Los periódicos de cada día van acumulándose en un polvoriento desván o en un sótano o, a falta de éstos, en un vergonzante rincón de cualquier casa, donde cada vez más grises o amarillentos forman montones de papel y de tiempo pasado, guardando así para el olvido una mínima parte de información histórica y un inmenso volumen de microinformación anecdótica, ya sólo digna de ser leída por el fuego del boiler casero.
Pero un día el azar, que a veces “hace bien las cosas” (según decía André Breton cuando andaba cortejando a Nadja para robarle alucinaciones y plagiarle la invención del surrealismo), nos da una grata sorpresa que nos acechaba desde esos lábiles periódicos de actualidad ya vencida desde, por ejemplo, hace más de un siglo. Así lo descubrió hace unas semanas el cineasta Patrick Tallercio cuando, en busca de datos para hacer una película documental sobre el poeta Arthur Rimbaud (1854–1891), visitó la librería de viejo de monsieur François Quinart en Charleville (pequeña ciudad del nordeste francés quizá solamente notable por ser lugar natal del susodicho poeta… quien la detestaba), y compró allí tres ejemplares del periódico Le Progrés des Ardennes del año 1870, en el que fuertemente crepitaban noticias de la guerra francoprusiana, y, en una página, al pie de un artículo titulado “El sueño de Bismarck”, halló la firma Jean Baudry, que desde hace mucho se conoce como un seudónimo usado por Rimbaud cuando era poeta cachorro y hacía eventuales pininos en el periodismo.
En ese año de 1870, Arthur, de dieciséis, era ya autor de poemas muy bien medidos, rimados y ritmados, algunos de los cuales, quién lo diría, rinden honores a la Familia y a la Patria, pero dos o tres ya tienen asuntos más interesantes, como el soneto “El durmiente del valle”, en el que un joven soldado, tendido en un sitio edénico al lado del río Moselle, aparentemente “duerme al sol, con la mano sobre el pecho tranquilo”, pero, después de un suspense desplegado en trece versos alejandrinos, resulta que “tiene en el costado dos agujeros rojos”, es decir: el muchacho en realidad yace muerto por certeros balazos disparados desde el ejército del príncipe y canciller prusiano Otto von Bismarck, que por entonces asediaba militarmente a París.
Arthur no conocía París porque aún no salía de la opresiva Charleville en cuyos oscuros y húmedos muros callejeros quizá ya, furtiva y rabiosamente, pero sin faltas de ortografía, escribía cosas como “Merde à Dieu et la Patrie!”, pero soñaba con fugarse del círculo familiar y pueblerino para ir a la ciudad capital, vivir en una siniestra pero muy poética buhardilla de “bohemio”, embriagarse en el delirio verde y frío del ajenjo, frecuentar putas de desgarrado estilo baudelairiano, fascinar con sus versos al viejo y admirado vate Verlaine (con quien luego se uniría en turbulento amasiato y quien un día, por celos, le pegaría un tiro ), y, en altas e inspiradas noches de desvelo, escribir un largo y calculadamente alucinado poema en cuartetas y alejandrinos con el titulo de, por ejemplo, “El Barco Ebrio”, que habría de ser como la secuela de “La invitación al viaje” de Baudelaire y en el que, para estupefacción y envidia de los primeros liróforos simbolistas, la nave, precursora de una nueva poesía, bogaría a la deriva flotando “entre los chapoteos furiosos de las mareas” y bajo “la noche verde de nieves deslumbradas”…
Y bien, termino la introducción y doy la traducción de uno de los primeros escritos periodísticos del casi aún niño Arthur. Verá el lector que el artículo tiene algo de poema en prosa al modo de Aloysius Bertrand, autor del Gaspard de la Nuit, y algo de poema cinematográfico en el que, en close-up y en travelling y con mirada más irónica que iracunda, se sigue el dedo índice y croché de Bismarck en su invasor trayecto hacia la querida, la resistente, la inmarcesible Ville-Lumière.
EL SUEÑO DE BISMARCKEs el anochecer. Bajo su tienda de campaña, llena de silencio y de ensueño, Bismarck medita con un dedo sobre el mapa de Francia; un hilillo blanco escapa de su inmensa pipa.
Bismarck medita. Su engarfiado dedito índice camina por la vitela del mapa, va del Rhin al Moselle, del Moselle al Sena; con la uña ha rayado imperceptiblemente el papel en torno a Estrasburgo; y pasa más allá.
En Sarrebruck, en Wissembourg, en Woerth, en Sedán, vibra el dedito retorcido: acaricia a Nancy, rasguña a Bitche y Phalsbourg, raya Metz, traza pequeñas líneas quebradas sobre las fronteras y se detiene…
¡Triunfante, Bismarck ha cubierto con el índice la Alsacia y la Lorena! ¡Oh, qué delirios de avaro bajo su cráneo amarillo! ¡Qué deliciosas nubes de humo esparce su dichosa pipa!
Bismarck medita. ¡Vaya!, parece que un grueso punto negro detiene al excitado índice. Es París.
Y a rayar, a rayar rabiosamente con la uñita mala el papel, aquí y allá, y, luego, a detenerse… Allí queda el dedo, a medias doblado e inmóvil.
¡París, París! He aquí que el buen hombre ha soñado tanto a ojos abiertos que el sopor se apodera suavemente de él: su frente se inclina hacia el papel; maquinalmente la cazoleta de la pipa, escapada de sus labios, se abate sobre el maldito punto negro…
¡Ay! ¡Povero! Abandonando su pobre testa, su nariz, la nariz del señor Otto de Bismarck, se ha hundido en la cazoleta ardiente. ¡Ay! ¡Povero, va, povero! ¡Su indice estaba sobre París! ¡Se acabó el sueño glorioso!
¡Era tan fina, tan ingeniosa, tan afortunada esa nariz del viejo primer diplomático!
¡Esconded, esconded esa nariz!
¡Y bien!, querido señor, cuando para compartir la chucrut real volváis al palacio… [ilegible] con crímenes de… [ilegible] dama en la historia, llevareis eternamente entre los ojos estúpidos vuestra nariz carbonizada!
¡Ahí tenéis! ¡Por soñar despierto!
[Jean Baudry (Arthur Rimbaud),
Le Progrès des Ardennes, 25, nov. 1870]
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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.