Yo nunca me he sentido más apátrida que la tarde del domingo 29 de junio en que, comiendo con María en el Covadonga de las magníficas croquetas (casi como las hacía mi señora madre) y el delicioso huachinango a la vasca (plato tal vez mexicanovascongado que no sé si sólo lo sirven allí), me tocó soportar en el límite de la cordura los ¡”Eeeespañaaa Espaaañaaa olé olé olé!” regurgitados coralmente por un grupo de carpetobrutones jovenazos (camada gachupina, probablemente) en torno al estruendoso aparato de televisión que evacuaba el partido de patadas España-Alemania.
Fue aquello un vocerío energuménico, una reiterada incivil muestra de patriotismo a lo bestia, y, por cierto, no sé por qué los patriotismos tienen que entretejerse con las competencias atléticas y deportivas y mucho menos con las peripecias de once y once tíos que no saben otra cosa que perseguir a un inocente balón que cuando era mero cuero o mero plástico o lo que sea no sabía a qué estaba destinado ni cómo sería agredido por las 44 patas de patosos patanes. Y todavía cuando para bajar los bolos alimenticios, paseábamos por el parquecito cercano, venían atrás, recién salidas del Covadonga, parejas y grupos que seguían evacuando el ¡”Eeeespañaaa Espaaañaaa olé olé olé!” como si nos persiguieran especialmente a nosotros. Uno de los energúmenos iba además diciendo que había que ir a la glorieta del Ángel (que no es ángel, sino Victoria, que para eso tiene unas tetas considerables) o a la facsimilar Cibeles, más cercana matrona pública aunque púdica, a celebrar, dijo, “a lo bestia” el pinche golito español.
Supongo que allá habrán ido, y sólo lamento que esos evidentes gachupas vociferantes no hayan ido al Zócalo y en pre16 de septiembre, porque quizá entonces habrían sido rudamente corregidos por los otros patriotas, los de “¡Mé-jicó Mé-jicó Ra Ra Ra!” Ah, wishful thinkings!
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.