Cuauhtémoc Blanco, popular futbolista, me cae gordo. La única vez que fui al Estadio Azteca, hace lustros, México jugaba un amistoso contra alguna selección sureña. Estábamos sentados muy cerca de la malla ciclónica (me encanta decir eso: un perfecto ejemplo de poesía pragmática). De pronto, se armó un zipizape, y el zipizape degeneró en escaramuza, la escaramuza en gresca, la gresca en melé, la melé en cámara húngara y la cámara húngara en lo que en la jerga futbolera se conoce como “putazos”.
Y ahí estaban los colores nacionales cubriéndose de gloria cuando Cuauhtémoc llegó corriendo (todavía corría) como un depredador desalmado, eligió a su víctima, se le abalanzó por la espalda y le recetó un puntapié bastante radical. Lo más desagradable fue que luego de asestar ese golpe misérrimo, que dejó a su víctima bastante maltrecha, Cuauhtémoc se escurrió hacia el anonimato, poniendo las manos en la espalda como señal de que andaba desarmado y fingiendo inocencia. El respetable, ya bastante histérico a esas alturas, le otorgó una ovación.
Es un sujeto canallón, Cuauhtémoc, un picarito correoso, de esos gandallas esquineros, calculadores y sin escrúpulos. He visto que es capaz de proezas inauditas, de dar algunos pases euclidianos y de repartir juego con precisión pasmosa, aunque no sé si esto sea resultado de su talento o de la estadística: alguien que ha jugado tantos años necesariamente, a veces, hace algo genial. Sospecho, en todo caso, que la afición lo ha endiosado por ambas cosas: su malicia y su pericia (una que nada tiene que ver con su deplorable invento, la llamada “cuauhtemiña”, esa maniobra más electoral que futbolística, francamente retentiva: una machincuepa más que una jugada).
Hace un par de días en Wembley, felizmente, nos dispensó la vergüenza de ese ballet arrabalero. Hubiera sido como echarse una de Juan Gabriel en la catedral de Chartres. Lo que sí hizo fue tirarse uno de sus espectaculares clavados fuera del área que engatusó al nazareno papamoscas, como suele ocurrir. Que el máximo orfebre del esférico mexicano sea especialista en derrumbarse no es celebrable. Acusa una mentalidad chapucera y escasamente ética. Wembley, desde luego, lo abucheó. Cuauhtémoc, desde luego, puso su cara de “me vale” y luego puso el balón en el hossana.
Y bueno, la selección jugó bien, y hasta mejor, durante el primer tiempo, que la pachorra Inglaterra. Pero, como dicen los clásicos -¿y quién soy yo para contradecirlos?- no supimos definir.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.