Si algo distingue a Tim Burton del resto de sus colegas es la inventiva visual. Es difícil imaginar al MoMa de Nueva York armando una retrospectiva alrededor del trabajo artístico de Peter Jackson, por ejemplo (Guillermo del Toro se cuece aparte). Sin embargo, el afamado museo de arte contemporáneo ha hecho exactamente eso con el trabajo de Burton. En la exposición podemos ver todas sus creaciones: el traje de Edward Scissorhands, el traje del jinete sin cabeza, sus dibujos y sus bocetos. Además de estar cerca de estrenar Alice in Wonderland, Burton ha sido seleccionado para presidir el jurado de Cannes. Tal parece que, a pesar de que sus cintas jamás han obtenido galardones, este singular director norteamericano está más allá del bien y del mal. Da la impresión de que su cine –como el de otros autores y artistas– no puede ser juzgado con la misma vara que el de, digamos, Ron Howard (un director cuyo oficio es la ejecución de una historia, no la creación de la misma).
Pero, ¿es Tim Burton un auteur? Si lo que define a un auteur es la obsesión con una estética y una temática, Burton merece un lugar en la lista. La estética de sus películas –desde la escabrosa ciudad Gótica de Batman Returns hasta el mundo de caramelo de Willy Wonka– es inconfundible. La criatura Burtoniana –arropada en cuero negro, con ojeras prominentes y tez descolorida– es casi un estereotipo. La paleta de Burton está obsesionada con el contraste: tanto en Sleepy Hollow como en Sweeney Todd, el rojo sanguíneo mancha y corta el gris de la atmósfera. A veces la sangre es lo único que no es grisáceo dentro de su filmografía. No que sea un director particularmente asiduo al gore. Pero sí es un creador obsesionado con la textura y la naturaleza de las pesadillas. Los sueños de sus personajes son vínculos freudianos a momentos crueles de su infancia: Edward presenciando la muerte –el abandono– de su creador; la tortura que llena de cicatrices las manos de Ichabod Crane; el padre dentista de Willy Wonka. Todos ellos –padres o figuras paternas– determinan, a base de crueldad o negligencia, el futuro de sus hijos. ¿Qué es Big Fish sino la historia de un padre que abandona a su hijo una y otra vez?
Sin embargo, más allá de sus obsesiones temáticas y estilísticas, el cine de Burton se ha ido domesticando con el paso del tiempo. No es coincidencia que esta “domesticación” haya ido de la mano del ascenso meteórico de Johnny Depp al estrellato. Parece mentira, pero hace diez años Depp era considerado un actor peculiar y estrafalario, indigno de una mega producción hollywoodense, hecho a la medida para el cine excéntrico de Burton. Con el paso del tiempo, esa excentricidad es la que se ha ido perdiendo o, por lo menos, se ha convertido en una impostura. Hoy en día, el arte de Burton está supeditado a su uso dentro de los blockbusters que dirige; todos, invariablemente, estelarizados por Depp. Al principio de su carrera, sus sets tenían el propósito de situarnos en un mundo ligeramente alejado de la realidad. Puede que su ciudad Gótica sea una metrópoli, pero es imposible que exista. Lo mismo ocurre con el suburbio de Edward Scissorhands: un infierno color pastel. En ambos casos, los trucos estilísticos no eran adorno. La forma era el fondo. Edward tenía que contrastar con su entorno. Últimamente, la imaginación de Burton no conoce la mesura. Sus creaciones empalagan y desordenan. Aun cuando impresiona, su estética ha acabado por comerse el corazón de sus películas. Sweeney Todd, tal y como fue escrita por Stephen Sondheim, es una absoluta tragedia griega. Sweeney Todd, tal y como fue dirigida por Tim Burton, es un ejercicio visual redundante y vacío: su propósito casi tan inescrutable como el rostro de Depp (actor al que el drama siempre ha incomodado).
Para entender el potencial de Burton como director basta regresar al principio de su carrera. Dos joyas, una un cortometraje y otra un largo, ilustran su capacidad para crear historias que son tanto excéntricas como conmovedoras. La primera es Vincent, un genial cortometraje animado que encapsula el asombroso despliegue de habilidades de Burton: como guionista, director y artista. La segunda es Ed Wood, la menos Burtoniana de todas sus cintas, y, por mucho, la mejor. En ella, Johnny Depp interpreta al peor director de cine de la historia. La historia sigue las aventuras de Wood mientras intenta filmar dos de sus más “famosas” películas, recogiendo su amistad con Bela Lugosi y su afición por usar prendas femeninas. Llamarle comedia a Ed Wood sería mentir. Es la cinta más difícil de clasificar de Burton. Y es, también, la menos obsesionada con la estética. Aunque recrea sin problemas el mundo de los cincuenta, Burton parece enfocarse en la tragedia que supone el ser un entusiasta sin talento.
Ver la reciente filmografía de Burton es una experiencia diametralmente opuesta: es ver el trabajo de un director talentoso que ha extraviado el entusiasmo.
– Daniel Krauze