Hannah Arendt sobre el 68

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Hacia 1967, Hans-Jürgen Benedict contaba a la sazón con 25 años. Había pasado ya por las universidades de Hamburgo, Heidelberg y Tubingia, participaba activamente en el movimiento estudiantil, y comenzaba ahora un doctorado en Teología en la Universidad de Marburgo, destacada entre las universidades de Alemania Occidental por el ambiente rojo de sus aulas. Tras haber desechado la idea de escribir acerca de la Palabra dominical (Wort zum Sonntag) –indignado como estaba por la venia de las iglesias católica y evangélica a la campaña de Estados Unidos en Vietnam– investigaba ahora a los Testigos de la paz dentro de la Iglesia (Friedenszeugnis der Kirche).

Ese verano en particular, Benedict trabajaba en un ensayo[1]. Eso lo lleva a releer La Revolución Húngara y el Imperialismo totalitario, de Hannah Arendt. Su director de tesis, el profesor Hans-Eckehard Bahr, había conocido el año anterior, durante una estancia sabática en Chicago, a Hannah Arendt. Fue él quien animó al doctorando a entablar contacto epistolar con ella. Tras el asesinato del estudiante Benno Ohnesorg, a manos de un policía de Berlín Occidental, Benedict termina por decidirse a escribirle a la filósofa.

Benedict esperó primero, y desesperó después. La respuesta de Arendt no parecía llegar nunca. Consiguió mientras tanto una plaza de asistente en la recién fundada Universidad del Ruhr, en Bochum, y se mudó allá. Hannah Arendt, por su parte, también se mudaba por ese entonces: acababa de abandonar la University of Chicago, donde muchos la llamaban con un dejo peyorativo Tante Hannah (Tía Hannah), para comenzar labores en la New School for Social Research, en Nueva York. Por la mudanza, la carta se extravió temporalmente en algún lugar, y tardó en llegarle a su destinataria. Cinco meses pasaron antes de que Benedict recibiera una respuesta muy detallada de su interlocutora.

Muy poco después de escrita esta carta, Arendt participó en una mesa redonda en Nueva York. De allí saldría más tarde su ensayo Poder y violencia[2]. Algunas de las ideas se vislumbran ya in nuce en esta carta suya. Por lo demás, Arendt presenta un rostro que contradice los reproches acostumbrados de que no se interesó por la inquietud estudiantil de finales de los años sesenta.

Una vez recibida la contestación, Benedict se apresuró a enviarle otra aún más larga y retadora en la que, por lo visto, le expresaba su deseo de publicar el intercambio epistolar. El 7 de enero de 1968, Arendt responde al Prof. Bahr y a Benedict. Desgraciadamente no se han publicado aún estas dos cartas, salvo un párrafo de la enviada desde Nueva York, donde la autora dice con brusquedad: “No deseo que se publique este intercambio epistolar. En primer lugar debería ocuparme de la carta del Sr. Benedict del 8 de diciembre pasado, lo que en este momento no puedo hacer. En segundo lugar también porque en principio estoy en contra. En su primera misiva no me comentó nada acerca de la intención de publicarla; no escribo cartas para su publicación, y no lo haría. No porque haya algún misterio. Si usted quiere discutir mi posición con estudiantes en un seminario [universitario], entonces no tengo el menor reparo. Una conversación no es un escrito, y una carta no es un artículo. Hoy prima la tendencia, comprensible, de borrar las fronteras entre las formas de comunicación. Pero no me gusta participar en ello”[3].

A pesar de todo, cuarenta y un años después se publicó en Hamburgo la primera parte de este intercambio epistolar[4]. Son las dos cartas presentadas a continuación. Aposta dejo, y anoto, las erratas para dar una impresión más fidedigna del texto arendtiano. ~

Berlín. Abril, 2008.

 

 

Universitätsstr. 30-32

 

Marburgo. Junio 3, 1967.

 

¡Muy apreciada señora mía!

