El anticristo austral

Se fue un loco que condensรณ en una sola persona los peores males de la Argentina. Al que le siguieron el juego, mirando para otro lado, millones de argentinos, hasta que la sociedad evolucionรณ y lo condenรณ.
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Para los argentinos, la semana pasada muriรณ nuestro anticristo particular. Un anticristo que, paradรณjicamente, se consideraba un cruzado de los valores cristianos. Se creyรณ con un mandato divino para eliminar sin juicio previo a miles de personas ante la menor sospecha de que tuvieran algo que ver con lo que รฉl consideraba un plan judeomarxista para acabar con los valores catรณlicos de Occidente. Que, segรบn รฉl, eran los valores intrรญnsecos de la Naciรณn Argentina.

Jamรกs mostrรณ arrepentimiento por sus crรญmenes. Jamรกs rogรณ piedad. Se mantuvo incรณlume hasta el momento de su muerte. Si no fuera por lo desvariado de sus teorรญas, hasta hubiera parecido cuerdo. Pero no lo era. Se creรญa un cruzado. Aunque no tuviera pinta de iluminado. Todo lo contrario: las excentricidades no eran lo suyo. Si uno no conocรญa su derrotero criminal, ni lo escuchaba insistiendo una y otra vez con la conspiraciรณn marxista que pretendรญa contaminar la Argentina, podrรญa haber pasado por el abuelito de cualquiera de nosotros. Era un seรฑor muy culto y correcto que usaba chombas Lacoste y zapatos nรกuticos sin medias.

Ese seรฑor atildado, de hablar pausado pero firme, de dicciรณn perfecta y de vocabulario de hombre instruido, era un fanรกtico. Un loco que liderรณ el exterminio a casi toda una generaciรณn de jรณvenes politizados en la convulsa dรฉcada de 1970.

No era tan loco como Hitler y Goebbels, que prefirieron la muerte antes de caer en manos del enemigo. El decidiรณ librar su estรบpida lucha hasta el final, calculando cada paso que daba en funciรณn de los objetivos de su causa. Aunque se supiera ya sin armas para matar, no perdรญa las esperanzas de que su causa polรญtica recobrara fuerza alguna vez.

El pueblo argentino, tan voluble y prostituible como cualquier pueblo de la Tierra, que durante siete aรฑos hizo la vista gorda ante las atrocidades del Rรฉgimen del Terror (Terrorismo de Estado, el mรกs abyecto y cobarde de todos los terrorismos, si es que tal categorizaciรณn fuera posible), un dรญa despertรณ y se dio cuenta de que era demasiado: demasiado dolor, demasiada muerte, demasiados atropellos, demasiada arbitrariedad. Que el paรญs debรญa civilizarse, morigerarse: se podรญa ser ladrรณn, corrupto, aprovechado, pero nunca asesino. No habรญa mรกs lugar para los violentos en el poder.

Por eso en las primeras elecciones libres tras la dictadura no ganรณ el peronismo, siempre favorito en las encuestas, sino la Uniรณn Cรญvica Radical: al candidato peronista poco antes de las elecciones no se le ocurriรณ mejor idea que quemar un ataรบd con la bandera radical. Le costรณ la elecciรณn.

La sociedad argentina decidiรณ que a Videla y sus secuaces habรญa que juzgarlos civilizadamente. Que habรญa que diferenciarse de ellos. Ser mรกs cristianos que ellos, juzgarlos con todas las garantรญas constitucionales. Asรญ se hizo. Nadie se vengรณ. Nadie intentรณ llevar a cabo una revancha contra ellos como las que inventรณ Marcelo Figueras en su novela El espรญa del tiempo.

Era despiadado e inclemente como todo fanรกtico. No era carismรกtico. No generaba pasiones. Generaba distanciamiento. Daba la sensaciรณn de ser un hombre diferente. Un hombre sin humanidad.

Se hacรญa “รญntegramente” responsable de todas las acciones cometidas por sus subordinados. Y justificรณ esas acciones, con calma, en cada una de sus comparecencias ante los diferentes tribunales que lo juzgaron y que lo llevaron a acumular tres cadenas perpetuas en diferentes juicios, mรกs una condena a 50 aรฑos de cรกrcel. Y sin embargo, se consideraba un preso polรญtico: matar, torturar, robarle los niรฑos a quienes no pensaran como รฉl no le parecรญa un delito punible. O al menos, le parecรญa justificable por el fin superior que perseguรญa.

Videla no actuรณ solo: estuvo acompaรฑado de miles de cรณmplices y subordinados que lo ayudaron en su gesta de destrucciรณn, odio y muerte. Al igual que Hitler,se propuso aniquilar a todos los miembros de un colectivo al que consideraba culpable de los males de una Naciรณn. Si la dictadura argentina no llegรณ tan lejos, en tรฉrminos de exterminio, fue porque no eran alemanes sino argentinos: menos constantes, menos serios, mรกs chapuceros. Y porque no se armaron hasta los dientes para hacer la guerra a otros paรญses. Centraron sus fuerzas en la cuestiรณn interna. Cuando los sucesores de Videla quisieron hacer la intentona de Malvinas no hicieron una guerra al uso: mandaron al matadero a miles de jรณvenes apenas salidos de la pubertad.

Se fue un loco que condensรณ en una sola persona los peores males de la Argentina. Al que le siguieron el juego, mirando para otro lado, millones de argentinos, hasta que la sociedad evolucionรณ y lo condenรณ.

Aunque  hoy Argentina sigue siendo un paรญs sumido en una incesante espiral de construcciรณn y destrucciรณn, ya no quiere un sanguinario que no respete las diferencias. Prefieren un paรญs en el que cualquiera de nosotros pueda ser poderoso, participar de las corruptelas y quedarse con la porciรณn de torta que le correspondรญa al vecino. Todos estamos invitados al festรญn. Sin fanatismo. Hoy, en Argentina, todo se negocia. Es cuestiรณn de hablarlo y ponernos de acuerdo. Vos me das esto, yo te doy aquello: esta es la democracia que supimos conseguir. Asรญ que, si no querรฉs participar de la fiesta, jodete. En definitiva, toda la vida hubo gente que se quedรณ afuera. La elecciรณn es tuya. Todo depende de hasta dรณnde estรกs dispuesto a llegar.

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Periodista todoterreno, ha escrito de polรญtica, economรญa, deportes y mรกs. Ademรกs de Letras Libres, publicรณ en Clarรญn, ABC, 20 Minutos, y Reuters, entre otros.


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