. Muchos otros ejércitos alrededor del mundo, como Australia, Bélgica, Brasil, Croacia, España, Filipinas, Francia, Georgia, Gran Bretaña, Grecia, Jordania, Letonia, Lituania y Noruega, están equipados con armas HK. Incluso Jack Bauer empuña una pistola compacta modelo USP9. Para decirlo pronto, un arma HK equivale a un Rolls Royce.
Por eso, tras la noticia del pasado diciembre, usuarios de foros de armas se preguntaban estupefactos –palabras más, palabras menos– cómo es posible que esos ‘frijoleros’ y ‘macheteros’ hayan llegado al estatus del Rolls Royce; ¿en qué momento?
2. Ideas para elaborar una respuesta
En los años 1980s cundía entre los narcotraficantes un estilo cimarrón, mezcla entre vaquero sombrerudo y ganadero embigotado, de hebilla gruesa y bota calada. En la época de Miguel Ángel Félix Gallardo, el país gravitaba hacia la costa del Pacífico. La ‘mexicanidad’ se asociaba todavía al imaginario jalisciense según el arquetipo de los charros Pedro Infante y Jorge Negrete del Cine de Oro. Y como Pedro Infante, los narcos también provenían ante todo de pueblos sinaloenses. El Padrino Félix Gallardo procuraba un bigotillo similar al de su paisano cantor.
Su ahijado Caro Quintero fue más estridente y vivió la alharaca de las joyas, amansaba fieras exóticas en su jardín y, precursor de Saddam, disparaba armas incrustadas de piedras preciosas. En su época comenzó a anteponérsele el sufijo ‘narco’ al término ‘corrido’, que otrora fuera balada rural. El especialista Juan Carlos Ramírez-Pimienta explica la inmensa popularidad que cobró entonces el narcocorrido “que enfatiza la vida suntuosa y placentera del narcotraficante”. En el caso de Caro Quintero “radica la clave del surgimiento y proliferación del narcocorrido ‘duro’ así como de su permanencia en el gusto popular”.
Coyunturalmente, la ‘mexicanidad’ se reinventaba a la par. El mezcal, tequila y pulque se volvieron bebidas citadinas, las cantinas ya también podían ser clasemedieras y ‘fresas’. A diferencia de los espectadores de los Mundiales de 1970 o 1986, quienes acudían al estadio vestidos como cualquier otro domingo, en las tribunas de los Mundiales 2006 y 2010 el accesorio más presente –después de la camiseta oficial– era la máscara de lucha libre: diversión eminentemente urbana cuajada en las antenas y los televisores citadinos. El nuevo foco geográfico es, pues, la ciudad como tal.
Se sabe que toda urbanización induce consumo de lujos. Desde Caro Quintero, el narco sabe de lujos estrepitosos, festejados por los narcocorridos. Así que el narco urbanizó también su estilo: cambió el sombrero por la gorra, la bota por el tenis, el cuerno de chivo de batalla por la elegante perfección de HK y la troca por el Ferrari (aún no se han visto Rolls Royce, salvo los cuatro del chino Zhenli Ye Gon). Hoy a nadie sorprenden las imágenes de narcotraficantes bien afeitados y enfundados en camisetas de polo, para camuflarse con la clase media citadina.
El narco sedujo entonces cierta consciencia del ‘ser mexicano’ que, indeciso, se sesgó hacia la frontera norte. Surgió entonces también la entronización del narcocorrido que se desea artística y culta: la ‘literatura’ del narco. A este propósito escribe Rafael Lemus “El anhelo [de dicha ‘literatura’]: probar que allá arriba [en la frontera norte] es donde ocurre el país. Qué mejor que el narco para convencernos de ello. Es un negocio y más que eso: una cultura”.
3. Coda: Narco y hip-hop
Hace no mucho, el narcocorrido devino en hip-hop, música urbana por excelencia. El Cartel de Santa, una banda de Santa Catarina, Nuevo León, cree haber superado al narcocorrido en su canción “Tigre”: “como en los corridos pero a lo malandro”. Aún hace falta analizar esa relación entre el fulgor del narco y el del hip-hop: ese dorado mal gusto engastado en diamantes y otras joyas llamado ‘bling’.
El crudo minidocumental Bling: Consequences and Repercussions (11’) sugiere que la mayor parte de los diamantes del blinblineo del hip-hop gringo son ‘diamantes de sangre’. ¿Y los diamantes del narco? Violencia engendra violencia engendra violencia.
– Enrique G de la G
(Imagen tomada de aquí)
Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.