 

Ahora que releía estos días su libro La Revolución Húngara y el Imperialismo totalitario[5] me pasó como quien, después de mucho tiempo, recuerda los ideales de su juventud: lejanos, ya sólo logra percibirlos, con tristeza, a través de un velo.

De la misma manera, todo lo que mientras tanto ha sucedido vierte sus observaciones de entonces a una nueva luz. No se cumplió cabalmente su deseo: mantener presente el recuerdo de aquel acontecimiento es más necesario que nunca antes, y la represión brutal de la Revolución debe, hoy como entonces, ser juzgada. Me parece caduca la posición desde la cual usted argumenta en su libro, y cuestionable la intensidad de su juicio, su empeño para condenar el Imperialismo ruso.

Para comenzar por esto último: quizá no era aún previsible la transformación de la política rusa cuando usted escribió su ensayo. Pero incluso en ese caso (lo que descreo: esa nueva tendencia se ocultó sólo temporalmente por las crisis, que apenas se develó completamente a partir de [Alekséi] Kosygin[6] y de los no-ataques en Vietnam), ¿justifica ello el intento de negarle al comunismo toda posibilidad de cambio y de fijarlo definitivamente bajo el signo estalinista? ¿No se le limita así a la esfera del poder comunista el abrirse a la Historia? Según el estado de las cosas en aquel entonces, pueden cumplirse sus pronósticos respecto del desarrollo de las políticas interior y exterior, pero no hay ninguna necesidad de que suceda así. Incluso esa falta de potencial de cara al Imperialismo totalitario se venga ahora: hace mucho tiempo que desapareció ya el terrorismo organizado en la U.R.S.S., y la política exterior de la U.R.S.S. –lista ya para coexistir– le achaca también desde hace tiempo la culpa de extender la miseria en el Tercer Mundo.

            Ciertamente nos ha sorprendido el giro de la política rusa, y por ello apremia aún más la pregunta de a qué se debe dicho cambio. ¿Estaría usted de acuerdo conmigo si yo dijera que la etiqueta de Totalitarismo, Dominio total ya no hace justicia al comunismo ruso, y que ya no se puede seguir diciendo que actúe por simple consideración de poder y que tenga como meta el establecimiento de un mundo ficticio? ¿Acaso su renovación –tal como se expresa en la definición de Coexistencia en el programa del PCUS [Partido Comunista de la Unión Soviética[7]] de noviembre de 1961– no muestra que asumió la esperanza de renovar a la humanidad, y que las consideraciones revolucionarias originales, enterradas durante el estalinismo, se han revitalizado?

            En segundo lugar: desde la Revolución Húngara[8], la situación se ha invertido completamente. ¿Acaso no nos obliga –con tristeza y como no queriendo, sí– a modificar ahora el título de su libro: La guerra de Vietnam y el Imperialismo norteamericano?

            En su ensayo, usted no se identificaba con la posición de Occidente, aún y cuando criticara el Imperialismo totalitario desde dentro. Para usted se trataba de la encarnación de la auténtica libertad, tal como se hizo visible en la Revolución Húngara. A propósito quedaba excluido el problema económico –la llamada Cuestión social–, pues usted piensa que no es un asunto político.

            ¿Pero qué no se ha convertido ya la Cuestión social en un tema político, es decir, no va en la lucha del Tercer Mundo contra la pobreza, el hambre y el analfabetismo por conquistar la libertad, el humanitarismo y la solidaridad en el sentido revolucionario? ¿Acaso no apoya usted –al empequeñecer este problema y con la consecuente interpretación de la Revolución Francesa como una revolución malvada– ese modo de pensar del gobierno norteamericano que se siente justificado a atacar “allí donde haya un gobierno débil y la situación social no esté asegurada” ([Robert] McNamara[9])?

