Acompañando en el sentimiento a Luisa y Alberto.
Hay palabras que uno nunca querría escribir. Para mí han sido –y serán durante mucho tiempo– las que siguen, pues todavía no logro creer que mi queridísimo amigo y maestro Mario Andrea Rigoni haya fallecido el viernes pasado, un aciago y otoñal 15 de octubre, cuando faltaba tan poco tiempo para nuestro ya imposible reencuentro. Desde ese día, el mundo es un lugar todavía más frío e inhóspito para quienes –éramos muchos– le profesábamos una fidelidad incondicional e insobornable.
Mario era uno de los hombres más buenos, inteligentes, agudos y generosos que haya conocido nunca; era un auténtico maestro, en el sentido socrático de la palabra.
Quisiera hablar de su obra, empezando por los fundamentales estudios sobre Giacomo Leopardi, del que Mario fue, a lo largo de su carrera como catedrático de Literatura Italiana en la Universidad de Padua y como profesor visitante en las más importantes universidades estadounidenses, uno de los máximos expertos y uno de los más originales intérpretes. El lector interesado podrá leer Il pensiero di Leopardi (Bompiani, 1997; Aragno, 2015), Il materialismo romantico di Leopardi (La scuola di Pitagora, 2013) y su edición de las Poesie, publicada en la prestigiosa colección de los Meridiani Mondadori (1987), además de las reputadas antologías La strage delle illusioni. Pensieri sulla politica e sulla civiltà (Adelphi, 1992) y Tutto è nulla (Rizzoli, 1997).
Asimismo, debería hablar de su larga amistad con E. M. Cioran, dado que Mario ideó, dirigió y en parte tradujo la obra del gran autor rumano para la editorial Adelphi. El lector podrá hallar la textura y la urdimbre de esta relación, tan fructífera para la cultura italiana de finales del siglo XX, en el epistolario Mon cher ami. Lettere a Mario Andrea Rigoni (1977-1990) (Il notes magico, 2007) y en la colección de ensayos y recuerdos In compagnia di Cioran (Il notes magico, 2004).
Pero prefiero recordar la profunda humanidad de Mario, su extraordinaria curiosidad intelectual, su insustituible sentido del humor, su elegancia espiritual y su cariñosa disponibilidad. Incluso en los peores momentos de la enfermedad –que sobrellevó con su habitual entereza, discreción y dignidad–, conversar con él significaba reírse, pasar el tiempo en compañía de un ser querido y darse cuenta, después, de una lección inolvidable para el porvenir.
Su mirada luminosa –cristalina como su estilo, felizmente inactual y ajeno a cualquier moda– era penetrante y reveladora también cuando se dirigía hacia los objetos más efímeros y cotidianos de la realidad. Todo esto se refleja en su obra literaria, deslumbrante y misteriosamente conectada con su personalidad de escritor y de hombre. (Pude gozar del privilegio de sus consejos, siempre amistosos, y de sus correcciones, siempre persuasivas, y ahora ya no sé cómo podré seguir escribiendo mis torpes fragmentos, huérfanos –si parva licet componere magnis– de uno de sus mayores inspiradores.)
Sus tres libros de aforismos –Variazioni sull’impossibile (Rizzoli, 1993; Il notes magico, 2006); Elogio dell’America (Liberal edizioni, 2003; La scuola di Pitagora, 2016); Vanità (Aragno, 2010; La scuola di Pitagora, 2021)– representan, en varios países europeos no menos que en Italia, una de las cumbres de ese género literario, tan difícil y necesario, aunque estoy seguro de que Mario, en su innata modestia, rechazaría cualquier halago al respecto.
Tuve la suerte de traducir y de publicar la versión en español de Vanità (Vanidad, Ai Trani Editores, 2017), lo que me permitió dialogar día tras día con él acerca de los pormenores de la traducción. Probablemente se trate del libro más bello y único de mi pequeñísima editorial, pero hoy recuerdo sobre todo la estancia en México de Mario y su esposa Luisa, su extrañamiento delante de las pirámides de Uxmal y su asombro frente a la laguna de Bacalar, durante nuestro viaje “salgariano”.
Debería seguir, lo sé, y sin embargo no sé cómo hacerlo, pues la ausencia pesa demasiado y las lágrimas todavía no se secan. Mencionaré, pues, sus cuatro libros de cuentos –Dall’altra parte (Aragno, 2009); Estraneità (La scuola di Pitagora, 2014); Miraggi (Elliot, 2017); Disinganni (Elliot, 2019)– que contribuyeron a develarnos, de una manera afilada e inquietante, los abismos, las pasiones y las obsesiones de la condición humana.
Mario Andrea Rigoni fue también un gran crítico militante (como suele decirse en Italia), al punto que colaboró durante más de treinta años en el periódico italiano Corriere della Sera: una notable selección de sus artículos y de sus reseñas se puede leer en Scorciatoie per l’abisso (Aragno, 2015).
Ahora mismo tengo todos sus libros desparramados sobre mi escritorio, mientras me fumo otro cigarrillo, quizás el último, junto con él, o bien pensando en él con sentimientos encontrados. La relevancia de su obra hará que nunca le falten lectores, mas las dedicatorias manuscritas, que afectuosamente me dedicó, me recuerdan la pérdida irreparable que hemos padecido. En alguna ocasión, hace unos meses, me dijo que las espléndidas poesías de Colloqui con il mio demone (Elliot, 2021) iban a ser, junto a las aún inéditas, “su testamento”. Lamentablemente no le creí. Las publicaremos, por supuesto, pero no será lo mismo, sin nuestro Mario.
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Canción del hombre de piedra
Había un tiempo en que el tiempo no era tiempo,
y la vida no necesitaba un porqué;
ahora que he crecido, de todo me pregunto
el porqué. Soy yo y no soy yo, la naturaleza
ya no me dice nada y yo miro el mundo,
indiferente. ¡Soy un hombre de piedra! La hierba
en los campos crece inútilmente, los pájaros ya no tienen
voz, el amor es un recuerdo lejano
y me pregunto el porqué. Soy un hombre de piedra
que ve y no siente y se pregunta el porqué.
Mario Andrea Rigoni
(traducción de Fabrizio Cossalter)
(Padua, 1974) es ensayista y editor italiano residente en México.