Sí. Las primeras elecciones directas al Parlamento Europeo se celebraron en 1979. Desde entonces el proceso de construcción europea ha avanzado de manera en apariencia imparable, y con un rotundo éxito, hasta mediados de la década pasada. En los ochenta se creó el “espacio Schengen” de libre circulación y se consolidó el Mercado Único, dos de sus signos más visibles para millones de europeos. A principios de los noventa se firmó el Tratado de Maastricht, que funda la Unión Europea propiamente dicha, y con el nuevo siglo llegaba la moneda común. El fracaso de la aventura constitucional en 2004 supuso un primer gran revés a la idea de un avance lineal en el proceso. Tras la ampliación al Este, y con las primeras emociones fuertes de la crisis de la eurozona, en 2009 entraba en vigor el Tratado de Lisboa, con el que las élites europeas sorteaban el fiasco de la Constitución. Lisboa consagra el mayor protagonismo del Parlamento Europeo en el gobierno de la UE, si bien el Consejo (donde están representados los gobiernos nacionales y que ejerce de “senado con esteroides”) sigue teniendo un peso decisivo. Las elecciones de mayo de 2014 se presentan con dos novedades: los grandes partidos europeos proponen candidatos a Presidente de la Comisión (el mal llamado “ejecutivo europeo”) y el mensaje dominante se centra en la “politización” de los comicios.
No. La Unión Europea es, por repetir el tópico, un sistema político sin demos. Incluso esa minoría de soñadores/ilusos que se consideran europeos antes que nada (que la hay) paga impuestos, vota, opina, se relaciona y piensa ante todo en su país y por su país. La UE no solo carece de idioma común, sino que tiene veinticuatro lenguas oficiales, incluyendo latinas, germánicas, eslavas, bálticas, ugrofinesas y hasta una semítica. Nuestros billetes tienen motivos arquitectónicos que podrían corresponder a cualquier país o a una civilización marciana, y nombramos un premio en honor a un disidente ruso porque no éramos capaces de ponernos de acuerdo en un representante de un país comunitario. Con una diversidad y una población mucho menores, Estados Unidos precisó una guerra fratricida para construirse como nación. Pretender que celebrar unas elecciones bajo el lema mágico de la politización, o invocar los nombres de candidatos que el ciudadano medio ignora, va a suponer un paso decisivo en la construcción de ese inexistente demos es algo más que optimismo.
Sí. A menos que incurramos en ese vicio, tan propio de algunos nacionalismos, de contemplar las comunidades políticas como entes orgánicos, con espíritu propio y que se desarrollan de manera natural, es claro que las comunidades políticas y el propio demos se forman tanto desde abajo como desde arriba. Los pueblos europeos no cayeron del cielo, sino que son el resultado de procesos seculares, a menudo desencadenados por las élites señoriales a través de alianzas matrimoniales o persecuciones religiosas, o por los Estados a partir de la educación de masas, la conscripción o los servicios públicos. Es poco probable que una España con la Corona de Aragón pero sin Portugal, o una Alaska anglosajona, estuvieran predestinadas desde la noche de los tiempos. De igual manera, la Europa del futuro dependerá de los procesos políticos que operan en este momento. La conversión de la UE en una polity a todos los efectos no se hará en una hora, ni en unas elecciones, pero si se ha de dar tendrá que empezar por alguna parte.
No. Un vistazo al panorama de los partidos frente a la campaña basta para disipar cualquier sospecha de que pudiesen concurrir con criterios y claves europeas en lugar de nacionales. El psoe ha aprovechado para hacer una operación salida de dirigentes y cuadros amortizados, y el pp no consideró necesario confirmar un candidato antes del 9 de abril. La última sensación política del momento, por su parte, presentó un manifiesto europeo que no contenía ningún punto que fuera competencia de la UE. Pero, antes de indignarnos con ellos, recordemos por qué los políticos no apelan a temas europeos: porque a los ciudadanos les dan igual.
Sí. El consenso ha sido la gran fuerza rectora de la UE y del Parlamento durante décadas. La crisis ha traído discrepancias y debates propiamente políticos donde antes solo había cuestiones de envoltorio técnico, inevitablemente aburridas para el ciudadano medio (o para todo elmundo). Nuevas líneas de fractura, como la que enfrenta a países acreedores y deudores, o a la visión elitista frente a quienes reclaman una Europa más democrática, hacen posible la existencia de distintas opciones políticas reales. Hasta ahora, la UE se ha parapetado tras su legitimidad de resultados para evitar el debate sobre su legitimidad procedimental. Tras la crisis del euro eso no es posible. Esto no es necesariamente bueno, pero puede producir cambios que a la larga sí lo sean.
No. La presunta politización podría no obedecer tanto a divisorias tradicionales de clase o ideología como al debate en torno al propio proyecto europeo. Aguas revueltas donde los populistas pueden moverse con más comodidad que unos partidos institucionales poco habituados al choque. El mensaje de la politización podría estallarles en la cara a las élites europeístas y dar lugar a un Parlamento fragmentado y poblado de diputados que no creen en la UE.
Quizás. Como dijo Yogi Berra, es muy difícil hacer predicciones, especialmente sobre el futuro. ~
Jorge San Miguel (Madrid, 1977) es politólogo y asesor político.