            En su gran libro sobre la Revolución responsabilizó usted a la pobreza de las masas durante la Revolución Francesa de haber desnaturalizado desde abajo la realización revolucionaria de la libertad. ¿La alternativa sería hoy la pacificación americana desde arriba? ¿Y justo con el deseo de que “la época de los agresivos revolucionarios románticos” (Walt Rostow[10]) se acabe de una vez por todas? En tal caso, dicha pacificación desde arriba debería reconocerse como aquello que no se quiere en estas circunstancias: una contrarrevolución en el sentido clásico del término. Con otras palabras: ¿cómo esbozaría usted aquel capítulo adicional de la historia de la Revolución, ya que se ha vuelto necesario por el reciente desarrollo?

            Y en este contexto permítame agregar otra pregunta a propósito de la introducción de su nuevo libro. Cuando usted misma establece la Revolución y la política del poder puro como antítesis, ¿no hay entonces diferentes formas de violencia, en concreto una que se establece por sí misma, y otra que apunta a su propia abolición? ¿Realmente es la violencia en general muda, o es que la resistencia violenta de los oprimidos en el Tercer Mundo no habla por sí misma?

            Le escribo estas líneas el día en que se hizo público que un policía mató a tiros a un estudiante berlinés[11] durante una manifestación contra el sah de Persia[12]. Las preguntas, ni siquiera en Alemania Occidental, son académicas. Parece que el anticomunismo y la falta tanto de libertad política como de derecho en el Tercer Mundo son algo complejo. En cualquier caso, la guerra en Vietnam ha hecho que los estudiantes seamos de nuevo conscientes de la unidad del mundo y de la necesidad de transformarlo. Comenzamos a entender que nos atañe, y que si en Persia, Vietnam o Brasil reinan condiciones infrahumanas es por nosotros. Pensamos –después de todo por influencia suya– haber aprendido de nuestro pasado, y por eso levantamos nuestra protesta allí donde algo similar se repite.

Su respuesta a estas preguntas serían no solamente una gran ayuda para nosotros, sino también fortalecería nuestra oposición.

Suyo, muy devoto,

Hans-Jürgen Benedict [A mano]

 

HANNAH ARENDT

370 RIVERSIDE DRIVE

NEW YORK, N.Y. 10025

 

Noviembre 25, 1967.

 

Muy estimado señor Benedikt [sic]:

 

Ya conoce usted el periplo de su hermosa carta, y justo cuando, después de tantas fatigas,  felizmente me llegó, estaba yo a punto de abordar un avión. Ahora quiero intentar responderle; qué lástima que deba ser por escrito.

            Usted escribe que releyó mi panfleto sobre la Revolución Húngara y a él se refiere. Hasta donde sé, Piper[13] retiró este libro hace tiempo de circulación – con mi consentimiento. Tiene usted razón en sus reparos; son los mismos que tengo yo ahora. En aquel entonces desconfiaba del desarrollo ruso. Y para mostrarle cómo pienso ahora le adjunto la nueva introducción a los Origins of Totalitarianism[14], que aparecieron[15] aquí el año pasado en nueva edición. No vale la pena enviarle el libro, pues exceptuando la introducción a la segunda edición (que corresponde a la versión alemana) no ha cambiado en nada; lo único es que en la segunda edición norteamericana agregué a manera de epílogo las consideraciones en torno a la Revolución Húngara. Ahora simplemente lo suprimí. Y para simplificar le envío igualmente la aún[16] un preámbulo aún inédito para la sección sobre el Imperialismo del libro sobre el dominio total[17], pues la editorial quiere ahora publicarlo en paperback[18] dividiéndolo en tres partes. Pienso que en este texto encontrará las respuestas a sus preguntas; lo mejor sería que comenzara a leer la introducción (en el manuscrito mecanografiado [sic][19]) por la tercera sección, página xiv.

