“Los importantes no son los que sacan las fotos, sino los que salen en las fotos.”
Juan Medina tiene más de veinte años de experiencia como fotógrafo, y en los últimos años ha sido vocero, a través de sus fotos, del drama de miles de personas que intentan alcanzar Europa por mar desde África. Esas historias están contadas en su obra emblemática “El muro del Atlántico”, que no para de girar por España, y cuyas fotos le llevaron a ganar muchos premios, como el World Press Photo, el galardón de fotoperiodismo más prestigioso del mundo. Pero las historias de aquellos que tienen la suerte de llegar a Europa en sus cayucos es sólo la primera parte de los muchos pesares que les esperan en su vida de ilegales en España. Y Juan quiere continuar contando sus historias, ahora que ya no vive en Canarias, sino en Madrid.
Después de “El muro del Atlántico”, que sigue vigente, quieres ampliar un poco más tu perspectiva…
Sí. En “El muro del Atlántico” aparecen fotografías de los últimos diez u once años, algunas de ellas tomadas en África, en las que pretendo mostrar los efectos del blindaje de las fronteras de Europa; cómo la misma policía africana se trasformó en el gendarme europeo ahí, con pactos de dudosa transparencia. Se muestra cómo se detenía a la gente, cómo viajaban, cómo llegaban y, en algunos casos, cómo perdían la vida. La última parte de la exposición toca el tema de las detenciones. Ya se perfilan los CEI (Centros de Internamiento de Extranjeros), las protestas… Hay que desarrollar un poco más las cosas que pasan, y desde el punto de vista periodístico y fotográfico es difícil de conseguir, porque la gente tiene miedo, ya viviendo aquí, de aparecer en las fotos. También hay una imposibilidad de entrar en los centros de detención. Es un trabajo más costoso de hacer, pero creo que hay que tirar por ahí. Todo lo demás esta documentado, pero estoy buscando profundizar en las detenciones masivas, las redadas, las malas condiciones en las que viven en los centros (que es un eufemismo llamar centros de internamiento: son cárceles para inmigrantes). Lo que está hecho, está hecho, y hay que mostrarlo lo más posible. Pero hay que seguir buscando porque no es una anécdota y no queda solamente en la patera, el cayuco, África y demás: hay que ver lo que pasa al lado de tu casa, al lado tuyo, no hay que irse a Malí para hablar de la pobreza de África.
¿Cómo te llegaste a convertir en “el fotógrafo de los inmigrantes de los cayucos”?
Por casualidad. Vivía en Granada, donde estaba trabajando muy poco y quería cambiar de sitio. En 1997 llegué a Canarias y empecé a trabajar en un semanario local, y después trabajé en un periódico provincial, en las agencias Efe y Reuters… En los años 97-98 empezó a aumentar la frecuencia de pateras que llegaban. Antes lo hacían pero no con tanta frecuencia. Entonces era noticia, pero fue dejando de ser puntual y se convirtió en un tema bastante grave, dramático, de trascendencia internacional, y que merecía un plus de esfuerzo. Por eso ya no solamente me quedé a hacer las fotos de los que llegaban a Canarias, sino que empecé a interesarme por quiénes venían, de dónde, por qué venían y todo eso que parece que parece de perogrullo y que todo el mundo sabe, pero que es interesante documentarlo y profundizarlo.
Dices que todo el mundo lo sabe, pero ¿no crees que se hace una aproximación superficial al tema?
Como en toda noticia. Salvo excepciones, el ser humano es bastante superficial. En el tema de las noticias muchas veces se pone el foco en el emisor como responsable, pero también está el receptor, al que, por más que le pongas veinte páginas al día en el periódico, si no le interesa este tema le va a dar lo mismo.
El hecho de que se te identifique con ese tema nos lleva al debate del fotógrafo-estrella: el caso en el cual el que saca la foto es más importante que el fotografiado…
Eso ocurre mucho. Si hablamos de fotografía, se puede decir: “¡Qué bien encaró este tema!”. Puede haber un punto de vista profesional, una valoración del trabajo, de cómo sacó una foto en tales circunstancias. Pero eso no es parte de la noticia, sino que estás hablando de fotografía. Es válido hablar de fotos y de cómo la gente trabaja y de cómo saco partido o qué se perdió: analizar, pero hablando de fotos. Ahora, si estás en una situación crítica, sea de guerra o en cualquier situación dramática, y preguntan: “¿Qué sentiste?”, entonces ya empezamos mal con la pregunta. Si la respondemos y empezamos hablando de nuestros sentimientos, culminamos el despropósito. Los importantes no son los que sacan las fotos, sino los que salen en las fotos.
¿Crees que en los casos de los periodistas que son secuestrados, éstos deberían restarse importancia en ese sentido?
Hay muchos casos conocidos y otros de los que no nos enteramos, de periodistas o fotógrafos que matan en Latinoamérica, en África, en Asia, y muchos otros que están presos por ejercer su profesión… En es caso se puede hablar y denunciar, o sacar a la luz ciertos temas que son injustos con la profesión. Pero creo que en ningún caso se puede convertir eso en el eje de tu trabajo o de tu discurso, porque pasas de ser el testigo a ser el retratado. Es interesante hablar de situaciones críticas en las que un fotoperiodista se puede ver involucrado, porque se conocen cosas, se muestra lo que se hace mal para que no suceda otra vez, etc. Pero en ningún caso eso debe ser un filón o una plataforma para uno. El objetivo de un fotoperiodista es mostrar cosas que están pasando, no es “lo que viví yo como secuestrado”. Todo el mundo tiene derecho hasta de escribir un libro de Mi secuestro, pero yo no le veo ningún interés si no lleva a una reflexión y, por supuesto, poniéndote en tu sitio: que esto en el mundo pasa multiplicado por un millón y en situaciones mucho más dramáticas. Creo que convertirnos nosotros en la información es negativo.
