Bela Lugosi como Drácula ocupa un lugar tan fijo en la cultura que a veces olvidamos que esa adaptación de 1931, dirigida por Tod Browning, es bastante floja. Usando como fuente la obra de teatro de John Balderston y Hamilton Deane, Drácula es una película almidonada, tan fiel al argumento que nunca despega del escenario para convertirse en una experiencia cinematográfica. Algunos sets son una joya: catacumbas góticas y castillos en ruinas, llenos de telarañas y ramas invadiendo las ventanas, y esa escalera en espiral, que volveríamos a ver miles de veces. Pero el resto padece una tibieza que no está presente, por ejemplo, en la obra maestra de Browning: la brutal Freaks. Si bien Lugosi es memorable, Dwight Frye, en el papel de Renfield, resulta mucho más aterrador que el atildado vampiro (esta risa me sigue dando pesadillas).
Sin contar la adaptación libre que F.W. Murnau ya había hecho de la novela de Bram Stoker, pasaron casi treinta años para que Drácula consiguiera un actor a la altura del papel. En Horror of Dracula, Christopher Lee le añadió un pulso amenazante, hasta ese momento inédito en el conde. A diferencia de la cinta de Browning, la adaptación de Terrence Fisher, quien también estuvo a cargo de otras grandes películas de horror de los estudios Hammer, es una obra llena de aspectos notables (vean los encuadres; escuchen la música). Más allá de sus virtudes formales, Horror of Dracula ha resistido el paso del tiempo gracias a la mancuerna de dos leyendas del género: Peter Cushing, como Van Helsing, y Christopher Lee, como Drácula.
Había una sombra de ironía en el rostro de Lugosi, la insinuación de una sonrisa tétrica, acentuada por esos ojos que podían ser socarrones o solemnes. Había matices, capas, pero no había urgencia. Su Drácula probablemente pasaba más tiempo preocupado por su vestimenta que por las yugulares de sus próximas víctimas. No era una fiera, no era un peligro. Lee transformó al conde en menos de diez segundos, encarnando a Drácula como una máquina únicamente interesada en matar y comer pronto y rápido. Comparen cómo recibe Lugosi a Renfield y cómo Lee le da la bienvenida a Harker, quien ha llegado a su castillo para, supuestamente, ordenar la biblioteca.
Lee habla sin nerviosismo pero con prisa, como si Harker fuera un estorbo al que no le interesa convencer con un pretexto verosímil: si le cree que no es un vampiro, bien por él; si no, ni modo. Lee parece ser el primer actor en entender que Drácula es un monstruo primero y un aristócrata después, una decisión que reverbera hasta el día de hoy. Por poner solo un ejemplo, sin él no existiría Jerry Dandridge, el chupasangre de ambas Fright Night, un depredador al que las apariencias le tienen sin cuidado.
El Drácula de Lee encapsula las cualidades que lo convirtieron en un actor que siguió siendo rentable hasta los 93 años (un logro, por donde se le mire). Podía ocultar intenciones o entresijos siniestros (ver: The Wicker Man), pero casi siempre funcionó mejor cuando el director en turno lo dejó aferrarse a la pureza del negro. La maldad seductora y arrogante era su fuerte, comandada por una voz que haría un anuncio ominoso de un comercial para pañales. Me parece que Lee aun no recibe el crédito que merece en el éxito de The Lord of the Rings, una trilogía llena de héroes nobles, donde Saruman es el único villano de carne y hueso en el que la audiencia puede anclar sus inquietudes. El espíritu de Sauron es una amenaza intangible, mientras que el mago blanco está en su torre, presente, ordenando a su ejército. La cara de Lee cuando ve a su gólem salir de la placenta de lodo es un instante de perfección actoral: un hombre conmovido frente al nacimiento de un demonio.
Ningún otro actor que yo recuerde tuvo un resurgimiento tan sorprendente como el que Christopher Lee gozó en los últimos años de su carrera, trabajando con Tim Burton, George Lucas, Peter Jackson y Martin Scorsese (años antes había trabajado con Steven Spielberg y Joe Dante). Un actor octogenario se convirtió en talismán para los grandes directores de Hollywood. En el subconsciente colectivo, Bela Lugosi sigue siendo Drácula. ¿Qué más da? Christopher Lee ya es, y seguirá siendo, un ícono en sí mismo.