            Le respondo, pues, sólo aquello que justamente no encontrará en los adjuntos. Nunca he atacado al comunismo por sí mismo, ni mucho menos, por lo tanto, lo identifiqué con la postura totalitaria. Siempre me he opuesto explícitamente a la identificación de Lenin y Stalin, o a la de Marx y Stalin. Así pues, tampoco hoy diría que el comunismo haya cambiado, sino que la manera de gobernar ha cambiado. Lo que tenemos ahora en Rusia, la dictadura de un solo partido –que es por completo una variante de la tiranía, pero tampoco algo más–, es lo que, sin el ataque de Stalin, normalmente se hubiera esperado después de Lenin. Descreo del potencial de lo totalitario para cambiar por sí mismo – un poco como si la monarquía absoluta pudiera evolucionar hacia una constitucional. La muerte de Stalin, la derrota y muerte de Hitler, los acontecimientos externos, en definitiva, han sido[20] lo decisivo. Lo que subestimo es el llamado factor subjetivo, es decir, el elemento estrictamente personal y, con él, la dificultad de los señores absolutos para encontrar sucesores[21]. Eso no hubiera debido ser así, se pudo haber encontrado uno que intentara darle continuidad – tal vez [Lavrenti] Beria[22], aunque lo dudaría. Con ello me inclino a aceptar que ni siquiera [Nikita] Jrushchov (o como se escriba en alemán, me da pereza revisarlo)[23] sabía bien, en el año 1957, cuando escribí mi panfleto, hacia dónde iría la cosa, pero ya se había decidido, con una resolución mucho mayor que la que yo supuse, a liquidar la sección propiamente criminal del sistema.

Concuerdo también en lo fundamental, como verá en el nuevo preámbulo, con su segundo punto: el Imperialismo norteamericano en Vietnam. Lo único consolador de la historia es que el país se convulsiona cada vez más y, mientras no quieran manosearse los principios fundamentales de la República, desde el gobierno no se puede hacer nada en contra. Espero que usted esté de alguna manera enterado de esto: quiero ahorrarme las particularidades. Podría ser que estemos frente al umbral de un nuevo desarrollo imperialista –no necesariamente totalitario–; lo seguro es que la República de Estados Unidos no sobrevivirá a dicho desarrollo, y con ello me refiero a la República, es decir, a la forma de gobierno, no al país. Sin embargo, también el país está, de momento, expuesto a lo más difícil, aunque eso no me importa tanto. Debo mi lealtad a esta República, no al país; por supuesto también a estas personas, entre las cuales hoy, siendo éste un momento decisivo, me siento mejor que nunca.

Otra pregunta es si la Cuestión social se ha convertido ahora propiamente en una pregunta política. La lucha contra la pobreza y el hambre no es un asunto de pobreza y hambre, al menos en lo que afecta a los pobres y a los hambrientos, pues la mayoría de las veces ni siquiera son ellos quienes sostienen esta batalla, ni podrían sostenerla; y para ello es necesario abolir el analfabetismo: es con todo rigor una absoluta precondición. La pobreza y el hambre (o como prefiera usted llamarlos) han impedido que brote cualquier cosa de los movimientos de liberación en Asia y África, que sólo sobre la base de una estabilidad mínima podrían tener alguna aspiración. Ellos han creado el vacío de poder, también en Sudamérica[24] –la corrupción de los gobiernos en todos estos países es sólo el reverso de la medalla–, que ha venido a darle nueva vida al Imperialismo. Así queda aventajado ese entramado político que genera poder (¡no violencia!); la pobreza, el hambre y el analfabetismo generan debilidad. No me venga con los vietnamitas, que en la guerra de guerrillas han generado realmente un poder considerable; ya los conocíamos cuando aún se llamaban indochinos. No se trata de un pueblo miserable, sino de un pueblo con una cultura antigua y muy dotado, que cayó en desgracia. Lo de allí es en realidad un asunto de libertad nacional, si bien[25] de ninguna manera es lo que nosotros entendemos por libertad. Y algo parecido sucede, según me parece, en Cuba, pues es principalmente culpa nuestra que las cosas se desarrollen bajo la sombra de la tiranía rusa. Vea sin embargo a los otros países sudamericanos.

