Isaak Bábel, como todo habitante del mundo soviético, siempre se supo en riesgo de que lo arrestaran. Cuando se encontró con el jefe de la Lubianka, en un evento social, le preguntó qué hacer “si uno cae en sus garras”. Yagoda le respondió: “Sea cual sea la acusación que le imputemos, tiene que decir ‘no’, solo ‘no’, negarlo todo, porque entonces nos quedamos sin argumentos”.
Tal respuesta es falsa y hasta ingenua. Bábel comenzó diciendo “no”, pero las autoridades soviéticas siempre tuvieron modos violentos para transformar esa negación en un “sí”.
En el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, Bábel tuvo que pronunciar palabras que no sentía: “El estilo de la era bolchevique está lleno de fuego, pasión, fuerza y alegría”. Y ya en la obligada adulación, dijo: “Miren cómo Stalin forja sus discursos, qué bien forjadas están sus pocas palabras, cuán llenas de fuerza. No digo que todos deberían escribir como Stalin, pero necesitamos trabajar las palabras tal como lo hace Stalin”. Aquí el público irrumpió con aplausos.
Bábel sentía enorme respeto por la literatura. Sabía bien que ni su estilo ni sus temas eran bolcheviques, y por eso se estaba convirtiendo en un “maestro del silencio”.
Un testimonio en el juicio en el que habrían de condenarlo a muerte, pone estas palabras en boca de Bábel: “Un escritor debe escribir honestamente, pero en tal caso no puede publicar porque su verdad desentona con la línea del partido”. Al mismo tiempo, Bábel se sentía obligado a publicar, para que su silencio no se tomara como una actitud antisoviética.
Si el aparato de represión soviético se expresara honestamente, su condena a muerte habría llegado por “ser el mejor prosista de la lengua rusa”.
En aquel discurso dijo algo que sí pensaba: “Sin pensamientos elevados, sin filosofía, no hay literatura”. Los bolcheviques la entenderían a su modo. Los escritores de verdad le dan otro sentido. Los mediocres ni siquiera saben lo que es un pensamiento elevado.
Excelente prosista. Escribía muy poco. Sus temas no eran bolcheviques. En esos años, en esa geografía, Juan Rulfo habría terminado en los sótanos de la Lubianka con un balazo en la nuca.
Ehrenburg escribió:
El “silencio de Bábel” se convirtió en uno de los temas favoritos de los críticos. En el Primer Congreso de Escritores Soviéticos tomé la palabra para protestar contra ese tipo de ataques. Dije que la elefanta lleva a sus crías en el vientre mucho más tiempo que una coneja. Yo me comparaba con la coneja y a Bábel, con la elefanta. Los escritores se echaron a reír. A su vez, Isaak Emmanuílovich se burló de sí mismo en su discurso diciendo que estaba progresando en un nuevo género literario: el silencio.
Simpático el símil, pero en todo caso, aunque Bábel gestara con el tiempo de una elefanta, paría conejos. Cuentos breves, precisos, sin adjetivos obvios.
Un periodista soviético le cuestiona que haya escrito en uno de sus cuentos “piernas bondadosas”, le dice que unas piernas no pueden poseer tal atributo. A esto responde Bábel: “Las piernas humanas pueden ser bondadosas, crueles, pueden ver o pueden ser ciegas. No hay duda de que las piernas pueden tener cualquiera de estos atributos humanos; sencillamente, hay que ser capaz de describirlo”.
A Vsevolod Meyerhold lo mataron a patadas unas piernas crueles.
Bábel parece un genio de la literatura, pero quizás no lo era tanto. “Me he puesto a reescribir por tercera vez mis relatos y me he dado cuenta, con horror, de que todavía necesitaré reescribirlos una vez más, la cuarta”.
Ehrenburg cuenta que Bábel escribió en una carta: “La principal desgracia de mi vida radica en poseer una aborrecible capacidad de trabajo”.
En el libro La palabra arrestada, de Vitali Shentalinski, podemos leer los interrogatorios a los que fue sometido Isaak Bábel. También llegan a verse distintas versiones. Confesar una cosa, confesar otra. Ser sincero. Estar obligado a mentir. Casi puedo imaginar a Bábel, incluso en esos momentos, cuidando los adjetivos y el ritmo de la frase.
El gusto por el monosílabo.
“¿Es usted un espía?”
“No.”
Aunque a veces es necesaria la redundancia.
“Ha sido usted detenido por sus actividades antisoviéticas y por traición. ¿Se considera culpable de estos cargos?”
“No, no me considero culpable.”
Y se ve obligado a emplear mala prosa.
“Creo que mi detención es fruto de una fatal confluencia de circunstancias y la consecuencia de mi esterilidad creadora.”
Cuando en un cuento diría: “Me arrestaron por no escribir”.
El interrogador le pregunta: “¿Quiere usted decir que ha sido detenido por ser escritor? ¿No le parece a usted que esta explicación de arresto es harto ingenua?”
Tan ingenua que fueron miles de escritores que murieron en esos años por el delito de escribir.
No sé cómo habría acabado Bábel este cuento. Él pidió que le dieran más vida para trabajar.
Le pusieron el cañón de una pistola en la nuca.
Hay un cuento de Bábel titulado “El chino”. Cuando parece que aún no ha terminado, el autor nos receta la palabra “Punto”. Y se acaba.
Pues eso.
Le pusieron el cañón de una pistola en la nuca.
Punto. ~