Facebook, como el propio internet, supone ser un fenómeno global. Sus líderes explican que está diseñado para unir el mundo, trascender diferencias y reducir distancias. Su alcance e influencia global son innegables, ya que nada en la historia de la humanidad ha conectado a más de 3 mil millones de seres humanos, ni ha demostrado tener una serie de efectos tan profundos en un periodo de tiempo tan corto como los que ha tenido Facebook alrededor del mundo –a excepción de la República Popular China– durante la última década.
A pesar del constante flujo de escándalos, revelaciones, acusaciones, reportes y estudios que han documentado el daño que Facebook provoca en sus usuarios, gran parte de la atención que periodistas y críticos le han prestado a la compañía se ha enfocado en dos países –Estados Unidos y Reino Unido– y un solo idioma, el inglés.
Cuando surgen noticias de que Facebook permite filtraciones masivas de datos personales y de comportamiento que sirven a empresas de consultoría política como Cambridge Analytica, la atención se centra en los datos y las elecciones británicas y estadounidenses. Cuando la mayoría de los críticos se quejan de toda la basura que circula a través de Facebook, las noticias que citan y las cuestiones que plantean casi siempre se centra en la política, la sociedad, y la salud pública estadounidense.
Cada vez que Facebook anuncia una nueva política que busca mitigar el contenido basura o el mal comportamiento, le pregunto a los periodistas que cubren la noticia: “¿Preguntaron si este cambio de política solo aplica para Estados Unidos o solo en inglés?”. Rara vez obtengo respuesta. La respuesta a esa pregunta aparece muy pocas veces en las noticias.
En 2018, tuve una conversación extraoficial con miembros del equipo de integridad cívica de Facebook. No paraban de hablar de las medidas que estaban tomando para proteger las elecciones de 2020 en Estados Unidos. Cuando les pregunté qué estaban haciendo con respecto a las elecciones generales de 2019 en India, se callaron. Parecían no haber considerado que podría ser un mayor problema, incluso, el problema más grande.
En abril, cuando la exempleada de Facebook Sophie Zhang hizo públicas sus revelaciones sobre lo poco que se preocupan los altos cargos de la empresa por el resto del mundo –ignoraron las preocupaciones documentadas de Zhang acerca del modo en que cuentas falsas coordinadas estaban impulsando las publicaciones del presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández–, pocos prestaron atención. En las últimas semanas, todos los grandes medios de comunicación están informando sobre problemas similares, gracias a un esfuerzo de relaciones públicas en apoyo a la más reciente denunciante, Frances Haugen. Pero en aquel momento solo BuzzFeed News y The Guardian consideraron importantes la historia y los documentos de Zhang.
Los que estudiamos la influencia global de Facebook lo hemos sabido desde hace aproximadamente una década: Estados Unidos sale bien librado con Facebook. Los usuarios estadounidenses obtienen los mejores servicios, el filtraje de contenidos más sensible (tal como es) y la respuesta más contundente (tal como es) de la empresa cuando los legisladores y reguladores plantean sus preocupaciones.
Sin embargo, Estados Unidos es una porción cada vez menor del creciente imperio mundial de Facebook. Alrededor de 200 millones de estadounidenses utilizan regularmente la aplicación y el sitio web de Facebook, sobre todo en inglés y español. Esa cifra apenas se sigue moviendo. Compárese con los casi 340 millones de indios, y en aumento, que utilizan Facebook en docenas de idiomas. A Indonesia, con 140 millones de usuarios de Facebook, le sigue Brasil, con 130 millones de usuarios de Facebook, en el ranking de países en los que Facebook tiene la mayor base de usuarios.
¿Qué tienen en común India, Indonesia y Brasil? Son democracias débiles poscoloniales con un poder, una población, y una economía en crecimiento. Los tres han ido ascendiendo al nivel superior de los poderosos Estados-nación en los últimos 30 años. El destino de estos tres países determinará en muchos sentidos si el siglo XXI fomenta el florecimiento o la desaparición de la democracia.
Y en los tres países, Facebook y WhatsApp, el servicio de mensajería que forma parte de Facebook, se han convertido en las principales fuerzas mediáticas y políticas. Facebook es mucho más importante para la política y la vida cotidiana en India, Indonesia y Brasil que en Estados Unidos y el Reino Unido. Los tres son los principales lugares de expansión de Facebook y, por lo tanto, atraen la atención de los directivos, que esperan mantener el asombroso ritmo de crecimiento del negocio y de los usuarios de la empresa. Pensemos en la India, con mil 200 millones de habitantes de los que solamente un tercio son usuarios habituales de Facebook, hasta ahora.
Sin embargo, toda la atención –periodística y normativa– parece recaer en Washington y Londres. Y todos los análisis más influyentes sobre los efectos de Facebook a nivel global se centran en los contenidos y los actores en idioma inglés.