Ahora, el “capítulo adicional de la historia de la revolución, que se ha vuelto necesario por el reciente desarrollo”. ¡Me encantaría ser tan optimista como usted! La Pax Americana –contra la que [John F.] Kennedy[26] ya se pronunció expresamente, la que [Lyndon B.] Johnson proclamó explícitamente–  es una pesadilla imperialista, y por lo mismo nada más que un sueño. La pacificación desde arriba de la que usted habla es simplemente una imposibilidad técnica, tanto en lo económico como en lo militar. Nadie es tan rico como para poder ayudar a quienes no pueden ayudarse a sí mismos; se pudo ayudar a Alemania y a Japón, pero no se puede ayudar a la India, ni a Egipto, ni al Congo. Y respecto a lo militar, la Guerra de Vietnam debería demostrar sobradamente que las grandes potencias ya no están en condiciones de emprender guerras convencionales; y gracias a Dios todas tienen todavía miedo a las guerras atómicas. Por supuesto que se podría invadir Vietnam, Vietnam del Norte[27], y con unos cuantos millones de soldados [sic] ocupar todo el país y administrarlo. Pero al margen de los inmensos riesgos en la política exterior, ¿qué tan seguido podría un país como los propios Estados Unidos permitirse algo así? completamente indepe[28]

Por lo demás tiene usted absoluta razón al sacar a colación a Walt Rostow en este contexto. Él desea en realidad una especie de contrarrevolución, y la ideología por la cual todos estos empeños navegan se llama anticomunismo que, como usted bien sabe, debe su origen y su formulación ideológica no en último término a antiguos comunistas. Como un amigo mío, un crítico norteamericano, Harold Rosenberg[29] le escribió una vez hace años a [Jean Paul] Sartre – Cuídese usted del comunismo, es el semillero del anticomunismo. Précisément[30].

Ahora, en lo referente a la violencia: no hay revolución que haya ganado sólo mediante la violencia. Ciertamente existe el amotinamiento violento de los oprimidos, que todavía no ha conducido a nada, en caso de que el aparato de poder existente no estuviera ya minado desde antes. Es siempre la debilidad, la enorme y ciega irritación de los débiles, la que se descarga en la violencia. Allí donde vence hay caos al día siguiente – no sin porqué; y justo por la única razón de que quienes descargaron su furia se dispersan al día siguiente. De allí no surge ninguna oposición. Y cuando usted advierte algo similar en Vietnam, está usted completamente descaminado. Algo análogo, es decir, una falla, encuentro en otra de sus observaciones. Usted escribe que la Guerra de Vietnam habrían[31] hecho a los estudiantes “de nuevo conscientes de la unidad del mundo y de la necesidad de transformarlo”. En lo último podemos convenir rápidamente; pero “la unidad del mundo” es un mero sueño, si con ello usted quiere decir algo más que solidaridad. Sólo técnicamente constituye el mundo mismo[32] una especie de unidad. En todas las otras relaciones, sobre todo en las relaciones políticas y en cuanto a las oportunidades del desarrollo político en aras de la libertad, todos los países han cambiado. Tome la guerra de guerrillas. Sin duda, una manera altamente eficaz de pelear de los pueblos oprimidos contra opresores extraños. ¿Pero cuántos pueblos piensa usted que están en condiciones de organizar algo así? No olvide que la expresión Tercer Mundo es un concepto completamente negativo – todos los pueblos fuera de la periferia del poder americano o ruso. ¿Piensa usted sinceramente que esto ya los unifica?