En tu trabajo sobre los cayucos has mostrado gente muerta. En el caso de Haití también ahora se vieron muchos. Sin embargo no se han visto fotos de muertos en los atentados de Nueva York, Madrid o Londres. ¿Cual es tu punto de vista?
Que hay una hipocresía total. Para Occidente hay muertos de muchas categorías. Mientras los muertos sean de África o del Tercer Mundo, o sea gente que está viviendo en la miseria, da igual, a esos los podemos mostrar de a cientos, todos apilados. Pero si hay un atentado en Londres no se puede. Esa sí parece persona y los otros, animales.
¿Siempre te ha gustado más el fotoperiodismo que otras ramas de la fotografía, como la artística?
En todos los años que llevo haciendo fotos, no considero que haya hecho nada artístico. Hice retratos, pero con alguna clase de información, más de tipo documental. Tampoco me considero un fotógrafo vivencial, de ésos que llevan siempre una cámara de fotos, y que están fotografiando constantemente. Por mi trabajo, evidentemente vivo con la cámara al lado y hago cosas que veo o que me encargan, pero no estoy en la búsqueda permanente de la imagen como necesidad. Al contrario, necesito tener un motivo para contar algo. Mi interés se basa en la necesidad de contar algo que me interese, más que hacer la foto por hacer una foto bonita.
¿Te gustan más las exposiciones –que te dan la posibilidad de mostrar tu trabajo con más profundidad– que la prensa diaria?
Son dos cosas diferentes. El trabajo del día a día es una cosa que tenemos que hacer, porque hay que informar. Hacemos cosas que pensamos que tienen importancia (y la tienen) pero dentro de un periódico son una partecita pequeña dentro de una sección, de un montón de secciones que tienen un montón de cosas. Entre todo ese bagaje de información, claro que se diluye: no vas a poder darle la profundidad que se merece, aun tratándolo con el máximo de respeto. Cada cosa tiene un límite de espacio en los periódicos, o en la tele, hay que ser consciente de eso. Lo que dan las exposiciones, las charlas y las proyecciones, es la posibilidad de hacer un trabajo más desarrollado, de darle toda una perspectiva distinta. En mi última exposición mis propios compañeros me decían: “Esta foto no la vi”.Y el noventa por ciento de las fotos han sido publicadas, ¿pero quien se puede acordar de una foto? Por eso me gusta juntarlas y darles una forma para que se pueda ver con otro acento; te da la posibilidad de estructurar tu intención. Es como la diferencia entre una noticia y un libro de un periodista.
¿Cómo ha afectado a los fotoperiodistas la revolución digital?
Se fue modificando ese personaje de fotorreportero que iba de acá para allá. Antes, en una guerra, siempre veías a todos los corresponsales que iban de un lado a otro: ahora en Vietnam, mañana en Nicaragua y así… El fotoperiodismo en esa época estaba mejor pagado. Había que viajar con rollos, con material que en los sitios de destino no se encontraba. Llegábamos con todo un cargamento con cámaras, rollos, líquidos, papeles, máquinas para transmitir, teléfono. Pero en una guerra en medio de África, ¡qué teléfono, qué papel, ni qué nada! Desde ese punto de vista antes estábamos mejor. Pero, ¿quienes estábamos mejor? Con la “democratización de los medios” ahora hay muchos fotógrafos locales, entonces ya no es el “rubio” que va a Ruanda: en Ruanda hay un montón de fotógrafos locales con su cámara digital, haciendo lo que pueden, y las agencias fueron incorporando esa gente local. Agencias como Reuters, AP y France Press tienen gente en todo el mundo. Y ya no es que “Pepe” va a todos lados.
Esta herramienta llega a más gente. Pero las empresas también lo usan en contra de todos, porque los nuevos ya empiezan con menos. ¿Eres local? Entonces te pago local. Con el otro tenían que pagar pasaje y con éste ya me lo ahorro. ¡Pero, no obstante, voy a ahorrar más, todo lo que pueda! Hemos avanzado un montón de cosas con la era digital y con internet. La gente en cualquier lugar del mundo puede desarrollar este trabajo. Ya no tiene que venir un súper especialista cargado de cámaras que parece Rambo, sino que lo mismo sale uno con una cámara digital en el bolsillo y te hace una foto espectacular de Nigeria, de Argentina, o de cualquier lado. De cierta forma se democratizó la profesión, y cierta gente ha perdido privilegios. Pero también los medios han utilizado esa democratización para abaratar costos y pagar menos: algunos se beneficiaron y otros se han fastidiado.
– Feliciano Tisera
Foto de Milagros Checarelli
Periodista todoterreno, ha escrito de política, economía, deportes y más. Además de Letras Libres, publicó en Clarín, ABC, 20 Minutos, y Reuters, entre otros.