Los beneficios de la memoria

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El caso del Museo de la Memoria en el Perú ilustra los problemas que una sociedad latinoamericana sigue teniendo para interrogarse y confrontar sus heridas. Es además un ejemplo de cómo las fuerzas políticas, militares y la sociedad civil continúan sujetas a las brechas y divisiones que han sido una constante en la historia peruana. La historia del Museo aún no ha concluido (no se ha empezado a construir) pero ya tiene alguna antigüedad, no exenta de episodios.

El año pasado, en una visita a Lima con ocasión de la cumbre Unión Europea-América Latina, la primera ministra Ángela Merkel de Alemania visitó en una instalación provisional la magnífica exposición fotográfica “Yuyanapaq”, que había sido preparada como parte del informe de la Comisión de la Verdad. Esta Comisión, encargada por el presidente Valentín Paniagua en el año 2001 había sido presidida por el filósofo Salomón Lerner. Su objetivo era hurgar en los casos de abusos de los derechos humanos a lo largo de la guerra de Sendero Luminoso que asoló al Perú, y en especial a sus sectores más pobres, de 1980 a 1992, año de la captura del líder senderista Abimael Guzmán. El informe de Lerner, entregado durante el régimen del presidente Toledo, es un registro minucioso y desapasionado de la guerra. En él se señala que los principales violadores de los derechos humanos fueron los miembros de Sendero Luminoso pero también se detallan muchos abusos cometidos por las fuerzas del orden. La comisión recogió diversos testimonios y sus audiencias fueron televisadas a todo el país. El informe de varios cientos de páginas está apuntalado por un registro fotográfico impresionante y por una serie de audios de algunas víctimas y familiares. El texto también señala una explicación crucial para el estallido de la violencia –el caldo de cultivo causado por un sistema social desigual e injusto–, y sus consecuencias directas: las víctimas fueron en su mayoría parte de la población serrana y quechua hablante, es decir la más pobre del país.

La exposición que visitó Ángela Merkel le hizo una impresión tan grande que ofreció un millón de euros al gobierno peruano para construir un Museo que la albergara y otro millón para su mantenimiento durante diez años. El donativo fue inicialmente rechazado por el gobierno de Alan García con la excusa de que no era el momento de reabrir “viejas heridas”. El entonces ministro de Defensa del gobierno, Antero Flores Araoz, abundó en razones. Según él, debían construirse hospitales y colegios y no museos, ya que, según sus palabras, “El Perú no necesita museos”. Esta frase absurda fue el título irónico de un artículo que publicó Mario Vargas Llosa en marzo de este año. En él, Vargas Llosa atribuía la negativa del ministro Flórez Araoz a dos características de la clase política tradicional: la intolerancia y la incultura. Luego abogaba ampliamente por la realización del Museo. Después de leer el artículo de Vargas Llosa, Alan García se reunió con el escritor peruano y dio marcha atrás en su negativa. García declaró que su gobierno sí aceptaría el donativo alemán y además nombraría una Comisión para la construcción del Museo presidida por Vargas Llosa. La comisión está en plena actividad y además de Vargas Llosa está integrada por Fernando de Szyszlo, Frederick Cooper, Juan Ossio, Enrique Bernales, Monseñor Luis Bambarén y Salomón Lerner, el presidente de la Comisión de la Verdad.

Hoy, a decir de sus integrantes, todo indica que los planes de construcción van en marcha. Sin embargo, representantes del ejército peruano ya han anunciado que esperan que el nuevo museo refleje el esfuerzo de su lucha contra Sendero. Ante ello, miembros de la comisión han anunciado que no habrá interferencias en su trabajo.

El tema tiene una enorme importancia porque ilustra un viejo problema latinoamericano, el de nuestra capacidad para mirar los horrores de nuestra propia sociedad con un afán de aprendizaje. Nuestra historia, hecha de olvidos y exculpaciones (los apresamientos a figuras de las dictaduras se han hecho varios años después o no se han hecho, en nuestro continente), ha practicado con frecuencia la amnesia como un antídoto político. La posibilidad de procesar nuestra historia, entender las causas políticas y sociales de sus traumas y confrontarnos con el horror, no ha sido una práctica común entre nosotros que hemos preferido olvidar y repetir nuestros errores y olvidos. Una sociedad en armonía, que supere la discriminación, cuando no la ignorancia entre sus miembros, es una utopía difícil de pensar hoy en el Perú. Sin embargo, el único camino hacia esa utopía es el reconocimiento de las diferencias culturales y la conciencia de un estado injusto, una situación explosiva que solo puede desembocar en acontecimientos traumáticos como el que fue Sendero Luminoso. La pregunta que tenemos que hacernos los peruanos es por qué un personaje de una personalidad tan delirante y homicida como la del líder senderista Abimael Guzmán pudo tener éxito en nuestra sociedad. Muchos peruanos pero no todos piensan, con razón creo yo, que la respuesta es que el mensaje de Guzmán se incubó en los siglos de odio y discriminación mutuos entre los distintos sectores de nuestra sociedad.

Hablé hace poco con Salomón Lerner, quien me confirmó que la Exposición se hará en el Campo de Marte, cerca de la magnífica exposición de piedra de la artista Lika Mutal, “El Ojo que llora”. Su intención es enviar y recibir muestras de exposiciones de provincias e incorporar un pequeño teatro donde se harán conferencias y debates, y una oficina del Consejo de Reparaciones. Una Fundación o un Patronato, sin vínculos políticos con el gobierno de turno, sería el modelo ideal de una Exhibición de esta naturaleza. Mirar estas magníficas fotografías y leer las páginas del informe son modos de que las futuras generaciones de peruanos comprendan las consecuencias de nuestras divisiones sociales. El proyecto de la Comisión es terminar la construcción del Museo antes del cambio de gobierno en el año 2011. Y si la Exposición Yuyanapaq logra por fin realizarse, se lo deberemos a Ángela Merkel, a Mario Vargas Llosa, a Salomón Lerner, al presidente García, entre otras muchas personas, pero especialmente a las lecciones que nos han dejado las decenas de miles de peruanos que murieron en la guerra que asoló nuestro país entre 1980 y 1993. Realizar el recuerdo puede ser también un camino, a veces el único, para el futuro.

– Alonso Cueto

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(Lima, 1954) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Otras caricias (Penguin Random House, 2021).


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