Ahora, respecto de lo último: sin duda nos atañe si en Persia, Vietnam o Brasil reinan condiciones deshonrosas, pero sinceramente eso no depende de nosotros. Me parece una especie de locura mayor puesta de cabeza. Intente alguna vez hacer política en Persia, y verá cómo de inmediato se le pasa. Su responsabilidad es impedir que reinen condiciones deshonrosas en Alemania y que se mate a tiros a los estudiantes que protestan. Me temo que eso bastará para mantenerlo bastante ocupado. Politics like charity begins at home[33]. Si mañana, por ejemplo –lo cual es posible–, tras el retiro de las tropas norteamericanas de Vietnam comenzaran los vietnamitas a degollarse entre sí, yo, por lo menos, no me sentiré ni mínimamente responsable de ello. La política sigue siendo, entre otras cosas, el arte de lo posible, y las posibilidades de los hombres y los pueblos son siempre limitadas. Desconocer esas fronteras es una gran locura, si bien la enmascaran sentimientos sublimes. Y es muy peligrosa en la política, por no decir en Alemania. Esto no lo aprendió usted de mis escritos, espero. Es verdad que (durante el caso Dreyfus) [Georges] Clémenceau[34] dijo: l’affaire d’un seul est l’affaire de tous[35], pero naturalmente se refería nada más a los franceses. Si un señor de Pekín hubiera aparecido entonces y le hubiera explicado que también era su affaire[36], lo hubiera tomado por loco.

¡No me lo tome a mal! Dichas confusiones, a pesar de ser elementales, aparecen fácilmente cuando uno comienza a generalizar. En cierto sentido nos pasa a todos, pero hay que vigilar que en este juego no perdamos el sentido común.

No se puede cambiar el mundo, porque no se puede ser ciudadano del mundo; y tienden a la responsabilidad por el mundo casi siempre los que, por razones comprensibles, temen a la responsabilidad por aquello que acontece en su mundo. Cuánto se recorran en cada caso las fronteras, teóricamente no importa, pero en la práctica la mayoría de las veces no resulta demasiado difícil de conseguir. En lo político es fundamental aprender a pensar limitadamente. Para gente como usted y como yo, que provenimos de una tradición filosófica prestigiosa y grande como la alemana, esto no es tan fácil, pues pertenece a la esencia del pensamiento el superar las barreras.

Así y de otras maneras similares podemos seguir conversando e incluso diferir sin que –espero– caigamos en riñas o nos peleemos. Pero esta carta ya se alargó mucho. Y ahora me acuerdo de que le escribo sin papel carbón para enviarle copia al profesor [Hans-Eckehard] Bahr. ¿Podré contar con que tenga una máquina Xerox[37] a la mano para que le haga llegar usted una?

Con los mejores deseos

                                              su

                                   Hannah Arendt [A mano]

 

– Traducción y notas de Enrique G de la G

 


[1]“¿Palabras buenas más allá de los frentes? Los votos de paz de las iglesias y la realidad política” para el libro Paz mundial y revolución. Nueve análisis político-teológicos. Cfr. Hans-Jürgen Benedict, “Schöne Worte jenseits der Fronten? Die Friedensvoten der Kirchen und die politische Realität” apud Hans-Eckehard Bahr (ed.), Weltfrieden und Revolution. Neun politish-theologisch Analysen, Reinbeck 1968, pp. 237-290.

[2]Macht und Gewalt, Munich 1970.

[3]Cfr. Kraushaar (2008), p. 13.

[4]Se trata de la revista Mittelweg 36,del Instituto de Investigación Social de Hamburgo (Hamburger Institut für Sozialforschung). Se publicaron ambas cartas en el número de febrero-marzo del año en curso, acompañadas de unas observaciones por Wolfgang Kraushaar: “Hannah Arendt und die Studentenbewegung. Anmerkungen zum Briefwechsel zwischen Hans-Jürgen Benedict und Hannah Arendt” en Mittelweg 36 1/2008, pp. 9-13, del que me he beneficiado.

[5]Die ungarische Revolution und der totalitäre Imperialismus, Munich 1958.

[6]Primer Ministro de la U.R.S.S. entre 1964 y 1980.

[7]En ruso: КоммунистическаяПартияСоветскогоСоюза(КПСС).

