Chequeo el celular. Es de noche. Puede ser viernes y detuvieron a uno. Duermo, si eso se puede decir dormir. Chequeo el celular al día siguiente y detuvieron a otro. Allanamientos aquí y allá. Mensajes circulando entre amigos advirtiendo de revisiones de vehículos a manos de la Policía del régimen, fuentes temerosas de compartir su opinión. Intento dormir en la noches, ya no puedo. Bienvenidos a Nicaragua y a sus días sin descanso.
En las últimas tres semanas, hasta el lunes 21 de junio, habían sido detenidas 18 personas –entre ellas, cinco aspirantes presidenciales, ocho líderes políticos opositores y dos empresarios– y nuevamente ha vuelto el terror. Si en 2018, cuando las protestas de opositores fueron reprimidas por el Estado, nos acostábamos y no sabíamos quién iba a morir, ahora no sabemos quién será arrestado, lo que solo puede ser explicado por el control político del régimen de Ortega en el poder judicial.
Durante mucho tiempo, Nicaragua estuvo tan calmado que una de las preguntas más frecuentes que nos hacían los amigos extranjeros era qué había pasado con nosotros, los mismos que en 1979 derrocamos a la dictadura de la familia Somoza, los mismos que en 1990 con el voto terminamos con el primer gobierno de Daniel Ortega. Muchas veces no teníamos respuestas y guardamos un silencio prolongado e incómodo.
Nicaragua había desaparecido de las portadas internacionales. Las agencias de prensa habían reducido su presencia en Nicaragua, tan violentamente dulce como alguna vez dijo Julio Cortázar en los años ochenta, y vivíamos en una situación de postración ante la pobreza extrema y la corrupción de la que tampoco escapan otros países de la región.
En ese abril caliente nicaragüense de 2018, no solo despertaron con las protestas en mi país los jóvenes, a quienes criticábamos por ser demasiados indolentes. Se lanzaron a las calles para reescribir la historia después de 11 años de Ortega, en el poder para otro período largo desde 2007, y a nosotros nos tocó ser cronistas de las violaciones a derechos humanos, de las madres llorando, de las balas de los francotiradores, del gran vacío de perder a los seres queridos, del enorme hueco que deja un país sin futuro. Un déjà vu con un pasado demasiado reciente.
Nadie te prepara para eso. No hay ningún curso en la universidad, en ninguna profesión, que sea para eso. En esas noches sin sueño de abril de 2018, la generación que no vivió la guerra con ojos de adulto nos acostumbramos a la muerte. A familias sufriendo. El caso de la familia del barrio Carlos Marx de Managua, carbonizada en el contexto de las protestas, aún nos hace llorar tres años después. A colegas que en sus escritorios, junto a la Virgen María, tenían casquillos recuperados durante las coberturas. A iglesias acribilladas, a niños muertos, a colegas reportando a riesgo de sus vidas en aquellos días de incertidumbre. Es una montaña rusa de emociones y dolor.
Traigo esto a colación para explicar lo que ha ocurrido en los últimos días de este junio de 2021, cuando otra vez hemos vuelto los nicaragüenses a las portadas internacionales, igual que en 2018. Nuevamente por la represión. Como en 1979, otro dictador se intenta perpetuar en el poder. En esas paradojas de la vida y la historia, Ortega se quiere quedar para siempre gobernando como Somoza, a quien un día adversó.
Las redadas policiales se han dado cuando faltan cinco meses para las votaciones presidenciales, y junto a la brutal fábrica de cargos falsos, la propaganda se centra nuevamente en el periodismo, porque sigue denunciando a Ortega y su esposa Rosario Murillo. Hay un intento claro de estigmatizar y exponer ante los fanáticos a quienes hacemos críticas.
No parece el camino indicado para reconstruir un país que vive en duelo permanente, sino el de Ortega comportándose como otros personajes de la historia. A mí me recuerda a Nerón viendo quemarse a la antigua Roma, con su lira tal como dicen los historiadores, para luego construir su palacio que viene a ser una metáfora de este país mío en llamas. Ortega pone fin con esta violencia irracional a la vía electoral que ya había rechazado como una salida a la crisis en 2018, pese a que varios sectores se lo habían planteado.
Las detenciones de junio de 2021 se realizan para cumplir objetivos tácticos: infundir terror y con esto inmovilizar al periodismo, desactivar cualquier protesta, evitar que la población vote en un proceso en el que se ha quedado con todo el control de la ruta electoral. Limpiar la mesa de quienes pueden ser sus propios competidores es otro fin inmediato, y luego hacerse con una buena cantidad de detenidos que le puedan servir como fichas para negociar y poner líneas rojas internas a sus opositores, mientras se deslegitima a nivel internacional más y más. Los voceros del régimen han dicho que quieren hablar directamente con Estados Unidos.
Junto a las investigaciones abiertas por supuesto lavado de dinero, por sospechas de que los encarcelados hayan pedido sanciones extranjeras al país, el sistema de justicia ha tocado su punto más bajo. Después de los casos documentados, de centenares de presos políticos –los juicios a opositores en 2018 fueron fabricados, de acuerdo con las investigaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)–, el país ha quedado en escombros. Pero frente a la desesperanza que pueda reinar, el dolor, la rabia, quiero reinvidicar la fuerza del periodismo que cree que se pueden cambiar las cosas.
Uno de nuestros más queridos poetas nicaragüenses, Pablo Antonio Cuadra, describe en uno de sus poemas el dolor nuestro con años ya de historia y asociado a la guerra por supuesto.
De dos en dos los hijos han partido,
de cien en cien las madres han llorado,
de mil en mil los hombres han caído,
y hecho polvo ha quedado
su sueño en la chamarra, su vida en el fusil.
Siempre debemos denunciar el abuso de poder, no importa quién esté al mando. Siempre serán mejor las instituciones fuertes, el equilibrio de poderes frente al autoritarismo. Al silencio que se quiere imponer, el periodismo puede responder haciendo su trabajo con estándares altos, que ni el más abyecto dictador pueda opacar, aunque cada vez que llegue la noche nos encontremos con noticias más terribles.
(Managua, 1980) editor y reportero, se define como "enamorado de las investigaciones periodísticas y fiel devoto de la crónica en América Latina". Su trabajo ha sido reconocido con el Premio Ortega y Gasset y el Premio Rey de España.