Fotografía: EFE

Otro mar

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En un pasaje citado con cierta frecuencia, Goethe afirma que los editores son todos hijos del diablo y que en algún lugar debe haber un infierno especial para ellos. Ya sea entre calores y suplicios o en otro tipo de averno, lo que está claro es que va a ser necesario ampliar las zonas reservadas a los practicantes españoles de la profesión.

En un periodo bastante breve se han ido editores tan distintos como Javier Pradera, Germán Sánchez Ruipérez, Jaime Salinas, Francisco Pérez González o Toni López Lamadrid. Desde el pasado 23 de julio, mientras su amado Ampurdán ardía, Esther Tusquets se ha unido a ellos, y a estas alturas debe estar buscando con quien jugar una partida de cartas (Salinas, siempre un caballero, seguro que ya ha aceptado, en recuerdo de las comidas que durante tantos años celebraron en la Feria de Fráncfort.)

La trayectoria profesional de Esther Tusquets es una mezcla personal e intransferible de serendipia y talento, de disparate e inteligencia, de trabajo y accidente. Por supuesto, la fascinación que despertaba partía de que en su versión de la historia todo –la editorial Lumen, los éxitos comerciales de Quino o Umberto Eco, el extraordinario nivel de un catálogo que contenía a varios de los autores más importantes de su época– ocurría por serendipia, disparate y accidente, cuando era obvio el papel fundamental del talento, la inteligencia y el trabajo.

Tampoco se puede negar, claro, que en el origen de Lumen exista un punto de azar. Juan Tusquets, descendiente de una familia de la alta burguesía barcelonesa (propietaria de la Banca Tusquets entre otros negocios), sacerdote y furibundo azote del contubernio judeomasónico y bolchevique, fundó la editorial en el Burgos de 1940, originalmente como Ediciones Antisectarias, luego Editorial Lumen, nombre de evidente inspiración religiosa. Veinte años más tarde, presumiblemente cansado de un negocio que no le debía interesar en exceso, le vendió la editorial a su hermano Magín, médico y hábil empresario (Toni López siempre contaba que lo que le permitió gestionar Tusquets con éxito fueron las enseñanzas iniciales de Magín) que pensó que sería una aventura divertida para sus dos hijos, Esther, recién licenciada en filosofía y letras y ávida lectora, y Oscar, joven estudiante de arquitectura.

El matrimonio de Oscar con una joven de origen brasileño de fuerte vocación editorial, Beatriz de Moura, desembocó en la creación en 1969 de Tusquets Editores y selló un malentendido nominal que se mantiene hasta la fecha: Esther Tusquets no tiene nada que ver con la editorial Tusquets. Pero ese comienzo compartido (De Moura trabajó en Lumen) y la amistad entre Esther y Jorge Herralde, que también en 1969 fundó Anagrama, hacen pensar que quizá fuera el ejemplo de Esther al frente de Lumen lo que demostró que había sitio para sellos literarios al margen de la imponente Seix Barral de la época.

Los inicios de Lumen, de nuevo una combinación de audacia inconsciente y disparate inteligente, y su trayectoria hasta que, aburrida de la parte empresarial, Esther la acabó vendiendo en 1996 al grupo alemán Bertelsmann, están contados maravillosamente en Confesiones de una editora poco mentirosa, una primera aproximación al género memorialístico que publicó en 2005 en el sello RqR, un proyecto iniciado junto a su hija Milena tras la salida de ambas de Lumen. Cuatro años más tarde volvió sobre el tema en Confesiones de una vieja dama indigna (2009). Entremedias, un libro fundamental para entender los años cuarenta y cincuenta en Barcelona: Habíamos ganado la guerra (2007), que arranca con el desfile de la Victoria y el entusiasmo generalizado en la capital catalana. Para cerrar el póquer de memorias, Tiempos que fueron, publicado este mismo año, un libro escrito a medias con su hermano en el que contrastan sus recuerdos de infancia y juventud.

Pero la vertiente de escritora de Esther, acaso su vocación real, empezó a asomar bastantes años antes, y no como memorialista, algo habitual entre editores, sino como novelista. La publicación de El mismo mar de todos los veranos  en 1978 fue una auténtica revelación, que se vio confirmada por la aparición sucesiva de El amor es un juego solitario (premio Ciudad de Barcelona 1979) y Varada tras el último naufragio (1980), para completar La trilogía del mar. Escribió hasta tres novelas más, la más reciente ¡Bingo! (2007), “uno de los pocos sitios donde una señora sola puede estar hasta altas horas de la noche”, sostenía. Pero quizá su mejor libro sea Correspondencia privada  (2001), una extraordinaria mezcla de autobiografía y ficción en forma de cuatro cartas a sendas personas amadas.

Es una verdad de Perogrullo que todos somos distintos, pero creo que en el caso de Esther Tusquets, más allá de su importancia como editora y escritora, cabe destacar que era una de las personas más distintas que imaginarse pueda. Una de sus últimas obras, Pequeños delitos abominables (2010), explica en parte esa rareza. Esther no se daba importancia, pero tampoco daba importancia a no darse importancia. Tenía una elegancia de carácter que iba más allá de una buena educación aprendida. Cuando en la promoción de ¡Bingo!  fue víctima de una confusión y entró en directo en un programa televisivo a contestar preguntas de madres de niñas bulímicas que pensaban que era una experta en adicciones no se atrevió a deshacer el entuerto, y contestó como pudo. Valoraba la importancia de saludar y lo agradable de las sonrisas con la misma intensidad con que despreciaba las comas entre sujeto y verbo. Si creía en algo, era en la amistad. Su franqueza se medía en megatones. La perplejidad que la invadía ante la zafiedad del ambiente actual no remitía a un paraíso perdido, sino al mundo como debería ser. La diferencia siempre aporta riqueza, y con su desaparición la cultura española es más pobre. Quizá no afecte a la prima de riesgo, pero el Mediterráneo en Cadaqués pasa definitivamente a ser otro mar. ~

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Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.


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