[8]Se refiere al levantamiento del 23 de octubre de 1956, y que oficialmente terminó en 4 de noviembre con la entrada de la Armada Roja en Budapest, aunque los brotes de violencia continuaron incluso hasta bien entrado 1957.

[9]Secretario de Defensa de Estados Unidos de 1961 a 1968, que tuvo un papel clave en la Guerra de Vietnam. Benedict se refiere con toda probabilidad al discurso del 4 de agosto de 1965.

[10]Asesor para el sureste asiático en las administraciones de J.F. Kennedy y L.B. Johnson.

[11]Se trata de Benno Ohnesorg, muerto en Berlín Occidental.

[12]El nombre de Persia se dejó de utilizar, después de milenios, en 1935, para ser sustituido por el de Irán. Ante la protesta de la comunidad intelectual, se rehabilitó el término en 1959.

[13]Editorial muniquesa fundada en 1904 que publica las obras de Arendt, Karl Jaspers, Sándor Márai, Aldous Huxley, entre otros.

[14]En inglés en el original. Se trata de la Introducción a la tercera edición (1966), considerada la más completa y, en cierto sentido, la definitiva.

[15]Corregido a mano. El original a máquina dice: “apareció”.

[16]Tachado en el original.

[17]Se refiere a The Origins of Totalitarianism.

[18]En inglés en el original.

[19]La expresión contradictoria “manuscrito mecanografiado” se refiere al borrador de un texto aún sin publicar (“manuscrito”) que ha sido escrito a máquina (“mecanografiado”).

[20]Corregido. Antes había escrito: “son”.

[21]Corregido a mano. En el original: “… y la dificultad del dominio absoluto para encontrar sucesor”.

[22]Beria (1899-1953) fue jefe de policía y del servicio secreto de la U.R.S.S. entre 1938 y 1953. Traicionado por Gueorgui Malenkov, fue asesinado a instancias de Nikita Jrushchov.

[23]Arendt lo escribe correctamente: “Chruschtschow”.

[24]Coloquialmente se le llama en Alemania, y otros países europeos, Sudamérica (Südamerika) a lo que nosotros en general preferimos nombrar Latinoamérica.

[25]Corregido a mano. El texto original mecanografiado dice: “por lo tanto”.

[26]Cfr. el discurso esencial de Kennedy en The American University, en Washington, del 10 de junio de 1963 (http://www.fordham.edu/halsall/mod/1963kennedy-peacestrat.html).

[27]Se refiere a la República Democrática de Vietnam, un Estado reconocido en 1945, y disuelto en 1976, tras la caída de Saigón. Se anexionó entonces Vietnam del Sur para dar origen a la República Socialista de Vietnam.

[28]Tachado en el original. Arendt pretendía seguir el razonamiento con una coma, sobre la que empalma el signo de interrogación.

[29]Crítico del New Yorker, famoso por haber acuñado el término Action Painting, y considerado en The Paint World, no sin ironía, uno de los tres reyes de Cultureburg por la influencia de su crítica.

[30]En francés en el original: “Precisamente”.

[31]Corregido a mano.

[32]Tachado en el original.

[33]En inglés en el original: “La política, como la caridad, comienza en casa”.

[34]Primer ministro francés de 1906 a 1909, y de 1917 a 1920. En lo que al caso Dreyfus respecta, propietario y editor del diario L’Aurore, en cuya primera página publicara Émile Zola su carta al Presidente Faure, “J’accuse”, el 13 de enero de 1898.

[35]En francés en el original: “El asunto de uno solo es asunto de todos”. Arendt había utilizado ya esta misma cita en una carta a Karl Jaspers el 17 de agosto de 1946. Hay discusiones sobre su autenticidad.

[36]En francés en el original.

[37]En los 60s se volvió muy popular la máquina Xerox 914, la primera fotocopiadora comercial, al grado de que se usó el nombre de la marca (to xerox, xeroxing) como sinónimo de (foto)copiar. La compañía Xerox ha librado una larga batalla en contra de esta práctica.

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Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.


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