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Gracias a la filtración de los “Facebook Papers”, las organizaciones de noticias han escarbado hasta el último rincón de los documentos internos de Facebook y han revelado –por fin– la espantosa verdad sobre las estrategias globales de crecimiento de Facebook y la escasa preocupación que la empresa ha mostrado por el estado de la democracia y los derechos humanos en India, Indonesia, Brasil y otros países poscoloniales alrededor del mundo.
Los documentos muestran que la investigación interna de Facebook ha revelado, de nuevo, lo que académicos y activistas han sabido desde hace una década: Facebook contribuye directamente a la violencia masiva contra los indios musulmanes, al fomentar campañas coordinadas por poderosas organizaciones políticas relacionadas con el primer ministro Narendra Modi. Los grupos que están detrás de estas campañas tienen profundas raíces fascistas y nunca han ocultado su compromiso con la violencia antimusulmana (y la violencia contra los no musulmanes que se oponen a su terrorismo, incluido Mahatma Gandhi).
Facebook ha invertido miles de millones de dólares y ha contratado a miles de personas para diseñar y ejecutar sistemas de filtración que supuestamente limitan la difusión de llamados a la violencia y al genocidio, la desinformación sobre la salud, y otros esfuerzos para socavar o derrocar la democracia. Sin embargo, la mayor parte de este esfuerzo se ha desplegado en y para Estados Unidos y Europa.
El martes CNN informó, basándose en las filtraciones, que Facebook no cuenta con personas formadas en los distintos dialectos del árabe, para ayudar a las mejoras en la mayor parte del mundo, incluidos lugares delicados como Egipto, Túnez, Palestina, Líbano y Siria. No puede ofrecer una filtración de contenidos eficaz en los idiomas de Etiopía, que está sufriendo una guerra civil. En India, con más de 20 idiomas principales, la moderación de contenidos de Facebook podría no existir en absoluto. Y se nota.
Mark Zuckerberg, como gran parte de los altos cargos de la empresa, son estadounidenses. Actúan y hablan como estadounidenses. Tratan al mundo y a su servicio como si se tratara de una fuerza imperial que difunde los supuestos y valores estadounidenses. Hablan como misioneros, como civilizadores, sobre partes del mundo que son importantes para ellos pero que les son básicamente ajenas. Al igual que los líderes coloniales de antaño, trabajan principalmente en el interés ideológico de su nación de origen.
Desde hace tiempo, académicos y activistas de derechos humanos tienen claro que el compromiso de Zuckerberg con sus mercados más grandes, así como con los líderes autoritarios que los dirigen, es más fuerte que su respeto –y por tanto el de su país– por los derechos humanos y la libertad de expresión. A pesar de sus bonitos discursos y publicaciones, que reflejan su supuesto compromiso con la libertad de expresión, Zuckerberg ha estado más que dispuesto a rendirse ante los tiranos que dirigen países como Vietnam y Pakistán. Ahora sabemos que también ha sido claro con el personal de Facebook. Me sorprende que estos documentos hayan tardado tanto en salir a la luz.
Las preguntas ahora son: ¿a cuántos empleados más de Facebook como la denunciante Sophie Zhang escucharemos? ¿Cuándo veremos a toda la Junta de Supervisión de Facebook presentar su renuncia, ahora que sabemos que su trabajo es inútil y que Facebook la ha engañado? ¿Cuándo veremos a nuestros mejores periodistas especializados en tecnología levantar la vista por encima de las fronteras de Estados Unidos? ¿Cuándo comprenderemos que Facebook es demasiado grande para ser gobernado y está demasiado arraigado en la vida de miles de millones de personas como para esperar “arreglos” o incluso una regulación eficaz?
Los problemas que Facebook amplifica se deben a la propia naturaleza de la empresa, a sus compromisos básicos y a la infraestructura que ha construido desde 2004. Casi no hay forma de mejorar a esta empresa de una manera que pueda importar a escala global. El problema de Facebook es Facebook.
Todo lo que podríamos hacer es “matarlo de hambre”, restringiendo severamente la recopilación y el uso de datos personales, pero casi no hay voluntad política de hacerlo en ningún lugar del mundo. Al fin y al cabo, a los líderes antidemocráticos de muchos de los países más poblados del mundo les gusta Facebook tal y como es.
Ahora mismo, Zuckerberg transforma su empresa de ser una plataforma de redes sociales a una experiencia inmersiva que todo lo consume y todo lo domina que él llama “el Metaverso“. Lo hace, una vez más, de forma rápida y sin tomar en cuenta las consecuencias que habrá cuando personas reales, con defectos y libre albedrío, interactúen con él. Todo esto va a empeorar muy pronto.
Este artículo forma parte del Free Speech Project, una colaboración entre Future Tense y el Tech, Law, & Security Program del Washington College of Law de la American University, a través de la cual se analiza la forma en que la tecnología está influyendo sobre lo que pensamos acerca de la expresión.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es profesor de estudios de medios de comunicación en la University of Virignia, y autor del libro Antisocial media: How Facebook disconnects us and undermines democracy.